CUBA: BAJO ASEDIO EL ALMA DE LA PATRIA  (Primera parte)

Varios libros de reciente publicación continúan una insidiosa línea de ataque a la Revolución Cubana que, a diferencia de la habitual que utiliza la manipulación, la tergiversación y la mentira contra la obra revolucionaria y contra sus líderes, va mucho más lejos y dirige sus dardos hacia las bases mismas de nuestra nacionalidad,  intentando descalificar a sus héroes y a sus mártires y desvirtuar  los hechos históricos que conformaron nuestra identidad. Si lograsen su propósito, y destruidos los cimientos de la nación cubana, donde enraízan a su vez los principios fundacionales de la Revolución,  todo lo que hemos edificado se derrumbaría.mujer-cubana-bandera

En cuatro de estos libros, de un mismo autor, Angel Velázquez  Callejas (Guantánamo, 1962), se expone claramente esta repudiable estrategia. En “Adiós al héroe: José Martí y el posnacionalismo” (2013), Velázquez confiesa la intención de “mostrar hasta que punto la labor literaria, política y social de Martí estaba condenada al fracaso, empeñada en extender  más de lo que se podía la vida nacionalista (patria) y la de los ideales clásicos del humanismo (su regla espiritual)”. Para Velázquez, el Héroe Nacional de Cuba fue poco más que un poeta iluso fascinado “ante determinados aspectos  florecientes del  liberalismo y el individualismo en las sociedades de fines del siglo XIX”.

En “Cuba: genealogía del espíritu nacionalista, el mito Bayam” (2013) Velázquez se empeña en demostrar que la nacionalidad cubana tiene un origen mítico. Bayamo,  donde el pueblo decidió quemar su ciudad antes que entregarla al enemigo, donde se entonó por primera vez el Himno Nacional Cubano, lo que marcó un hito definitivo en el surgimiento de la cultura cubana es, para Velázquez, un mito, una invención patriotera. Para este autor “resulta insostenible la idea de una narrativa y una historiografía empeñadas en la necesidad de levantar un mito que explique el carácter fundacional de nuestra cultura”.  Bayamo, la cuna de la nacionalidad cubana, “se halla –arguye- dentro de los límites de la ficción, de la imaginación. Es una construcción mental del bayamés” (p. 67).

“Cuba, el problema y su solución” (coautores, 2014) contiene tres ensayos. En el primero, titulado “De España a Cuba”,  Enrique Collazo argumenta que Félix Varela, José Martí  y otros ideólogos contemporáneos, como Cintio Vitier, “priorizaron siempre la racionalidad ética emancipatoria sobre la racionalidad instrumental del capitalismo y sus instituciones  y valores. Y no sólo la desdeñaron, sino que la estigmatizaron y la desacreditaron para hacerla parecer perversa e inmoral ante la conciencia del pueblo cubano, desviándolo por el camino de la mitología de los héroes guerreros, las batallas heroicas e incluso la inmolación ante el altar de la patria. Nunca será suficiente –añade- todo lo que se critique esa postura ideológica, pues nos ha hecho, y aún nos hace, un daño profundo y duradero” (pp. 42-43)

En el segundo ensayo, de Angel Velázquez Callejas, éste se queja: “No se trata de percibir el asunto [la estabilidad del gobierno cubano] desde un punto de vista pesimista, pero no hay duda que las respuestas intelectuales dadas en esta dirección, para contradecir y refutar al régimen tanto dentro como fuera de la isla, han equivocado el punto: han creído que el Cubano ‘existe’. Tanto el régimen como sus contrarios han creído lo mismo. Han creído en una ‘mentira’ que hace posible pulsar el pasado en contraposición al presente” (p. 54). Velázquez se revela luego (p. 55) como parte  de esta élite intelectual metacontrarrevolucionaria, de este club selecto que contempla desde las alturas tanto a revolucionarios como a contrarrevolucionarios: “En la periferia se contraponen políticamente ‘castrismo’ y ‘anticastrismo’, pero en el fondo su cotidianidad cultural es la misma: el mismo deseo religioso, el mismo deseo por la patria, la nacionalidad y la nación; el mismo deseo histórico, el mismo deseo folclórico. En el fondo, ambos al final se abrazan como realidad insustituible. Habría que romper esa barrera”. El nacionalismo cubano, tal vez el más generoso, solidario e internacionalista que ha existido, es para Velázquez cultivador del fanatismo: “Y por ese fanatismo de creer en la absurda idea de que la nación, la nacionalidad, el pueblo, son conceptos que encierran una verdad existencial, se han creado los estereotipos de nuestra cultura” (p.73).

