Víctor Dreke: “Para nosotros, cubanos, África es nuestro corazón y nuestra sangre”

Conversaciones con Víctor Dreke

“Para nosotros, cubanos, África es nuestro corazón y nuestra sangre”

Salim Lamrani
Universidad de La Reunión

Nacido en 1937 en Sagua la Grande en el seno de una familia modesta, Víctor Dreke vivió en carne propia las realidades de la Cuba prerrevolucionaria, marcada por la miseria, el racismo y las discriminaciones de todo tipo. Frecuenta los círculos obreros, particularmente el sector azucarero muy presente en su región natal y se reconoce en sus reivindicaciones de justicia social. Se convierte por la misma ocasión el representante estudiantil de su establecimiento escolar y expresa las inquietudes de su generación.
El 10 de marzo de 1952 celebra sus quince años cuando el general Fulgencio Batista orquesta un golpe de Estado que rompe el orden constitucional para instalar una dictadura militar que duraría seis largos años. Descubra la figura de Fidel Castro tras el ataque al cuartel Moncada el 26 de julio 1953 en Santiago de Cuba y se identifica inmediatamente con su causa, defendida en su alegato/requisitorio conocido bajo el nombre de “La Historia me absolverá”.
Con el desencadenamiento de la lucha armada en la Sierra Maestra a partir del 2 de diciembre de 1956 tras el desembarco de los revolucionarios en la isla, Víctor Dreke toma las armas en la región central del país. Conoce al Che allí y participa en los combates finales en Santa Clara en diciembre de 1958.
Con el advenimiento de la Revolución Cubana el 1ro de enero de 1959, Víctor Dreke es nombrado fiscal de los Tribunales Revolucionarios encargados de juzgar los crimines de sangre cometidos por el antiguo régimen. Participa también en la lucha contra los grupúsculos armados contrarrevolucionarios en la Sierra del Escambray y hace frente a la invasión de Bahía de Cochinos organizada por los Estados Unidos.
En 1965 lo solicita la alta dirección del gobierno para organizar al grupo de combatientes voluntarios para brindar auxilio a la guerrilla en el Congo con el Che Guevara. Dirige también varias misiones internacionalistas en Guinea Bissau y Cabo Verde a solicitud de Amílcar Cabral, que lleva entonces una guerra de liberación nacional contra el colonialismo portugués. Hoy, Presidente de la Asociación Cubano-Africana, Víctor Dreke cuenta su historia y evoca los lazos que unen la isla del caribe a la cuna de la humanidad.

Salim Lamrani: ¿Qué recuerdos tiene de su infancia y juventud?

Víctor Dreke: Nací el 10 de marzo de 1937 en una ciudad llamada Sagua la Grande en la antigua provincia de Las Villas, hoy Villa Clara. Era una zona próspera en aquella época. Soy el hijo más chiquito de la una familia recompuesta.
Mi familia llevaba el nombre de Castillo Dreke, que era el de mi padre. Mi madre Catalina Mora procedía de un pueblo llamado Sierra Morena, cerca de Sagua la Grande. Yo hubiera podido llevar el nombre de Castillo, como fue el caso para uno de mis hermanos, pero mi padre escogió darme el nombre de Dreke.
Debo decir que yo era un niño afortunado en medio de la miseria que golpeaba el país en aquella época. Mi madre Catalina que me parió y mi madre adoptiva Felicia que me crió me cuidaron mucho. Mi familia era pobre y vivíamos en una casita con techo de guano de la calle Agramonte n°30 de Sagua la Grande. Yo no era un chico malo y debo decir que fue bien educado. Recuerdo también que cuando yo iba a visitar a mis amigos a la hora del almuerzo y que se me preguntaba si yo había comido, se me había enseñado a siempre responder lo mismo, o sea que ya había comido y que no tenia hambre, aunque no fuera verdad. Era nuestra educación.
Como todos los niños de mi edad, hice algunas cosas reprensibles pero yo no era malo. Mi nombre completo es Víctor Emilio y mis compañeros que llamaban “Emilito”. Si me comparo con los niños de hoy, yo era un muchacho sin mucha educación. Frecuenté una escuela privada que había que pagar, dirigida por monjas, y recuerdo que teníamos que rezar el viernes. Sin embargo, no me bauticé antes de ser adulto por razones familiares. Yo no era mal alumno, sin ser brillante.

