Fracasarán los Gorbachocitos
El jueves pasado a las ocho y pico de la noche releía “Napoleón,” de Emil Ludwing. Frente a mí, el televisor. De vez en cuando cambiaba de canal y levantaba la vista y escuchaba si algo resultaba interesante entre la acostumbrada histeria anticubana y reaccionaria de la hora. En una de los programas hablaba un señor que por su vestimenta parecía salido de una película francesa de los años sesenta. Pero era cubano y, por supuesto, a tono con Alejandro Ríos que lo acompañaba y con el conductor del programa, hablaba mal del gobierno de la Isla y despotricaba contra lo que calificaba de estalinismo cultural.
Por un rato puse atención, descubrí su nombre y recordé la crónica “Realmente denigrante” que en octubre de 2012 escribí sobre una obra de teatro puesta en la Habana por esos días. Entonces no mencioné el nombre del director de la misma, a quien ahora tenía en el televisor. No lo hice pues aborrezco cualquier tipo de inquisición. Pensé: a lo mejor posee talento y recapacita o a lo mejor tiene flojo un tornillo cerebral. Cualquiera disparata en un momento determinado. No hay que arremeter de inmediato con quien lo hace, aunque la obra, según me informé, resultaba una enfermiza y grosera masturbación intelectual y fue retirada de la SalaTito Junco, donde se exponía.
Desde la pantalla del televisor, el afrancesado señor, solicitaba donaciones porque quería hacer “cine independiente. Daré su nombre: Juan Carlos Cremata, el cual no debe ser confundido con Carlos Alberto Cremata, talentoso creador y director de la muy aplaudida compañía infantil La Colmenita, la cual ha tenido gran éxito en Cuba, América Latina e incluso en ciudades como New York, Washington y San Francisco, donde ha dejado mensajes de amor, solidaridad y paz.
Lo que entonces escribí, lo transcribo.
“Si bien el espacio de esta crónica podría mostrar libertades que, a despecho de lo que se dice en Miami, se gozan en la Isla, en realidad su intención es la del desacuerdo con autoridades culturales cubanas que permiten lo que contaremos. Y quienes me conocen saben que extremista, santo ni bobalicón jamás he sido.
“Una cosa, como dice el refrán, es lo bueno y otra lo demasiado, y todos sabemos qué significa pasar del palo pa la rumba. Ni siquiera las mojigaterías clericales deben trastocarse en licencias para chabacanas irreligiosidades. En Cuba, guste o disguste a pocos o a muchos, enfade a los grandes consorcios que dominan el mundo o haga escupir bilis a los medios de Miami, hay una Revolución que ha llevado cultura y dignidad hasta los más recónditos parajes del país.
“Me referiré a la copia de la carta que recibí por correo electrónico desde La Habana y lo que me contó un amigo que hace días llegó de esa ciudad. La carta está dirigida a Gisela González, presidenta del Consejo Nacional de Artes Escénicas. La escribió Alfredo Ávila Guillén, persona que no sé quién es, y trata sobre una obra de teatro que vio en la Sala Tito Junco, del Centro Cultural Beltolt Brecht. La obra se llama “La hijastra” y Ávila Guillén, quien dice no es crítico teatral ni mucho menos, la califica de espectáculo denigrante para el teatro y para la cultura del país; con lo que yo, según él cuenta, estoy de acuerdo en un cien por ciento.
“Empecemos por la escenografía. Hay un busto de Martí en un basurero con un cartel colgado al cuello que dice: “Área de protección al consumidor.” Nada menos que Martí formando parte de la basura, pero también se ve una guirnalda de banderitas cubanas de papel ante la que un actor se detiene y dice: “Que feo está ese adorno; quítalo que me hace recordar a los CDR,” arrastra las banderitas cubanas por el suelo, se la pone como una saya para bailar una conga y termina lanzándolas a un latón de basura. Al final de la obra, el telón, al caer, es una bandera cubana, enorme, pero sin la estrella solitaria, que sabemos simboliza el carácter independiente y soberano de Cuba, y sale una actriz con otro letrero que anuncia que la bandera se vende.
“Ávila Guillén no lo dice en su carta, pero yo me pregunto: ¿A quién se la quieren vender?”
Y Águila Guillén continúa:
“Hay un momento que en la pantalla se proyectan escenas pornográficas, y a la hijastra, una joven a la que le faltan los dos brazos, el padrastro, quien evidentemente abusa sexualmente de ella, le da de comer de una forma torturante y sádica.