Armando Añel (La Habana, 1966), “periodista independiente” en Cuba, “Ghost Writer” o escritor fantasma (se le llama así  a los que viven de escribir lo que otros firman) en Miami, es el autor de “Cibercuba” el tercer ensayo. Añel comienza ilustrándonos con un pasmoso descubrimiento: “La cubana es una cultura fallida. […] Lo ‘cubano’ es una abstracción. La cultura es fruto de la imaginación de los hombres. La cultura es imaginación que la política sistematiza y la muchedumbre toma como bandera. Se aglomeran bajo una bandera, que plagió vaya usted a saber quién en una noche de insomnio, para sentirse protegidos. Y a eso le llaman cultura, al miedo. Tu país es el espacio que mejor te deja ser tú en cualquier país. La cultura eres tú” (p. 87). ¡Caramba, cómo no nos habíamos dado cuenta antes!. Sus definiciones de “Cuba”, “patria”, “cultura”, y de nuestros próceres, no tienen paralelo: “Porque Cuba no es más que imaginación, eso de ‘nuestra patria’ o ‘nuestra cultura’ no es otra cosa que el producto de la imaginación de un puñado de hombres que nos precedieron, y que en muchos casos fueron los más oportunistas o despiadados, una abstracción, una entelequia”. Luego se siente creador de una frase genial: “Usted no va a ver a ‘Cuba’ libre mientras no se libere de ‘Cuba’” (p. 99). Y es categórico cuando afirma: “O Cuba se convierte en un país posnacional o no tiene futuro” (p. 104). Es decir, no tendremos futuro si no renunciamos a lo que es nuestra razón de ser y de existir. Pero todos sabemos que quienes no tienen futuro son estos infatuados preceptores del entreguismo.

En “Vida y forma en José Martí” (2015), Velázquez involucra irreverentemente a José Martí como supuesto precursor de un posnacionalismo que no podría ser otra cosa en el mundo actual que una propuesta ideológica del imperio con la cual obtendría el desarme espiritual de la Revolución Cubana. En otras palabras, al hombre sin el cual los altos valores éticos de la nación cubana no hubieran sido alcanzados, se le convierte en abanderado de un engendro de posmodernismo donde los conceptos de patria, nación, Cuba, se desdibujan y desaparecen. El objetivo es, como en todos los demás intentos de difuminar las esencias martianas, convertir al guerrero rebelde en un ente abstracto y, por tanto, inofensivo.

Velázquez, en un artículo titulado “La mentira de que el pasado pueda mejorar el futuro” (2011) afirma que  “Todos aquellos que han hurgado en el pasado cubano no encontrarán la clave del presente y del futuro” y que “sólo el pasado nos puede dar una idea de cuánto tiempo hemos perdido sin dar el salto”. Aquí el autor se refiere a otro de sus libros:  “El salto interior, un salto al vacío creativo” (2013). Lamentablemente, parece que Velázquez ha quedado atrapado, tal vez para siempre, en ese vacío interior.

Esta línea de ataque a la raíz de nuestra cubanía tiene su epicentro en la mal llamada Fundación Liberal José Martí, dirigida en Madrid por Carlos Alberto Montaner (La Habana, 1943). Los prolegómenos se encuentran en publicaciones de este autor, sobre todo en “Claves para una conciencia en crisis” (1983). Transcribo algunos fragmentos que no requieren de muchos comentarios:

Montaner confunde, anacrónicamente, el origen y la naturaleza del nacionalismo cubano con el antiimperialismo que surge en la República mediatizada (junto con el comienzo de la etapa imperialista de Estados Unidos) principalmente a consecuencia del incumplimiento de la Resolución Conjunta y de la imposición de la Enmienda Platt; eleva a la calidad de “aliado” y “asociado” al país que convirtió a Cuba en protectorado, apoderándose de las principales riquezas del país, y califica al nacionalismo cubano de “falso”, “impostado” y sin arraigo en el pueblo: “No surgió, entonces, en Cuba, un nacionalismo erguido contra un secular enemigo del campo de batalla, sino surgió un nacionalismo debilitado por la contradicción de oponerse al aliado en la guerra y al asociado en cuestiones económicas. Era, por lo tanto, un nacionalismo impostado, esencialmente falso, que –según él-  nunca tuvo muchos adeptos en las capas populares del país” (p. 17). Más adelante, el lector se topa con una repugnante defensa de la Enmienda Platt: “[…] la incapacidad mostrada por los cubanos para negociar serenamente sus diferencias, daba la razón a quienes celebraban la existencia de un poder tutelar que impidiera el sangriento desbordamiento de las pasiones” (p. 21).

En un acápite que titula “La imposible soberanía” Montaner asegura que a principio de siglo “la soberanía, aun bajo un régimen totalmente independiente, no era más que una vaga falacia, puesto que Cuba comenzaba una era de absoluta ‘americanización’ de su modelo social”. Después aclara que no se refiere a la penetración económica “sino al total sometimiento espiritual a que el país voluntariamente se entregaba”. Y para justificar la calumnia, niega sin pudor alguno la existencia de una cultura cubana: “No podia ser de otro modo, porque Cuba carecía de impulsos culturales autónomos”. El ser cubano “se perfilaba y configuraba” […] como un ser culturalmente desvitalizado e inerme que recibía del exterior toda la savia civilizadora y la puntual dirección de su destino” (p. 23). Añade luego (p. 24): “Cuba no era y no es más que una entidad inerte moldeada al antojo de los centros creativos del planeta, a cuya cabeza, claro está, están los Estados Unidos”.

La “soberanía” para Montaner “es un mito, un modo de hablar, un vicio del lenguaje. La independencia es sólo una ilusionada quimera. Un país de las características sociales y culturales de Cuba no es otra cosa que un apéndice mimético de los centros creativos del planeta. La nación cubana no es más que una masa húmeda y dócil, a la que los líderes de la civilización, sin proponérselo, le van confiriendo un contorno y entorno grotescamente parecido al modelo que ellos van desarrollando en sus propios perímetros nacionales” (p. 25).

Solamente aquellos que conocen el pasado terrorista de Montaner y sus servicios a la CIA podrían entender su aseveración de que Estados Unidos es “el centro creativo del planeta” y Cuba “uno de sus más próximos apéndices culturales” (pp. 26-27) y su cínica consideración de que en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos “lo menos importante era la insolencia de los embajadores yanquis o el monto de la penetración financiera”. “Lo que resultaba esencial para Cuba –afirma- es que el país, como la mitad del planeta, resultaba ser un absoluto parásito social y cultural de los Estados Unidos” (pp.46-47).

Esta ofensiva  dirigida contra el corazón de la patria no encontró eco suficiente por aquellos años. Sólo la pérdida total de la vergüenza hubiera permitido secundarla. Pero, años más tarde, estas tesis apátridas cobraron nuevas fuerzas debido a la frustración crónica de la ultraderecha de origen cubano y a su rencorosa impotencia ante la consolidación de la Revolución Cubana a pesar del golpe tremendo que supuso el derrumbe del campo socialista.

Por eso, el ataque a fondo al alma de la nación se muestra por primera vez (1998) en forma vertebrada, con pretensión de coherencia, en el libro de Julián B. Sorel (8) titulado “Nacionalismo y revolución en Cuba” publicado, por supuesto, por la Fundación Liberal José Martí y con prólogo de Carlos Alberto Montaner. Sin embargo,  el libro de Sorel y los que comienzan a publicarse a partir de esta fecha, gozan de muy poca originalidad, pues recogen ideas expuestas por la socióloga e historiadora francesa Jeannine Verdès-Leroux, quien fungió como Directora del CEVIPOF, centro de investigaciones de la ultraderecha asociado al Instituto de Ciencias Políticas (“Science- Po”) de París; especialmente de su libro “La luna y el caudillo”, que sustenta, entre otras,  tesis que niegan la continuidad histórica de las luchas revolucionarias en Cuba y minimizan la heroicidad de los cubanos.