SL: ¿Tiene usted algún recuerdo del golpe de Estado de Fulgencio Batista del 10 de marzo de 1952?

VD: Lo recuerdo perfectamente porque era el día de mi cumpleaños, de mis 15 años. Con un grupo de jóvenes salimos a manifestar en la calle contra el golpe de fuerza. Nos arrestó la policía y nos llevó a la estación antes de soltarnos. Puedo decir que mi compromiso de aspirante revolucionario empezó en aquella fecha precisa.
Mi padre trataba de explicarme la situación en la cual se encontraba el país. Era simpatizante del Partido Auténtico de Ramón Grau San Martin y Carlos Prío Socarras, sin ser político. Antes estaba afiliado al Partido Liberal. Era vendedor de pescado y pensaba que todos los políticos eran iguales, que eran prolijos cuando se trataba de hacer promesas electorales, pero mucho menos inspirados a la hora de adoptar medidas para el bien común. Mi hermano mayor, Mario, era militante del Partido Ortodoxo de Eduardo Chibás.
Yo no pertenecía a ningún partido. No era marxista. Además, en aquella época, solo había escuchado cosas negativas respecto al comunismo. Yo participaba en las huelgas obreras del sector azucarero. Había muchos centrales en la provincia. También era representante estudiantil en la Escuela Superior de Varones José Martí en Sagua la Grande. Entonces me politicé de ese modo, militando con los trabajadores y los estudiantes. Yo estaba resueltamente opuesto a la dictadura que asesinaba a los opositores y hundía al pueblo en una miseria sin nombre. Recuerdo que la policía nos decía que los negros no podían ser revolucionarios. Yo temblaba de indignación cada vez que oía eso.

SL: ¿Cómo se manifestaba el racismo en Cuba bajo el régimen militar de Batista?

VD: Éramos victimas de discriminación a causa de nuestro color de piel. Teníamos menos derechos. Pasaba lo mismo con las mujeres respecto a los hombres, que padecían la opresión de una sociedad patriarcal.
Me hice revolucionario por tres razones fundamentales. Primero porque era pobre y que tenia que luchar para subvenir a mis necesidades vitales. Luego porque era joven y la juventud siempre es rebelde. Por fin porque era negro y que padecía el racismo.

SL: ¿Qué recuerdo tiene del ataque al cuartel Moncada por Fidel Castro y sus compañeros el 26 de julio de 1953?

VD: Mi compromiso revolucionario es anterior a la aparición del Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro. Estábamos vinculados con la figura y los ideales de Antonio Guiteras que había sido el alma de la Revolución de 1933 y que fue asesinado por Bastita. Teníamos un movimiento que se llamaba Acción Guiteras y organizábamos una ceremonia en homenaje cada 8 de mayo, día de su desaparición. La policía nos reprimía siempre y la afrontábamos con piedras. En esa época mi fervor se llamaba Guiteras. También éramos adeptos de Rafael García Bárcena, un profesor de filosofía opuesto a Batista que había fundado el Movimiento Nacional Revolucionario.
Yo no conocía a Fidel. Descubrí su existencia tras el ataque al cuartel Moncada. La acción revolucionaria de Fidel tuvo lugar el ano del centenario del nacimiento de José Martí, nuestro héroe nacional. Recuerdo su alegato La Historia me absolverá en el cual denunció la situación del país, la discriminación racial, el analfabetismo, la miseria y las injusticias de todo tipo. Me marcó profundamente su empresa porque se jugó la vida y también me impactó su discurso que era a la vez un alegato a favor de su acción revolucionaria y un requisitorio contra la dictadura de Batista. Se comprometió a reparar todas las injusticias una vez que triunfara la Revolución. Me identifiqué inmediatamente con su línea. Nuestra generación había encontrado finalmente a su líder.