“Las palabras pene, ano, vulva, en sus expresiones más groseras y vulgares, están a la orden del día,” señala Ávila Guillén, y como si la ordinariez fuera poco, el padrastro, que es alcohólico y homosexual, en una violenta escena lanza al suelo a otro homosexual, se saca el pene, se masturba y le echa el semen en la boca mientras grita: “Trágatela… trágatela.”
“No es necesario contar más sobre esa obra que en ningún teatro de la poca elegante Calle Ocho de Miami ni en los muchísimos de la famosa y asombrosa avenida Broadway, en New York, hubiese sido permitida por mucha libertad de expresión y derechos humanos que se dice goza este país. Las funciones del desaparecido teatro Shanghai de la calle Zanja, al que este cronista asistió cuando tenía catorce años con ojos que se querían comer a las suculentas y desnudas modelos, en comparación con la obra de marras resultarían comedidas como una película de Walt Disney.
“Y hace días un amigo recién llegado de Cuba me contó lo que vio por televisión y que también lo molestó sobremanera. Martí de nuevo presente. El Apóstol. El autor intelectual del Moncada. Se mostraba la obra de un pintor y se dejó ver un cuadro de José Martí vestido de payaso. Y yo me pregunto: ¿Martí bufón y hazmerreir? ¿De quién? ¿Cuándo? Y creo que el pintor tiene todo el derecho del mundo para con sus pinceles imaginar lo que le plazca y tener lo creado en sus exposiciones personales, pero lo inaudito es que la televisión difunda esa imagen a nuestros niños, a todo nuestro pueblo, por muy bien coloreado que esté el traje de payaso.
“Y entonces uno vuelve a coincidir con Alfredo Ávila Guillén cuando en su carta a la presidenta del Consejo Nacional de Artes Escénicas dice: ¿Qué valores estamos trasmitiendo en nombre de la cacareada libertad de expresión?
“Y es bueno recordar que bueno es lo bueno, pero lo demasiado indigesta y hace vomitar.”
Hasta aquí lo que di a conocer en la hora de Radio Miami, que hace tiempo nos quitaron y ahora aparece solo en Internet. Del pintor no diré su nombre, pues que yo sepa no es reincidente y, por tanto, ha de ser un artista modesto. Del director de “La hijastra,” ya lo di. Lo lindo hubiese sido no dar su nombre, pero en el tramo que vi en la TV y por los que otros me contaron, aparecía, aunque con elegante hablar, como machazo anticastrista (perdón: antiestaliniano). Veremos si en Miami no existe esa represión cultural made in URSS y, según él, también cubana, y en una sala le representan completa la obra y se busca sus billeticos y no tiene que solicitar más a los televidentes donaciones para hacer el cine independiente que dice querer hacer. No sé si será independiente también respecto a la ultra reacción cubana miamense y a la política imperial yanqui. No obstante, daré al director Juan Carlos una idea genial, y de gratis, que junto a Martí lance también al basurero a Jorge Washington. Sería apoteósico. Hasta el New York Time hablaría de eso. Sin embargo, tengo entendido que en el Código Penal cubano, como en el de otros muchos países, existen artículos que testifican como delito el ultraje a los símbolos patrios.
Sin dudas Cuba atraviesa un momento ideológico complejo y hay muchos problemas por resolver. En ese escenario, más que pernicioso resultan los Gorbachocitos tropicales. Ellos quisieran desmontar la historia y babeados no dejan de mirar al Norte, ese mismo que Martí calificó de revuelto y brutal, y, para ir abriendo camino, cada Gorbachocito desde su sitio, busca crear molestias y dudas entre la población mientras sueña con sacas repletas de billetes verdes, Rolex de múltiples esferitas, vacaciones en Cancún, casinos a todo lujos donde ataviarán sus rostros con oscuros Ray-Ban y chiclets en la boca.
No perciben que en Cuba hay un pueblo ideológicamente nuevo. Que las tuercas revolucionarias están bien ajustadas y que, por tanto, la bandera cubana jamás se venderá, como se retozó hacer abiertamente en la obra de teatro.
Eso sí. Es lo inevitable. Los años pasarán y este cronista y todos los de su generación y de las que la seguirán, morirán. Pero permanecerá la bandera de la estrella libre y solitaria porque vendrán pinos nuevos que sentirán el orgullo de la extraordinaria historia de la Revolución, de la cual habría que haberse filmado cien películas. Cuba ha sido, a puro overoco, una Revolución Socialista a tiro de piedra de los Estados Unidos. Y si fuera necesario, por ese legado de lucha y sacrificio, aparecerá otro Martí, otro Maceo, otro Mella, otro Guiteras, otro Lázaro Peña, otro Camilo, otro Raúl y –sujétate ahora aún más, Gorbachocito– otro Fidel.
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