Es imposible, por supuesto, reseñar en el breve espacio de que dispongo las más de treinta obras editadas en los últimos 18 años, que se inscriben en esta ofensiva  contra la esencia de nuestra cubanía con tesis apátridas que intentan destruir a la Revolución mediante el perverso método, inédito históricamente, de minar desde sus raíces la identidad nacional del cubano.  Mi intención es más modesta: ofrecer una visión panorámica de algunas de estas obras y de sus autores  que nos sirva de alerta al mostrar como, llevados por el rencor, la frustración y el ansia de protagonismo, algunos intelectuales han caído a un plano ético tan bajo que son capaces del delirio morboso de intentar poner bajo asedio el alma de la patria.

El autor incógnito de “Nacionalismo y Revolución en Cuba” utiliza como pseudónimo, no sé con que oscura motivación, el nombre del famoso personaje de Stendhal en “El Rojo y el Negro”.  La tesis principal del libro consiste en afirmar, sin un serio análisis científico, que dos corrientes ideológicas han determinado el rumbo de la historia cubana: un “nacionalismo” que consagra “el uso de la violencia con fines políticos”,  imbricado estrechamente con “el mito de la revolución traicionada e inconclusa”, y la creencia mítica en un “destino grandioso” (pp. 25-26).

Para Sorel, considerar que las sublevaciones de esclavos, la insurrección de los vegueros y otras manifestaciones de rebeldía son precursoras de los movimientos revolucionarios de los siglos XIX y XX, pertenece “al ámbito de la ficción literaria” y son “una consecuencia más de mirar al pasado a través del prisma deformante del culto de la revolución” (p. 40). ¡Sí, el ‘culto de la Revolución’ de que habló José Martí en su discurso en el Hardman Hall de Nueva York, el 16 de octubre de 1891!.  El culpable del “revolucionarismo” cubano habría sido  el Padre Félix Varela, quien “postuló por primera vez la inexorabilidad de la revolución” (p. 42); y cita con sarcasmo la carta de José Martí a su amigo mexicano Manuel Mercado como ejemplo del “mito” del destino grandioso, de la “excelsa  predestinación del país”, de “pueblo elegido” llamado “a desempeñar un papel glorioso a escala planetaria” (p.47). Digamos de paso, que en su reciente visita a Cuba, el Papa Francisco, por el contrario, admiró la vocación de grandeza de los cubanos, heredada de nuestros próceres, y nos instó a preservarla.

El pueblo cubano –según Sorel- es un pueblo acomplejado cuya creencia en un “destino glorioso” sería “un mito compensatorio destinado a paliar el sentimiento de inferioridad que produjo en las capas ilustradas de la Isla el retraso en independizarse de España” (pp. 50-51). La versión aceptada de la Guerra de los Diez Años “tiende a convertirse en hagiografía patriotera al servicio del culto de la revolución” y “configura una visión a la vez mítica y provinciana del ‘conflicto fundacional’ “ (p. 58). Más adelante, la emprende contra los símbolos sagrados de la patria. La bandera –para él- no es más que una versión de la texana; el himno es una marcha de una ópera de Mozart; y califica de anexionista a la Asamblea de Guáimaro (p.59). Estados Unidos en 1902 sólo dejó a Cuba de soberanía la bandera y el himno; estos apátridas son peores, pretenden no dejar nada. Al conflicto fundacional Sorel lo califica posteriormente (p. 63) como “equívoco fundamental” ya que considera que los cubanos vivían en el mejor de los mundos bajo el dominio colonial español  y el movimiento separatista era demasiado débil para enfrentar el poder militar de la metrópolis.

Los movimientos revolucionarios que tuvieron lugar  durante el siglo XX, que incluyen las luchas contra las dictaduras de Gerardo Machado y de Fulgencio Batista, son calificadas como “algaradas, reyertas de bandería y sangrientas rebatiñas por el poder que llegarían a ser endémicas en la era republicana” y tuvieron como causa el “mito” –consolidado durante la Guerra de los Diez Años- de un destino grandioso sólo alcanzable mediante la revolución” (p. 66). Otra de las consecuencias ideológicas de la Guerra Grande –continúa  Sorel- “fue que dio origen al mito de la revolución frustrada o inconclusa, corolario del culto de la revolución” (p. 68). Con respecto a la Guerra de Independencia, afirma que “la revolución no fue la guerra ‘pensada y magnánima’, ‘culta y necesaria’, ‘sana y vigorosa’, ‘entera y humanitaria’ que auguraba el Manifiesto de Montecristi –y que Martí exaltaba como forja de virtudes cívicas- sino el desencadenamiento de los peores instintos de las masas hasta poco antes esclavas” (pp. 78-79).

