A qué se debe la influencia mundial de Estados Unidos?

¿A qué se debe la influencia mundial de los Estados Unidos?
Jorge Gómez Barata
Por razones tan conocidas como difíciles de resumir, algunos líderes creen que el mundo sería un lugar mejor si el ahora llamado “occidente global”, incluidos los Estados Unidos decayeran y cedieran el liderazgo que, en prácticamente todos los aspectos han ejercido, Europa desde el Impero Romano y Estados Unidos desde hace más de 300 años. La pregunta sin respuesta es cómo serían la configuración y la convivencia planetaria si ello ocurriera.
¿Acaso quienes promueven esta idea tienen un modelo político, una nueva economía y patrones culturales sustitutos?  ¿Se dispone de certezas o se trata de un experimento que involucra a casi ocho mil millones de personas?  ¿Se tienen seguridades o es otra propuesta de avanzar hacia lo ignoto? ¿Será sólo retórica? En cualquier caso, recomiendo cautela. Aunque en escalas más modestas se han emprendido aventuras de ese carácter que han terminado en apresurados regresos al punto de partida.
Según el relato vigente, la especie humana, dotada de libre albedrío, sin bienes, sin armas y sin un destino prediseñado; desde cero, debutó en un punto del planeta, se dispersó por todas las latitudes, adquirió colores y fisonomías y así, aisladas las unas de las otras, las culturas y civilizaciones avanzaron de modo paralelo, crearon y lucharon sin saber si existía un destino común. En esas andaduras cada una aportó lo suyo a la gran historia universal.
Por razones conocidas, en unas regiones se avanzó más rápido que otras en áreas fundamentales, circunstancias que determinaron el estatus de cada una. Constatar que Europa lo hizo a mayor velocidad es reconocer un dato de la realidad, tanto es así que 300.000 años después la brecha entre ella y la mayor parte del mundo subsiste.
Antes de Marco Polo (1254) Asia se había conectado por tierra con Europa descubriendo las potencialidades de los intercambios comerciales y culturales mutuos, aunque carecía de medios para realizarlos en una escala económicamente significativa. En tales circunstancias los europeos que disponían de la ingeniería naval más avanzada y en grandes buques podían navegar más allá del horizonte, comprendieron que a lomos de camello y mulos no se podían asumir las expectativas de entonces.
La respuesta fue la aventura atlántica, iniciada por Cristóbal Colón y continuada por la más impresionante leva de emprendedores que la humanidad ha conocido y que no solo llegaron y se establecieron en el Nuevo Mundo, sino que encontraron un nuevo océano por el cual, no solo se llegaba a Asia, sino que se le daba la vuelta al mundo. Karl Marx lo cuenta así:
“El descubrimiento de América y la circunnavegación de África abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso…El mercado de China y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido…Los mercados seguían dilatándose, las necesidades seguían creciendo. Ya no bastaba la manufactura. El invento del vapor y la maquinaria vinieron a revolucionar el régimen industrial de producción…La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América.  El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra…”
Se trata de hechos, no de elucubraciones. En esas andaduras, como parte de la revolución acaecida en el Nuevo Mundo, el lugar donde los pueblos comenzaron a rebelarse con éxito de la opresión y, en 100 años crearon más de 20 repúblicas, aparecieron los Estados Unidos, la única superpotencia que fue colonia y que favorecida por la conducción de una esclarecida vanguardia revolucionaria, crearon la primera república democrática y el primer estado de derecho que, aplicando la más avanzada doctrina económica, sumando emigrantes de todo el mundo, explotaron con éxito enormes riquezas naturales. El conjunto los convirtió en el fenómeno geopolítico más notable de la era moderna.
El proceso no obedece a ninguna predestinación. Un amigo y conocedor me escribió: “Tal vez la eficiencia cultural que hace de ellos un paradigma, sea una de las mayores fortalezas que sostienen la hegemonía de los Estados Unidos…” Tal vez digo yo; efectivamente de cultura se trata.
Aunque es poco probable que ocurra a corto plazo, quizás llegue el día cuando algún país produzca más riquezas, tenga más bombas y misiles, portaaviones y submarinos nucleares y en sus bancos se acumule más oro que en los de Estados Unidos, lo cual no necesariamente significará que ejerza un liderazgo comparable al suyo. Aunque con muchos detractores y adversarios, nunca hubo un país con más admiradores, clientes, aliados y socios que los Estados Unidos, cosa que tal vez sea un fenómeno irrepetible.
Ocurre así porque el liderazgo de los Estados Unidos no se asienta sólo en la solvencia económica, el poder y la fuerza, sino en los aportes civilizatorios, especialmente en materias de ciencias, tecnologías e innovación, la gerencia y los negocios, el cine, la música y la narrativa y en algunos gestos que la humanidad aprecia, como fue su papel al constituir y liderar la coalición que derrotó al eje fascista en la II Guerra Mundial. Algunos países critican o confrontan a los Estados Unidos, pero ninguno lo hace por lo que Estados Unidos es, sino por lo que hace.
Los aportes realizados a la civilización humana no exoneran a los Estados Unidos de las máculas incorporadas por la extensión de la esclavitud y la segregación racial, ni de sus prácticas imperiales que incluyen el intervencionismo y el despojo de riquezas y tierras ajenas, de la tolerancia y el apoyo a las oligarquías y a las dictaduras, de sus abusivas intervenciones ni de sus aprestos bélicos y su preferencia por las soluciones violentas. No obstante, su ruina ni su decadencia que tal vez lleguen, no son ahora deseables ni provechosas ni es inteligente apurarlas.
La influencia económica y cultural de los Estados Unidos es tal que, como ya ha ocurrido, sus crisis no se viven sólo al interior de sus fronteras, sino que transversalizan la economía mundial. La prosperidad económica estadounidense es un factor favorable al progreso general.
Ahora, en un momento crítico para ellos y para la humanidad en su conjunto, hay elecciones allí y como dijo la candidata con mejor perfil: “Regresa la esperanza…” Las esperanzas, digo yo, no son hechos sino presunciones y líneas de deseos. Me gustaría abrigar esperanzas, cosa preferible al apocalipsis. Allá nos vemos.

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