La única actividad económica internacional de la antigüedad que en lugar de desaparecer crece es el comercio marítimo imprescindible para el funcionamiento de la economía global. Todas las potencias económicas (excepto Rusia), son potencias navales. La principal de ellas es Estados Unidos con costas económicamente relevantes en tres océanos, Atlántico, Pacifico y Ártico, a lo cual se añaden el Golfo de México y el Mar Caribe.
La piratería cuyo origen se remonta a épocas anteriores a Jesucristo, se expandió en la llamada “Costa de los piratas” en el entorno marítimo formado por Golfo Pérsico, Golfo de Adén, el Mar Arábico y el Océano Indico que luego de la apertura del Canal de Suez se extendió al Mar Rojo, espacios donde ha regresado con una intensidad que conlleva implicaciones globales y puede afectar la seguridad internacional y la paz mundial.
La primera guerra en ultramar, librada por Estados Unidos fue contra los piratas bereberes (1801-1805), conocida también como Guerra de Trípoli, que implicó a varios estados de la región (Argelia, Marruecos, Túnez y Libia) y al Imperio Otomano. Aquella guerra puso fin a la actividad de piratas y corsarios bereberes que durante décadas atacaban a los navíos, entre ellos a los estadounidenses en el Mar Mediterráneo, los cuales eran saqueados y secuestrados y se les exigía tributos para navegar.
Operando desde puertos italianos a partir de 1801, naves estadounidenses atacaron naves y ciudades berberiscas, incluida Trípoli. La contienda finalizó cuando tropas estadounidenses tomaron la ciudad libia de Derna, la primera ocasión que la bandera de los Estados Unidos ondeó en suelo extranjero. En junio de 1786, Marruecos que había sido el primer estado en reconocer a los Estados Unidos, suscribió con ellos un tratado para poner fin a la piratería.
En las américas, la piratería naval fue un derivado de la conquista y los piratas los primeros actores “no estatales” de la política internacional y tal vez los primeros terroristas en esa escala que, aprovechando la rivalidad entre las potencias europeas de entonces, operaron en El Caribe, el Golfo de México y el Atlántico. Cuando no había buques que robar, atacaban las ciudades, las saqueaban y con frecuencia las incendiaban.
Más del 90 por ciento del actual comercio mundial de cargas secas, principalmente contenedores y, casi el 100 por ciento del petróleo y el gas que se comercializa internacionalmente y que alimenta la economía mundial se transporta por mar. En esa actividad participan unos 100 mil buques. En 2019, previo a la pandemia, alrededor de 30 millones de personas viajaron por mar en transatlánticos de pasajeros, cruceros turísticos, buques de carga y embarcaciones privadas, los cuales tienen que lidiar hoy con nuevos piratas.
En el pasado reciente, algunos indignados luchadores populares, cedieron la tentación de acudir a prácticas terroristas y algunos países han practicado el terrorismo de estado. El auge del terrorismo que incluyó el secuestro y el ataque contra naves aéreas y embarcaciones y sabotajes como los de Al-Qaeda, el Estado Islámico y otras organizaciones de análogo perfil, condujeron al consenso de que no existe “terrorismo bueno” y que ninguna causa o coyuntura justifica su utilización. Tampoco “piratería buena ni imperios generosos”.
Al propio tiempo, tampoco es admisible que en la lucha contra las actuales manifestaciones de piratería marítima se libre una guerra desproporcionada como ocurrió con posterioridad a los sucesos del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York que se basó en métodos violentos y exclusivamente militares. No es aceptable que estados constituidos ofrezcan apoyo, armas y cobijo a los piratas.
A las nuevas y peligrosas manifestaciones de piratería, que además de perjudicar el comercio y poner en peligro a buques que transportan petróleo, gas y productos químicos y pueden conducir a catástrofes ambientales se suma la violenta desmesura de las potencias que se aprestan a combatir piratas con portaaviones, y misiles.
A las tensiones regionales creadas por los conflictos en Siria y Yemen que implican a terceros países, entre otros a Estados Unidos, Rusia, Irán y Arabia Saudita, se suman el ataque de Hamas contra Israel, la masacre israelí contra la población de Gaza, los atentados en Líbano e Irán y la desproporcionada respuesta de Estados Unidos y la OTAN a la piratería en el Mar Rojo, indican que, probablemente haya alguna mano no tan invisible tratando de desatar una conflicto militar regional de grandes proporciones.
Las nuevas manifestaciones de piratería requieren de formas de lucha que tengan en cuenta el diálogo, la negociación y la presión política sobre los estados presuntamente implicados. Combatir la violencia con violencia y aplicar la fórmula de ojo por ojo y diente por diente, según Nelson Mandela: “Conduce a un mundo de ciegos y desdentados”. El camino es otro y es conocido. Allá nos vemos.