A criterio de este autor, al igual que la Guerra de los Diez Años, la del 95 era también innecesaria pues “poco hubo, en las transformaciones económicas, políticas o sociales que la Isla experimentó en la etapa de 1880 a 1895, que avale la tesis de la inevitabilidad de otra revolución separatista” que, al no contar con “la adhesión mayoritaria de la población” tuvo que “recurrir al terror en una escala que un movimiento más popular habría considerado innecesaria o aun contraproducente” (p 81).

La intervención militar norteamericana del 98 la justifica “como una consecuencia directa del planteamiento estratégico de los patriotas cubanos y de la aplicación de tácticas basadas en el empleo del terror revolucionario” (p. 83). Considera que fue posible la penetración cultural imperialista porque “los cubanos carecían de una cultura autónoma sólidamente arraigada y de valores propios que oponer al dinamismo de la civilización anglosajona” (p. 97). El “antiyanquismo cubano” habría nacido reforzado por la prédica de José Martí contra la expansión del coloso del norte y “pasó a ser componente indispensable del mito de la revolución inconclusa” (p. 95) Este “mito”, “merced al antiimperialismo’ empezó a incorporar elementos del pensamiento marxista” (p. 100).

La lucha contra Machado “tuvo toda la sordidez del terrorismo urbano” y la asimilación del hampón con el revolucionario facilitó “la legitimización del terror como instrumento de la lucha revolucionaria en la década de los años cincuenta” (pp. 110-111). El ataque al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 desencadenó “la espiral de terrorismo” que “se inscribía perfectamente dentro de ese nuevo enfoque maximalista, orientado a impedir cualquier solución negociada de la crisis” (p. 120).

Por último, y he citado sólo ejemplos de los conceptos más venenosos, Sorel concluye que “la historia de Cuba, de 1823 a estos años finales del siglo XX, podría resumirse en la crónica de la génesis, maduración, plenitud, decadencia y consunción del mito del destino nacional glorioso sólo realizable mediante la revolución” (p.183).

En el mismo año (1998) de la publicación en Madrid por la Fundación Liberal del libro de Sorel, tuvo lugar en Miami (¿casualidad?) un ciclo de conferencias titulado: “La Nación Cubana: Esencia y Existencia”, organizado por el Instituto Jacques Maritain. Las charlas y conferencias, así como algunas intervenciones de los panelistas fueron recopiladas en un libro publicado al siguiente año (1999).

En una de las conferencias, Luis A. Gómez Domíguez, autor de “Cuba: la nación que agoniza” (1991), afirma que desde que España se resistió a la independencia de la Isla, los cubanos “llevamos a cuestas el mito de la revolución como mejor solución a nuestros problemas políticos, económicos y sociales”.  Obsérvese, que esta tesis de considerar a la revolución comenzada en Yara como un mito, negando de un plumazo más de un siglo de luchas heroicas de nuestro pueblo, se desarrolla simultáneamente en Madrid y en Miami, y este eje M-M apátrida continuaría sin descanso hasta el presente en su labor de minar la conciencia colectiva de nuestra historia y también al resto de los ingredientes esenciales de nuestra nación.

La última conferencia del ciclo fue impartida por Rafael Rojas (Santa Clara, 1965) pionero también y tan prolífico como Montaner en esta corriente de tergiversaciones sistemáticas y delirantes de la historia patria. En un alarde de erudición cita, en menos de una cuartilla, a una docena de autores de habla inglesa, alemana e italiana y da, con Aristóteles, un conveniente toque docto de filosofía helénica. Pero cuando pasamos del peripato y de lo que dijeron otros a lo que dice Rojas, nos encontramos con un bodrio que se inicia con la afirmación de que “el nacionalismo cubano es una mentalidad, un discurso y una práctica cultural de ciertas élites criollas, sobre todo blancas y mestizas, de los dos últimos siglos”. Pero hace dos siglos la nación cubana apenas comenzaba a forjarse y el nacionalismo cubano tuvo su génesis en las guerras de independencia a partir del patriotismo, la lealtad a la causa liberadora y la formación de una conciencia nacional, que no fueron patrimonio exclusivo “de ciertas élites criollas”. Por el contrario, lo que sí primó en “ciertas élites” fue el antinacionalismo, expresado en el anexionismo primero y, posteriormente, en el plattismo.

