Washington lo nominó embargo. Pero llámese como se llama es criminal, unilateral, abusivo y genocida por pretender la total asfixia de un pueblo. En total desacuerdo con él, el mundo lo rechaza. Y ahí están las votaciones en la Asamblea General de las Naciones Unidas, que lo demuestran. Y Cuba lo sufre hace más de sesenta años y lo llama como lo que en realidad es: un BLOQUEO.
En la historia de la redondez de este planeta que nos toca vivir jamás se ha visto algo semejante. Sudáfrica, hace varias décadas, por su terrible política de discriminación racial –el apartheid– sufrió un tipo más moderado de embargo, pero éste duró poco y no fue unilateral, sino aprobado por Naciones Unidas y seguido por el resto del mundo, todo lo contrario del que el solitario y poderoso Goliat washingtoniano mantiene contra la Revolución Cubana.
Éste comenzó en 1959 cuando la Electric Bond and Share dejó de financiar 15 millones de dólares debido a que la Revolución rebajó las tarifas eléctricas a la población, año en que Esso, Texaco y Shell suspenden su suministro de petróleo a la Isla. En enero de 1961, el presidente Kennedy rompe las relaciones diplomáticas, en marzo suspende la vital cuota azucarera, a lo que Fidel Castro respondió “Sin cuota, pero sin amo.” De inmediato se limitó la venta a la Isla de muchos artículos made in USA, aunque el llamado embargo oficialmente no se decreta hasta febrero de 1962.
Estados Unidos se oponía a medidas que la población aplaudía, como la rebaja de los alquileres y de la tarifa eléctrica, el fin del latifundio, que la salud y la educación para todos fueran gratuitos… en contra de toda medida que a favor del pueblo la Revolución decretara.
Recordemos que en abril de 1960, un año antes de la invasión armada por Playa Girón, Lester D. Mallory, Vice Secretario de Estado Asistente, presentó ante el congreso un documento que indicaba la política que había que seguir con Cuba, debido a que “la mayoría de los cubanos apoyan a Castro… el único modo de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales,” y criminalmente abogaba por una línea de acción que “logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno” (las negritas son nuestras).
Documento secreto que gozó del aplauso de muchos cómplices –los congresistas—y que no fue desclasificado hasta muchos años después.
Como vemos, el bloqueo no es ningún pretexto para culpar a la nación norteña de todos los problemas internos, como dicen algunos inocentes, mal informados o mal intencionados cuando la realidad muestra lo contrario. Férreo bloqueo imperial que alcanza con multimillonarias multas hasta a bancos extranjeros y en los peores momentos de la pandemia hasta impidió que la Isla adquiriera respiradores pulmonares en firmas europeas, los que tuvieron que fabricarse a la carrera y además lograr Cuba sus propias vacunas, quedando, eso sí, la Isla entre uno de los siete países del mundo en hacerlo, lo cual luego calla la propaganda imperial.
Es que al bloqueo –quien lo desee que lo llame embargo– no le importa si cubanos mueren por enfermedades provocada por una mala alimentación, por falta de medicinas o equipos, por lo que sea. Precisamente es lo que pretende aunque lo llamen embargo y que muy claramente planteó hace más de seis décadas un Vice Secretario de Estado norteamericano y el Congreso lo aprobó sin ningún sentimiento humano, tozuda política genocida que año tras año el 99 por ciento del mundo abiertamente rechaza en la ONU (no un 100 debido al propio voto norteamericano y de uno de sus secuaces) aunque presidentes que siempre se han auto-titulado grandes luchadores por el acatamiento de las decisiones de la mayoría, parte vital de su cacareada “democracia,” tercamente ratifican año tras año su llamado embargo, término por supuesto más sedoso, más suave y ocultador de un arbitrario y más que abusivo escenario, el cual el actual presidente Joe Biden ratifica con remilgada voz, pero tal si fuera un Donald Trump.
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