SL: ¿En qué momento decidió unirse a la lucha armada tras el desembarco de Fidel Castro en la isla en diciembre de 1956?

VD: Había en el seno del movimiento obrero una tendencia a favor de la lucha armada liderada por Víctor Bordón Machado, que seria luego Comandante. Integré este grupo que respondía mas a mi sensibilidad y fui nombrado jefe de “Acción y Sabotaje” del Movimiento 26 de Julio en un primer tiempo, en 1957, en la zona de Santa Clara, en el Escambray. Teníamos pocas armas y había que quitárselas al enemigo.
Luego, como estudiante, pasé al Directorio Revolucionario y operé en la capital. Hubo dos aspectos en el compromiso del Directorio: la lucha clandestina en las ciudades y la lucha armada en la sierra.
Conviene recordar que la mayoría de los revolucionarios, empezando por Fidel Castro, procedían de la universidad, que era el epicentro del proceso emancipador. Hubo luego un acercamiento entre el Movimiento 26 de Julio y el Directorio. Al final de la guerra, yo ya no era miembro del Directorio sino miembro de la Revolución.

SL: ¿Cuándo conoció al Che Guevara?

VD: Conocí al Che en octubre de 1958 cuando llegó al Escambray. Vino a visitarnos en el campamento del Directorio para ver a Faure Chomón, nuestro comandante. Llegó con su columna legendaria de guerrilleros, que era respetada por todos porque había atravesado toda la isla caminando al precio de un esfuerzo titánico, siguiendo las órdenes de Fidel.
Recuerdo que en previsión de la llegada del Che atacamos dos lugares: Fomento y Placetas. Era un domingo bajo una lluvia torrencial. Nuestro objetivo era movilizar la atención del ejército para que la columna pudiera llegar al Escambray sin obstáculos. Yo fui herido en Placetas. Nuestro concurso era modesto, simbólico, pero fue suficiente para permitir que el Che cumpliera su misión.
El Che me hizo una gran impresión. Llegó al campamento donde me encontraba, herido, y recuerdo que me preguntó si podía usar la maquina de escribir. Eso nos marcó porque teníamos como orden ponernos al servicio del Che. Fue muy cortés. En Santa Clara, la gente no sabia realmente quién era ese argentino que había venido a luchar por nuestra causa. Volvíamos a vivir la historia de Máximo Gómez, el dominicano que combatió a nuestro lado durante la Segunda Guerra de Independencia. Era todo un símbolo.

SL: Al triunfo de la Revolución en 1959 usted fue nombrado fiscal de los Tribunales Revolucionarios. ¿Cuál era el objetivo de esas instituciones que rendían una justicia expeditiva?

