Réquiem por Nagorno Karabaj

 Un proceso en su último tramo gestado en más de 100 años, y que requería una solución política ha sido “resuelto” en 48 horas, “manu militari”. El anuncio fue tajante. La autoproclamada República de Artsaj, de 11.000 km² y 140.00 habitantes, surgida en 1994 en el enclave de Nagorno Karabaj, ha dejado de existir”. La población, presa de pánico huye.

Mientras el gobierno azerbaiyano, beatíficamente, asegura que su intención es que la población del enclave se integre al país como una más de sus minorías étnicas…” y demasiados miran para otro lado.

La verdad es que, mediante una operación militar bautizada por sus autores como “antiterrorista”, el enclave y sus legítimas aspiraciones autonomía han sido aplastadas por Azerbaiyán que lo ha disuelto, puesto en fuga o apresado a sus líderes y dispersado a su población de unas 140.000 personas, la mitad de los cuales ha optado por huir hacia Armenia.

La historia es más complicada y para no aludir los anales del pueblo armenio que datan de miles de años, comenzaré por referir que en 1813 la región de Karabaj, como parte de Armenia fue incorporada al Imperio Ruso que, tras la Revolución bolchevique, en 1924 sin saber por qué, Stalin lo integró a la República Soviética de Azerbaiyán con un estatuto de “autonomía” que estuvo vigente hasta la disolución de la Unión Soviética.

Al respecto conviene anotar que Armenia y su población son decididamente católicos mientras que Azerbaiyán y los suyos son ranciamente musulmanes.

Mientras existió la Unión Soviética, el enclave católico en una sociedad ateo/musulmana, aunque con la armonía derivada de estar todos bajo el mismo poder, el territorio disfrutaba de reconocimiento legal y autonomía respecto, tanto de Azerbaiyán como a Armenia. Entonces todos eran soviéticos y las fronteras internas carecían de vigencia.

 El esquema funcionó hasta que el colapso del socialismo abrió la caja de Pandora y los conflictos étnicos, nacionales y confesionales y las ansias de libertad, dieron lugar a enfrentamientos que ocurrieron en toda la geografía ex soviética. Aunque los más visibles han sido los de Moldavia y Transnistria, Abjasia, Georgia, Tayikistán, Kazajstán, Kirguistán, Chechenia, Donbass, Ucrania, en los cuales, de un modo u otro, Rusia ha estado involucrada.

Entre los olvidados, figuró el Alto Karabaj que en el formato violento se desató en 1998 cuando cobró auge el movimiento separatista que, en 1994, con apoyo armenio, controlaron la región proclamando la República a Artsaj. Entonces, aunque con cierto perfil mediador, Rusia apoyaba a Armenia.

En 2020, se desató la confrontación armada entre Azerbaiyán y Armenia, saldada a favor del primero que recuperó parte del enclave. Mediando en el conflicto, Rusia logró un alto al fuego y desplegó “fuerzas paz”. No obstante, esporádicamente los enfrentamientos continuaron. Hasta que en 2022 Azerbaiyán decretó un bloqueo a la región, impidiendo el acceso de Armenia.

Finalmente, en este mes de septiembre de 2023 Azerbaiyán lanzó contra Karabaj lo que llamó una “operación antiterrorista” que parece haber resultado exitosa, al punto de que, según trascendidos de prensa, la autoproclamada República de Nagorno-Karabaj ha anunciado su disolución, mientras alrededor de la mitad de sus 120. 000 habitantes han huido y no se conoce la suerte de los que no han podido hacerlo que temen una “limpieza étnica”.

En el ínterin las relaciones entre Armenia y Rusia se han enfriado. Coincidentemente, a la vez que la potencia eslava entraba en guerra contra Ucrania, la OTAN y Estados Unidos, el pequeño país católico se aproximó a occidente. Sin embargo, Armenia no puede ignorar ni prescindir de los vínculos económicos con Rusia forjados en tiempos del Imperio Ruso y de la Unión Soviética. A su vez, Azerbaiyán se acercaba a Rusia. Se trata de realidades geopolíticas.

Precisamente, en medio de la crisis, el pasado 25 de septiembre, arribaron a Armenia la sub secretaría de estado de los Estados Unidos para Asuntos Europeos y Euroasiáticos, Yuri Kim, y Samantha Power, administradora de la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (USAID), a la vez, el primer ministro armenio, Nikol Pashinian, se reunió con el senador estadounidense Gary Peters.

Al concluir, no puedo dejar de apuntar que Azerbaiyán y Armenia son dos de los países en que estuve cuando eran repúblicas soviéticas. Entonces no tuve la menor idea del diferendo que desde 1924 los enfrentaba.

Azerbaiyán fue el primer país musulmán que visité y por algunas lecturas de juventud, tenía curiosidad por conocer de primera mano la relación que, con aquel país, otrora, uno de los grandes emporios petroleros del mundo, tuvo la familia Nobel, el fundador de los premios que llevan ese nombre, lo cual no interesó mucho a mis anfitriones de entonces. Un día contaré la historia.

La Armenia que conocí era un sufrido país ultra católico, tanto que crearon su propia Iglesia, su propia jerarquía y una sede distinta al Vaticano, experiencia documentada en los recuerdos personales que trato de plasmar en un cuaderno de viajes. Ambos, lo mismo que Rusia y Ucrania por donde también anduve, están en mis recuerdos y en mis afectos. Para ellos deseo lo mejor, ante todo paz. Bienaventurados sean.

Otra vez en Europa, en el siglo XXI una población encara la realidad de tener que huir de su país a causa de un conflicto que los líderes de una y otra parte y la asistencia internacional, no lograron conjurar. Los pobladores del Karabaj, armenios étnicos, que hoy huyen hacía Armenia, nacieron en Azerbaiyán.

Cualquier parecido con Chechenia, Donbass o Ucrania, no son coincidencias sino resultados de políticas antediluvianas. Allá nos vemos.

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