Pearl Harbor
Cuentan que el pundonor militar excluye la venganza contra el enemigo
vencido, o contra aquel que alguna vez venció. En el caso de Estados
Unidos existen al menos dos excepciones. El primero involucró al
Almirante Isoroku Yamamoto, el más famoso militar japonés, autor del
plan de bombardeo a Pearl Harbor. El otro ocurrió hace apenas unos
días cuando el general iraní Qasem Soleimani, sorprendido, engañado, o
traicionado fue víctima de una emboscada aérea, cuya moralidad ha sido
cuestionada.
Isoroku Yamamoto, Jefe de la Flota Conjunta de Japón, comenzó su
carrera por los Estados Unidos cuando fue enviado a la Universidad de
Harvard, y luego nombrado agregado naval en la embajada japonesa en
Washington. Estuvo en Seattle, Chicago, Nueva York, y Londres. Recibió
una invitación de Adolf Hitler la cual declinó. En 1936 fue nombrado
viceministro de marina.
En 1939, siendo comandante de la Flota Combinada de Japón, Yamamoto
concibió la idea golpear decisivamente a la flota norteamericana del
Pacifico. El fulminante ataque a Pearl Harbor, se llevó a cabo el 7 de
diciembre de 1941. En unos minutos 20 grandes buques de guerra, 200
aviones y 3.000 efectivos fueron puestos fuera de combate. Un día
después, Estados Unidos declaró la guerra a Japón. La pírrica victoria
le costó la vida.
A principios de abril de 1943 en Camp Henderson, Guadalcanal, se
interceptó un radiograma revelador de que Isoroku Yamamoto, almirante
jefe de la Flota Conjunta de Japón, inspeccionaría las posiciones en
la isla Bougainville. Con la certeza de que se había puesto al alcance
de la aviación de Estados Unidos, se dispuso lo necesario para darle
caza. Según se afirma, el presidente Franklin D. Roosevelt aprobó el
plan ejecutado el 17 de abril de 1943.
Para la misión se formó un escuadrón de 18 aviones Lockheed P-38
dividido en dos grupos. Catorce aviones se concentrarían en
neutralizar los seis cazas de la escolta, mientras cuatro aparatos se
destinaban a abatir la nave del almirante.
Volando a ras del agua con los radios apagados los estadounidenses se
aproximaron a la zona de operaciones. Avistada la formación nipona,
los aviones tomaron altura desplegando el orden de batalla. Al
percatarse de la emboscada, los pilotos japoneses emprendieron un
feroz y desigual combate, para cubrir la nave insignia que trataba de
alejarse rumbo a Bounganville. En la acción, un aparto norteamericano
logró colocarse sobre el avión de Yamamoto, ametrallándolo hasta
abatirlo.
Más de setenta años después, otro presidente, Donald Trump, dio luz
verde a una operación de venganza, curiosamente mediante otra
emboscada aérea, esta vez en el aeropuerto de Bagdad, para liquidar al
general iraní Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds
(Jerusalén), que con su invisible tropa, altas dosis de violencia y
muchísimo dinero, forjo instrumentos letales de la política exterior
de Irán durante más de 20 años.
Se afirma que la muerte de Yamamoto tuvo un efecto desmoralizador
sobre el aparato militar nipón. Nadie sabe a qué conducirá la de Qasem
Soleimani. Se clama venganza, aunque se conoce que la doctrina de “ojo
por ojo y diente por diente”, conduce a un mundo de ciegos y
desdentados. “La paz no es un camino, sino el único camino”. La
frustración, la furia y la ira pueden hacer a un país más agresivo,
aunque no lo harán más fuerte ni más justa su causa. Allá nos vemos.