VD: El objetivo era juzgar a las personas que habían cometido crímenes. Durante la dictadura de Batista, 20.000 cubanos fueron asesinados, muchas veces en condiciones atroces, por los esbirros de la tiranía. Nuestra gran preocupación era que las familias y los amigos de esas personas cobardemente asesinadas, los parientes de las mujeres que habían sido violadas, se hicieran justicia. No queríamos que el pueblo linchara a estos individuos en las calles. Sólo había dos posibilidades: o crear los Tribunales Revolucionarios y aplicar la ley, o dejar que el pueblo se ocupara de los criminales. Teníamos la experiencia de lo que había ocurrido en otras partes, particularmente en Europa al final de la Segunda Guerra Mundial, y no queríamos ejecuciones extrajudiciales.
Una de las características de nuestra Revolución es que no hubo masacres tras la caída del régimen militar. No hubo venganza. Fidel estuvo muy claro al respecto y le pidió al pueblo que confiara en los tribunales para hacer justicia.
En lo que se refiere a mí, tras participar en los combates que llevaron a la toma de Santa Clara, como jefe del escuadrón 31, fui a La Habana para ver a mi familia. Luego, la Revolución solicitó mi concurso como fiscal de los Tribunales Revolucionarios que acababan de crearse. Volví a Santa Clara donde, además de mi papel de fiscal, era miembro de Consejo Superior encargado de analizar todas las decisiones tomadas por los Tribunales Revolucionarios, para evitar errores y no aplicar penas inútiles. Estábamos particularmente atentos al respeto de la dignidad de los acusados. Tenían derecho a un abogado. Nunca fueron maltratados y autorizábamos las visitas familiares. No era fácil ver a una niña visitar a su padre condenado a la pena capital. Pero había que aplicar la ley. Recordábamos los crímenes que habían cometido esas mismas personas.

SL: Usted participó en la lucha contra los grupúsculos contrarrevolucionarios que se formaron, particularmente en las montañas del Escambray, tras el advenimiento de la Revolución. ¿Cómo se desarrollo la lucha contra esos individuos?

VD: A partir de 1959 hubo grupos armados y apoyados por los Estados Unidos que conspiraban contra la Revolución. Conviene recordar que la administración de Eisenhower apoyó a Batista hasta los últimos instantes, suministrándole armas. En el Escambray había grupúsculos armados que atacaban a los campesinos que estaban mayoritariamente a favor a la Revolución, que atacaban a los maestros que participaban en la campana de alfabetización. Esos hombres preparaban el terreno para la futura invasión. El objetivo era crear una cabeza de playa. El plan estratégico era organizar un levantamiento interno durante un futuro desembarco para apoyar a los invasores. No se puede separar Playa Girón, o Bahía de Cochinos, de la lucha contrarrevolucionaria en el Escambray.
Fidel Castro, nuestro Comandante en Jefe, tomó entonces la decisión de contratacar y liquidar a esos grupúsculos apoyados por el gobierno yanqui que se encontraban principalmente en el Escambray, pero también en Oriente y en Pinar del Rio. Hicimos una gran batida y neutralizamos a la mayor parte de esos grupúsculos antes de la invasión de abril de 1961. Nuestro aparato de la Seguridad de Estado había infiltrado a esos grupos de bandidos. La lucha duro hasta 1965.

SL: En abril de 1961 hubo la invasión de Bahía de Cochinos orquestada por los Estados Unidos y la CIA. Usted participó personalmente en esos combates. Cuéntenos esos acontecimientos.

VD: Antes de la invasión de abril de 1961 hubo sabotajes, actos de terrorismo como la explosión del barco La Coubre en marzo de 1960 que la había costado la vida a cerca de un centenar de personas, bombardeos aéreos procedentes de la Florida, etc.
El día de la invasión yo me encontraba en carro rumbo a Santiago de Cuba. Cuando llegué a Santa Clara al Cuartel General de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, todo el mundo estaba en formación de combate y se me informo que había una invasión: “!Desembarcaron los americanos!”. Ése era el rumor que corría por la isla en aquel momento. Luego supimos que se trataba de renegados cubanos a sueldo de los Estados Unidos y no tropas convencionales. Pregunté dónde había ocurrido el desembarco y me respondieron “Playa Girón”. No tenía la menor idea de la ubicación el lugar. Nunca había estado allí.
Me incorporé al pelotón y fuimos a Girón. Entramos por Yaguaramas. En los primeros instantes de la invasión Fidel estuvo en primera línea de combate. Eso nos dio una gran fuerza moral. Apareció con el fusil en el hombro como todos los combatientes y no se contento con un discurso en la Plaza de la Revolución. Estaba acompañado por otros comandantes. Todos los habitantes de la zona se sublevaron contra los invasores, mientras que los Estados Unidos pensaban que iban a rebelarse contra el gobierno revolucionario. Varios batallones que luchaban contra los bandidos del Escambray se incorporaron a la lucha. En menos de 72 horas el pueblo en armas aplastó a los mercenarios.

