Murió Alejandro. La noticia me despertó esta mañana y fue como si me hubieran dado un porrazo. Alejandro era un muchacho sencillo, un hombre “común”. Un joven cubanoamericano a quien una enfermedad terrible le arrebató la vida. Cosas que pasan, ¿no?
Muchos no sabrán de quién hablo. Ya les dije que era un tipo común, como uno de esos amigos que conocemos desde la infancia; un hijo de vecino que siempre está ahí para tender la mano; un pedazo de pan.
No hizo nada sorprendente salvo trabajar como un mulo toda su vida, fundar una familia, ser buen hermano, esposo e hijo. Ayudó al prójimo. Le ponía ternura a todo lo que tocaba. Y esa ternura la llevaba en la mirada. Era de pocas palabras. Pero en sus ojos brillaban los anhelos y sueños de Boca de Camarioca y de Matanzas.
Murió Alejandro. Un ciudadano más. Un ser humano magnífico que admiré mientras caminábamos, desde Miami a Washington D.C. el verano pasado, para pedir el fin del bloqueo contra Cuba. Lo vi cruzar el puente de Arlington cantando “Al combate corred bayameses”. Y plantarse frente a la Casa Blanca para decirle a Biden: ¡Levante las sanciones que asfixian a mi Patria! Cosas simples, es verdad, pero también extraordinarias.
¡Cuba! ¡Un minuto de silencio! ¡Murió Alejandro Domínguez! ¡El hermano, amigo, esposo, hijo! ¡Un constructor de #PuentesDeAmor! ¡Un héroe anónimo de la familia cubana!
Carlos Lazo
16 de noviembre de 2021