Guerrillas en el mar
Expresar solidaridad con el martirizado pueblo palestino o tratar de contener la masacre de Israel contra Gaza, desplegando la piratería en el Mar Rojo o el Golfo de Adén, recuerda el empeño por apagar un fuego arrojándole gasolina. De ese modo se puede perjudicar la economía global, poner en riesgo a las tripulaciones que suelen ser internacionales, incrementar las crisis económica y energética, generar inestabilidad o ampliar las guerras, pero no alcanzar la paz que Palestina necesita.
El Mar Rojo entró en la historia ligado a judíos y palestinos. Según el relato bíblico “Éxodo”, perseguidos por los egipcios, los hebreos llegaron a la costa del Mar Rojo rumbo a Palestina, momento en que Dios obró el milagro de separar sus aguas para darles paso, arrojándolas después sobre los perseguidores.
Luego aquel espejo de agua se tornó irrelevante hasta que, en 1969 se inauguró el Canal de Suez, otro milagro, esta vez de la ingeniería, que convirtió sus aguas en puente entre el Mar Mediterráneo y el Océano Índico, Asia y áfrica del Norte que, con el crecimiento del papel del petróleo en la economía global, se transformó en una vía trascendental por la cual circulan más de 22.000 buques al año los cuales operan cerca del 15 por ciento del comercio mundial y el 40 por ciento del referido al petróleo.
El Mar Rojo recuerda un canal de 2.000 km de largo y 355 de ancho con acceso, al norte es el canal de Suez y por el sur el estrecho de Bab el-Mandeb, una garganta de apenas 30 kilómetros de ancho.
En sus riberas conviven 10 estados (Djibouti, Egipto, Jordania, Arabia Saudita, Etiopía, Eritrea, Sudán, Somalia, Israel y Yemen), ninguno de los cuales está interesado en lanzarse a la guerra contra Israel ni en sufrir consecuencias por brindar apoyo a la piratería. Estos países ejercen soberanía en los respectivos tramos de costa y sobre alguna de las 90 islas existentes en su curso.
Los supertanqueros procedentes del Golfo Pérsico, de diversas banderas y pertenecientes a todas las grandes compañías navieras, cargados con alrededor del 40 por ciento del petróleo que se consume en el mundo, salen por el Estrecho de Ormuz y ponen rumbo a todos los mares del mundo.
Los que llevan crudo a Europa y Estados Unidos giran a la derecha, navegan unos tres mil kilómetros por el Océano Indico, transitan por el golfo de Adén (controlado por Yemen y Somalia), ingresan al Mar Rojo por el estrecho de Bab el-Mandeb, remontan sus 2000 kilómetros y, por el canal de Suez, salen al Mar Mediterráneo, cruzan el Estrecho de Gibraltar y por el Atlántico llegan hasta las refinerías del Golfo de México al cual ingresan cruzando entre la península de La Florida y Cuba. Este recorrido suma unos 17.000 kilómetros.
Si, debido al actual auge de la piratería, las grandes compañías navieras evaden la ruta del Mar Rojo, los buques están obligados a tomar por el Océano Índico y bordear el continente africano, doblar por el Cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica y tomar el Atlántico hasta el Golfo de México lo cual suma unos 8000 kilómetros, varios días de navegación y costos al recorrido.
Los buques procedentes de Asia, incluidos los de bandera de China, India, Japón, Corea, o que transportan cargas de esos países hacia Europa, Estados Unidos o América Latina, transitan por el Mar Rojo en busca del Canal de Suez, el Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico
Según se afirma, los ataques más recientes, han sido realizados por combatientes hutíes de Yemen en solidaridad con Palestina. ¿Quiénes son los hutíes?
El movimiento Ansar Allah, (Partidarios de Dios), conocidos como hutíes, son una entidad tribal, confesional de matriz musulmana chiita, liderados por la familia Al Huthi, de la que toman su nombre. En 2004 se declararon en rebelión contra el Gobierno de Yemen. Desde entonces, con apoyo extranjero, ha crecido hasta sumar 100.000 efectivos militares, los cuales disponen de armamento moderno, incluso embarcaciones artilladas y misiles, lo cual los convierte en el ejército no estatal más grande del mundo.
No obstante, su armamento y apoyo extranjero no son suficientes para enfrentar el poderío naval de diez países, varios de ellos potencias navales miembros de la OTAN que, convocados por Estados Unidos, se disponen a enfrentar la amenaza pirata y mantener abiertos a la navegación el Mar Rojo y las rutas aledañas.
Abrir un nuevo foco de conflictos que puede involucrar a varios estados en una región sobrada de tensiones, no parece ser una buena idea, sobre todo cuando no puede tener un desenlace favorable a ninguna causa popular, patriótica ni antiimperialista. Allá nos vemos