SL: Usted participó en la guerrilla del Che Guevara en el Congo. ¿Cómo nació el proyecto?

VD: Tuve la oportunidad histórica de participar en la guerrilla al lado del Che en África, en Congo Kinshasa. El Movimiento de Liberación de Joseph Désiré Kabila había solicitado nuestra ayuda, tras el asesinato de Patricio Lumumba por los Estados Unidos y Bélgica. Necesitaba formar a su personal y solicitó a unos treinta oficiales a Cuba para recibir una preparación militar. Fidel dio su acuerdo pero sugirió que los cubanos fueran directamente allí para formar a los militantes en condiciones reales y participaran por la misma ocasión en los combates contra el régimen de Mobutu. Era lo mejor para nosotros y para ellos.
Cuando llegamos al Congo nos dimos cuenta de que Fidel tenía razón. Las características geográficas del país son distintas de las de Cuba. Nos percatamos de eso durante la etapa de preparación. Por ejemplo, en Cuba, uno podía subir a un árbol para ver a lo lejos y vigilar los eventuales movimientos de las tropas enemigas. En el Congo era imposible a causa de la densidad de la vegetación. Era imposible tener una visión a lo lejos. Descubrimos esas especificidades en el país.

SL: ¿Cómo se desarrolló el proceso de selección?

VD: Éramos 130 asesores en total. Todos eran voluntarios. Fidel, Raúl, el comandante Piñeros y Osmany Cienfuegos me dieron la tarea de preparar al grupo antes de la salida. Mi nombre de guerra era Roberto para los cubanos. Nadie sabía que el Che iba a formar parte del grupo, ni siquiera yo. Recuerdo que Osmany Cienfuegos vino a verme con varias fotos del Che afeitado y maquillado por nuestros especialistas. No se parecía en nada al Che que yo conocía. Osmany me dijo: “éste es el comandante Ramón que conoces”. Yo le contesté que nunca lo había visto en mi vida. Todos los comandantes nos conocemos. Yo era comandante. Nos encontrábamos regularmente para diversas tareas.
Un día, mientras me encontraba en el campamente, vinieron a buscarme y fuimos a una casa donde estaban distintos compañeros. Yo estaba sentado en la mesa y vi a Osmany que se acercaba a mí con el señor de la foto. Me puse de pie como me lo enseñó mi padre. Me decía siempre: “Hay que ponerse de pie para saludar a la gente si vienen animados con buenas intenciones y para defenderse si se acercan con intenciones hostiles”. Saludé entonces al comandante Ramón que tenía un tabaco en la boca. Osmany insistía: “Te digo que lo conoces”. Yo me rompía la cabeza para tratar de acordarme de ese tipo, sin éxito. Luego “Ramón” tomó la palabra y dijo: “Osmany, deja a Dreke”. Fue en ese momento cuando reconocí al Che.

SL: ¿Cómo se desarrollaron las operaciones en el Congo? El Che habló de fracaso.

