En las sociedades preindustriales, épocas en las cuales no se había inventado la democracia y, excepto la iglesia, no existían instituciones, el poder se ejercía de modo personal, los esclavistas, señores feudales y monarcas lo asumían por herencia o por la fuerza. Las relegadas masas no intervenían y la política no existía.
Los tiranos no necesitan convencer, despertar simpatías ni elaborar consensos, se está con ellos o contra ellos y, en lugar de promesas, como hacen ahora, los políticos proferían amenazas. Así es Donald Trump que podía firmar el apotegma de “El estado soy yo”.
No es el primero, alguno de sus predecesores practicó la “Diplomacia de cañoneras” y Gran garrote” o Big Steick y hubo uno que motivó el traslado a la política de la fábula del Tiburón y la sardina. Ningún mandatario lo hizo con tanta prepotencia y mal gusto como el actual.
Para no hablar de acciones internas como los intentos de negar la ciudadanía a nacidos en Estados Unidos, una conquista de los tiempos de Lincoln, la pretensión de retirar las ayudas federales a sectores e individuos que las necesitan, el mal trato de oficio a indocumentados, personas humildes que buscan en Estados Unidos el amparo y las oportunidades prometidas por el “sueño americano” que les prometieron para ahora ser homologados con criminales.
Él mismo advirtió a quienes con sus votos lo llevaron al poder: “¡Les va a doler!”. El promotor de estas acciones podía firmar el apotegma atribuido a Luis XIV: ¡Lʹétat, cʹest moi!
Respecto a los ámbitos internacionales es difícil decir si Trump ha entrado, “pisando fuerte” o dando traspiés porque, en un país que, aunque tiene críticos, apenas enfrenta enemigos, ha debutado avasallando a sus aliados.
México el vecino más cercano de los Estados Unidos, su principal proveedor y cliente, y Canadá, económica y afectivamente tan cercano que a veces parecen ser idénticos, así como la Unión Europea con la que los unen vínculos familiares, han sido agredidos con aranceles asfixiantes y amenazas existenciales como aquella de declarar terroristas a entidades respecto a la cuales, Estados Unidos se siente con derecho a proceder como si estuviera en algún oscuro rincón del mundo.
Por ahora las notas más brutales y degradantes han sido protagonizadas contra Colombia cuyo presidente, aunque rudamente maltratado, aprovechó un pequeño margen para evitar una desmesurada respuesta a una medida a la cual, aunque tenía derecho, resultó temperamental. Por su parte, Panamá ha salido peor porque, sin opciones, ha cedido al máximo y, contra las cuerdas, antes de comenzar la batalla, “tiró la toalla”.
China, que trata de evitar una confrontación comercial que puede administrar y a quien aranceles del 10 por ciento u otros porcentajes, no le quitan el sueño, debe aquilatar la actitud inconsecuente de un gobierno con el cual negoció y estableció obligaciones mutuas y al primer ladrido levantó bandera blanca. En cualquier caso, la batalla económica y política en el escenario latinoamericano ha comenzado y es de pronóstico reservado.
De Cuba no digo nada porque desde hace mucho, la frustración del imperio radica en que no puede hacer nada contra ella porque lo ha hecho todo. Quien no aspira a mucho y no tiene nada que perder, puede resultar un adversario formidable. No hace falta dar tiempo al tiempo, Trump es predecible. Allá nos vemos.
Presentación de credenciales
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