Lograr la paz y honrar la condición humana


Descartando la historia geológica, imprescindible para desentrañar la génesis y evolución del medio natural en que se desarrolla la especie humana, afirmo que en términos estrictamente científicos, ninguno de los siglos o milenios que forman la andadura humana es “mejor” que otros, porque cada uno es un eslabón imprescindible del proceso de evolución orgánica y progreso cultural mediante el cual apareció la vida, la vida inteligente, la especie humana y la cultura universal expresada las diferentes culturas, civilizaciones naciones y estados.
Al mismo tiempo, comparto el criterio de Karl Marx de que “Ninguna época histórica se juzga por la opinión que tenga de sí misma”. La historiografía real (antes y después de la invención de la escritura) abarca períodos de cientos de años, incluso épocas completas y no es exclusivamente política, sino también económica y social y se escribe en pasado. Los debates son mínimos porque los protagonistas están muertos y la evaluación alude a sus legados, no a sus opiniones.
Quienes hacen la historia y quienes la cuentan son personas diferentes, separadas a veces por siglos. La historia es una ciencia porque los acontecimientos son dilucidados por historiadores profesionales a partir de metodologías científicas, no por políticos que asumen los acontecimientos desde perspectivas partidistas o y/o ideológicas, no científicas, que a veces son sumamente valiosas, no obstante, no existe la historia reciente. Forzando una analogía lingüística, pudiera decirse que la verdad histórica es fiambre, algo que se consume frio, mucho tiempo después de haber sido elaborado.
A diferencia de lo ocurrido en los siglos XVIII, XIX y parte del XX cuando en Europa imperaban las monarquías, Asia, Africa y América se encontraban bajo el dominio colonial, y en todas partes se luchaba por cambiar el orden político y social vigente y las clases sociales se disputaban el poder, el siglo XXI se caracteriza por un nivel de satisfacción, no exento de enormes contradicciones y de luchas, de avances hacia la paz social.
Aunque muy graves y peligrosos, los conflictos de hoy son básicamente de carácter internacional e identidad indefinida. El presente siglo se inició sin colonias y prácticamente sin dictaduras, con un sistema de instituciones y de regulaciones internacionales, cercano a lo idóneo y, aunque según autorizados criterios, la desaparición del socialismo real y el colapso de la Unión Soviética fueron hechos desafortunados, lo cierto es que suprimieron la contradicción Este-Oeste.
Con toda y su peligrosa opulencia, los tira y jala de Rusia y Estados Unidos y de esta potencia con China, la guerra en Ucrania, las cada vez menos diferencias de Israel con los estados árabes y la abusiva confrontación con Palestina, son procesos circunstanciales ninguno de los cuales posee potencial socio económicos capaces de transformar el mundo.
A pesar de dos guerras mundiales, la persistencia del neocolonialismo, numerosas intervenciones de carácter imperial y la subsistencia de la pobreza y las desigualdades, el siglo XX fue de un impresionante auge económico y social, afirmación de las identidades nacionales y notables avances de la democracia.
En esa centuria avanzaron las corrientes y procesos socialistas, se realizó la anhelada unión económica, política y monetaria de Europa, prosperaron la formación de la nacionalidad y la ciudadanía europea y surgieron las políticas sociales y la jurisprudencia común. Tuvo lugar el impetuoso y multifacético desarrollo de China que se sumó a Japón como potencias del Oriente, seguidas por India, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Singapur e Indonesia países emergentes.
Africa registró impresionantes avances y uno de sus estados, Sudáfrica se integra a la vanguardia mundial.
Lamentablemente en Oriente Medio, el colonialismo frenó el desarrollo en una etapa decisiva, mientras el conflicto entre árabes e israelíes y entre israelíes y palestinos, así como la irrupción del terrorismo de matriz confesional y la intervención de entidades religiosas en la política, han conspirado contra el progreso político de sociedades económicamente solventes.
Los aproximadamente 200 países que forman la bien llamada comunidad internacional, un conglomerado de estados independientes sin motivos para la confrontación, asumen como válido el orden internacional vigente con la ONU como eje y se consagran a progresar dentro del status quo reinante. No obstante, unos pocos, algunos por razones circunstanciales, y con escasa capacidad de convocatoria, se pronuncian por cambiar el orden internacional.
Es curiosa la paradoja de algunos líderes que proponen cambiar el mundo rechazan las demandas de cambios en sus países, no toleran el disenso y excluyen toda oposición.
No obstante, conflictos que pudieron ser evitados que implican a los países económicamente más avanzados y solventes y políticamente más estables, se han enzarzado en guerras que pudieron ser evitadas. Paradójicamente, esos mismos países y no otros deberán encontrar el camino de la paz antes de que una guerra capaz de exterminar la civilización humana los encuentre a ellos. Allá nos vemos.

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