VD: La gran dificultad a la cual nos enfrentamos fue la falta de unidad entre las fuerzas revolucionarias del país. Había muchas divisiones entre las distintas facciones. Decidimos formar la primera compañía bajo el mando de Tamayo y salía varias semanas para realizar acciones de combate. Luego formamos una segunda columna bajo mi mando. Pero había demasiadas dificultades. Cuando llegamos, el enemigo ya había infiltrado a las tropas y se difundía la idea de buscar un acuerdo pacífico y abandonar la vía de las armas.
Yo no comparto la opinión del Che. Para mi, la operación en el Congo no fue un fracaso. Teníamos que adaptarnos a las realidades del país y seguir las ordenes de los jefes congoleses. El Che no era el jefe de la guerrilla. Seguía las directrices de los responsables locales. El Che era el jefe del grupo de internacionalistas cubanos. No teníamos poder de decisión. Pensábamos que los lideres congoleses debían actuar como lo hicieron Fidel y Raúl, es decir con el fusil en el hombro, en combate con las tropas. En nuestra doctrina militar, en nuestra filosofía de combate, el jefe siempre está con sus tropas, en primera línea, afronta el peligro y muestra el ejemplo. Pero no era el caso en el Congo. Kabila tenía otra visión. Fidel insistió en que siguiéramos las ordenes de los congoleses y que nunca impusiéramos nuestro punto de vista. Expresábamos nuestra opinión y dejábamos que los dirigentes del país tomaran las decisiones.
Lejos de ser un fracaso, la operación en el Congo permitió que los otros pueblos en lucha comprendieran la manera con la cual había que llevar la guerra contra el colonialismo y qué errores no había que cometer, tanto en Angola como en Guinea Bissau. Nuestra actitud fue ejemplar y seis de nuestros compañeros cayeron en combate en el Congo. Fue un ejemplo que sirvió para la historia, particularmente para la historia de África. El Che forma parte de la historia de África.
La empresa en el Congo no fue un fracaso. Logramos convencer a nuestros hermanos africanos de que podíamos conquistar la libertad por la vía de las armas.

SL: ¿Qué representa la figura del Che para usted y para el pueblo cubano?

VD: El Che era un alma noble. Se habla mucho del guerrillero pero era primero y ante todo un alma noble. Era muy generoso. Uno no renuncia a lo que más aprecia -su familia, su país, sus amigos, su bienestar- si no está hecho para la grandeza. Era un hombre justo, enérgico, firme, un ejemplo, que nunca maltrató a nadie, aún menos a los prisioneros.
El pueblo cubano le profesa una veneración al Che, aun mas que cuando estaba vivo. Incluso los jóvenes, que no lo conocieron, tienen un gran respeto por su figura. Hay que descubrirse cada vez que se menciona su nombre, en memoria a su historia y a su sacrificio por la causa de los humildes.

SL: Después del Congo, usted encabezo la misión militar que fue a Guinea Bissau y Cabo Verte donde Amílcar Cabral llevaba una lucha armada contra el colonialismo portugués. Cuéntenos esta historia.

VD: Después del Congo brindamos nuestro concurso a la lucha de liberación nacional del pueblo de Guinea Bissau. Sékou Touré, el primer Presidente de Guinea, desempeñó un papel importante en la descolonización de África. Nos dio un gran apoyo durante nuestras misiones en el continente. Formamos las milicias en Conakry para prevenir la eventualidad de un golpe de Estado contra Touré por parte de los portugueses. Touré, valiente y solidario, apoyaba a Amílcar Cabral.
En Guinea Bissau, la situación era diferente de la del Congo. Después de la Conferencia Tricontinental en La Habana en 1966, Amílcar Cabral solicitó nuestra ayuda y deseaba un apoyo técnico. No quería que los cubanos participaran en los combates.
Amical Cabral era uno de los lideres revolucionarios más lúcidos de su época y lo había demostrado durante la Tricontinental donde se expresó a favor de la lucha armada. Tenía una formación intelectual sólida. Jorge Risquet, nuestro hombre en África, lo había conocido en el Congo Brazzaville y estuvo impresionado por su visión. Risquet le había propuesto hombres pero Amílcar había rechazado la oferta subrayando que sólo necesitaba a asesores y formadores pues les tocaba a los guineanos liberar ellos mismos su país. “Tenemos que hacer la Revolución nosotros mismos”, dijo. Quería preparar el futuro del país formando a su pueblo para asumir las responsabilidades de la independencia. Amílcar había logrado la proeza de unir a su pueblo bajo la bandera de la independencia, lo que no era fácil, a la vez en Guinea Bissau y en Cabo Verte, dos territorios distintos y no limítrofes, distantes de cerca de 1.000 kilómetros. Era caboverdiano por parte de padre y guineano por parte de madre. Desgraciadamente Amílcar Cabral fue asesinado por traidores a sueldo de Portugal unos meses antes de la independencia de su patria.