A continuación, Rojas nos regala la perogrullada de que “la nación cubana es la hechura social de pequeñas y grandes inmigraciones” y en la enumeración olvida (quién sabe por qué), a libaneses, sirios, polacos, haitianos y otras nacionalidades que han dejado honda huella en nuestra historia, mientras incluye (sí sé por qué) a la inmigración rusa, relativamente insignificante.  Su definición, además, sería aplicable a cualquiera de las naciones del continente americano y, muy probablemente, a cualquier nación del planeta.

Rojas cree ver, en la obra de algunos escritores del ‘exilio’ y de Leonardo Padura en La Habana, “los indicios literarios de una ciudadanía postnacional en Cuba, es decir, ciudadanos del futuro con una identidad nacional fragmentada  (eufemismo por apátridas); y concluye su conferencia deslumbrando a los oyentes con un juego de palabras que seguramente sin entender aplaudieron: el genial disparate de que estos indicios “tal vez no sean más que el vislumbre, acaso fallido, de una nación sin nacionalismo”.

Me he extendido demasiado y dejaré para una próxima entrega la continuación de esta panorámica de la ofensiva apátrida contra la nación cubana. Creo necesario que todos conozcamos como piensan, escriben y actúan estos odiadores y por qué utilizan como arma el difamar de sus propias raíces, para que meditemos en lo que serían los destinos de la nación si los que así piensan de Cuba, de los cubanos y de la cubanía, lograsen alguna vez el imposible de regresar como dueños a nuestra tierra. Sin la continuidad espiritual con las generaciones heroicas que nos precedieron sería imposible edificar la sociedad socialista que pretendemos. El éxito y la singularidad de la Revolución Cubana estriban precisamente en su consecuencia con la tradición revolucionaria que, desde Varela hasta nuestros días, al poner siempre en el centro el sentido de la justicia y de la dignidad humana, enriqueció espiritualmente a nuestro pueblo y lo dotó de la integridad y la fuerza necesarias para obtener sus victorias. ¡Qué revolución podría haber si lograsen robarnos el alma de la Patria!.

OBRAS CITADAS

Collazo, Enrique, Angel Velázquez Callejas y Armando Añel: “Cuba, el problema y su solución”, Neo Club Ediciones (coautores, 2014).

Gómez Domínguez, Luis A.: “Cuba, la nación que agoniza”, Las Américas, Nuev York (1991).

Idem: “El desarrollo de las naciones modernas”. En: “La nación cubana, esencia y existencia”, Inst. Jacques Maritain, Ed. Universal, Miami (1998).

Montaner, Carlos Alberto: “Claves para una conciencia en crisis”, Editorial Playor (1983).

Rojas, Rafael: “Diáspora y Literatura. Indicios de una ciudadanía postnacional”. En: “La nación cubana, esencia y existencia”, Inst. Jacques Maritain, Ed. Universal, Miami (1998).

Sorel, Julián B.: “Nacionalismo y Revolución en Cuba”, Fundación Liberal José Martí, Madrid (1998).

Velázquez Callejas, Angel: “El salto interior”, Neo Club Ediciones (2011).

Idem: “La mentira de que el pasado puede mejorar el futuro”, Neo Club Press, Miami, nov. 30, 2011.

Idem: “Adiós al héroe: José Martí y el posnacionalismo”. Alexandra Library (2013).

Idem: “Cuba, genealogía del espíritu nacionalista: el mito Bayam”, Miami (2013).

Idem: “Vida y forma en José Martí”, Neo Club Press, Miami (2015).

Verdès-Leroux, Jeannine: “La lune et le caudillo. Le rêve des intellectuels et le régime cubain”, L’ARPENTEUR, Gallimard (1989).