SL: ¿Qué motiva a un internacionalista a hacer una misión lejos de su tierra natal, con todos los sacrificios que ello supone?

VD: Es primero y ante todo un llamado del corazón. Cuando uno ve la miseria, la opresión, la pobreza, que golpean a los mas vulnerables, uno no puede permanecer insensible a ello. Uno siente en los mas profundo una exigencia moral de actuar para brindar auxilio a esos pueblos que luchan por su dignidad. Es la razón por la cual, además de las misiones militares, dirigí una escuela internacionalista en Cuba. Luego dirigí proyectos de construcción en África, en Guinea Bissau, en Cabo Verde, en Mozambique y en Angola.
Conviene subrayar que siempre intervenimos a solicitud de los pueblos. Nunca impusimos nuestra presencia a nadie. Fuimos al Congo a solicitud de los revolucionarios de Kabila y abandonamos el país cuando consideraron que nuestra misión había llegado a su término. Es importante recordar esta realidad. El Che no se marchó del Congo por su propia decisión. No abandonó al Movimiento de Liberación Nacional. Nos fuimos porque Kabila nos pidió que saliéramos del país.

SL: ¿Visitó usted Argelia en aquella época?

VD: Fui a Argelia en 1967 e incluso me reuní con el Presidente Houari Boumediene. Era nuestra primera visita desde 1965 y la salida del poder de Ben Bella. Recuerdo que Boumediene me pidió que le transmitiera un mensaje de solidaridad a Fidel. Siempre hemos tenido grandes relaciones con Argelia, particularmente con Ben Bella. Sentimos un gran respeto por los argelinos. La unidad entre Cuba y Argelia ha sido muy fuerte. No podemos olvidar los lazos, particularmente en los primeros años de la Revolución Cubana y los primeros años de la independencia de Argelia. Los años 1960 eran revolucionarios y gloriosos.

SL: ¿Qué hizo después de regresar a Cuba y cuál es ahora su función?

VD: Integré las Fuerzas Armadas en el seno de distintas unidades. Fue Jefe de Construcción. Fundé el Ejército Juvenil del Trabajo en la región oriental que estaba encargado de la producción agrícola, particularmente para los cultivos como la caña y el café. Fui también Jefe de la Dirección Política Central de las Fuerzas Armadas.
Hoy soy Presidente de la Asociación de Amistad Cuba-África. Para nosotros, cubanos, África es el símbolo de la resistencia de un pueblo, de un continente, que fue maltratado, vejado y que resistió. Hoy los pueblos de África le dicen “no” a los poderosos, lo que no era fácil en aquella época, con la excepción de algunos dirigentes como Sékou Touré o Ahmed Ben Bella. Nuestro pueblo desciende de los africanos esclavizados arrancados a su tierra natal para ser explotados en América. Nuestra cultura es africana. ¿Cuántos africanos murieron en Cuba? No se puede separar Cuba de África. Para nosotros, Cubanos, África es nuestro corazón, nuestra sangre.

SL: Última pregunta: ¿qué representa la figura de Fidel Castro para usted y para los cubanos?

VD: Yo tuve dos padres en mi vida: Dreke Castillo y Fidel Castro. Eso es lo que significa Fidel para mí. Me enseñó a tener una línea de conducta, de honor, de principios. Me enseñó que había que levantarse después de caer. Por eso resistimos al bloqueo económico criminal que nos imponen los Estados Unidos desde hace décadas. Fidel nos enseñó a resistir durante los momentos difíciles, a nunca doblegarse cual fueren las circunstancias. Para ello, podemos contar con el apoyo de los pueblos de África y de otras partes.

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