
Se atribuye a Bill Gates haber dicho: “Si la industria automovilística hubiera avanzado al ritmo de la informática, los autos irían a la Luna”. También, si las prácticas de gobierno fueran equivalentes al progreso general, la humanidad sería más justa y más feliz.
Debido a una extraña paradoja, el ámbito más atrasado de la vida social es la esfera política y de gobierno. Mientras se registran impresionantes avances en las ciencias y las tecnologías, se adelanta en la preparación de viajes interplanetarios y prospera la inteligencia artificial, las sociedades son gestionadas mediante criterios arcaicos.
La democracia que es la categoría más avanzada, así como las estructuras y las prácticas que debieran acompañarla, no han podido realizar todo su potencial y, en algunos casos, la gobernabilidad ha sido cooptada por la debilidad de las instituciones civiles, por caudillos y liderazgos autoritarios, por demagogos, incluso por la religiosidad.
Aunque hace años desaparecieron la mayoría de las colonias y cada vez son menos las dictaduras, todavía existen comunidades que no logran la unidad nacional, algunas viven en tribus y, hay tribus, como las que operan en el Mar Rojo, que retan a las potencias y, por encargo, utilizan misiles hipersónicos. El mundo de hoy es regido por criterios arcaicos; la guerra es uno de ellos.
Con el descubrimiento y el saqueo del Nuevo Mundo, la colonización de África, la trata de esclavos y la interconexión de los océanos, se formaron los imperios coloniales, apareció el comercio mundial de oro y plata, materias primas, biotecnología y personas en escala significativa. El trasvase de riquezas y conocimientos fue enorme y trascendental.
Surgieron así las cuestiones globales gestionadas por media docena de potencias europeas a las que en el siglo XIX se sumaron los Estados Unidos, un imperio de nuevo tipo que, después de completar su expansión territorial, basó su poderío no en el establecimiento de colonias sino, en el intervencionismo, en la presencia de sus empresas y capitales privados y otras formas de influencia política que determinaron el sometimiento y la dependencia de otros países. “Diplomacia de cañoneras” y “Gran Garrote” fueron etiquetas de su política exterior.
Entre tanto, los países del Oriente, Oriente medio, África del Norte y Asia Central, sometidos a los imperios regionales, y a las metrópolis europeas y víctimas de las prácticas neocoloniales, se retrasaron y aislaron, situaciones difícilmente trascendidas y cuyas secuelas y realidades están presentes todavía.
A lo largo de 500 años, la super explotación, la supremacía económica y tecnológica, la exportación de capitales y el predominio militar, convenientemente apoyados por una pujante y eficaz industria cultural que, al arte y la literatura de los tiempos fundacionales, sumaron los modernos medios de difusión, prensa, radio, cine y televisión, eficaces promotores de los valores y los estilos de vida de Europa y los Estados Unidos.
La promoción de paradigmas ideológicos asociados a la democracia, las libertades individuales, el confort, el consumo, la tolerancia y otros elementos de la modernidad, consolidaron las estructuras de dominación. La ideología de las clases dominantes se transformó en hegemónica y la explotación colonial y neocolonial, al decir de algunos autores, en ocasiones se tornó placentera.
Lejos de debilitarse por el surgimiento de nuevos estados independientes cuyas oligarquías dominantes asumieron las nuevas repúblicas como botines, en lugar de repudiar a las metrópolis intentaron imitar sus estilos de vida, de alguna manera se asociaron con ellas y mantuvieron las estructuras de dependencia y cultivaron el neocolonialismo, así en las nuevas condiciones el predominio de las potencias imperiales se consolidó en todo el mundo.
En los siglos XX y XXI, a pesar de la descolonización afroasiática, el fin de las dictaduras y de avances en la gobernabilidad, las dos guerras mundiales y una miríada de intervenciones políticas y militares, así como el incremento de la dependencia económica, las estructuras de dominación de las potencias se reforzaron.
En la cúspide del desarrollo y del progreso científico y técnico, con otras formas y medios de dominación, prácticamente las mismas potencias de hace 500 años, más los Estados Unidos, lideran al mundo postmoderno y no se avizoran cambios verdaderamente trascendentales en estas relaciones de dominación y predominio.
Las estructuras globales de dominación, lejos de debilitarse se fortalecen, incluso reverdecen prácticas como la guerra y las conquistas territoriales. El futuro inmediato está por verse. Allá nos vemos
Debido a una extraña paradoja, el ámbito más atrasado de la vida social es la esfera política y de gobierno. Mientras se registran impresionantes avances en las ciencias y las tecnologías, se adelanta en la preparación de viajes interplanetarios y prospera la inteligencia artificial, las sociedades son gestionadas mediante criterios arcaicos.
La democracia que es la categoría más avanzada, así como las estructuras y las prácticas que debieran acompañarla, no han podido realizar todo su potencial y, en algunos casos, la gobernabilidad ha sido cooptada por la debilidad de las instituciones civiles, por caudillos y liderazgos autoritarios, por demagogos, incluso por la religiosidad.
Aunque hace años desaparecieron la mayoría de las colonias y cada vez son menos las dictaduras, todavía existen comunidades que no logran la unidad nacional, algunas viven en tribus y, hay tribus, como las que operan en el Mar Rojo, que retan a las potencias y, por encargo, utilizan misiles hipersónicos. El mundo de hoy es regido por criterios arcaicos; la guerra es uno de ellos.
Con el descubrimiento y el saqueo del Nuevo Mundo, la colonización de África, la trata de esclavos y la interconexión de los océanos, se formaron los imperios coloniales, apareció el comercio mundial de oro y plata, materias primas, biotecnología y personas en escala significativa. El trasvase de riquezas y conocimientos fue enorme y trascendental.
Surgieron así las cuestiones globales gestionadas por media docena de potencias europeas a las que en el siglo XIX se sumaron los Estados Unidos, un imperio de nuevo tipo que, después de completar su expansión territorial, basó su poderío no en el establecimiento de colonias sino, en el intervencionismo, en la presencia de sus empresas y capitales privados y otras formas de influencia política que determinaron el sometimiento y la dependencia de otros países. “Diplomacia de cañoneras” y “Gran Garrote” fueron etiquetas de su política exterior.
Entre tanto, los países del Oriente, Oriente medio, África del Norte y Asia Central, sometidos a los imperios regionales, y a las metrópolis europeas y víctimas de las prácticas neocoloniales, se retrasaron y aislaron, situaciones difícilmente trascendidas y cuyas secuelas y realidades están presentes todavía.
A lo largo de 500 años, la super explotación, la supremacía económica y tecnológica, la exportación de capitales y el predominio militar, convenientemente apoyados por una pujante y eficaz industria cultural que, al arte y la literatura de los tiempos fundacionales, sumaron los modernos medios de difusión, prensa, radio, cine y televisión, eficaces promotores de los valores y los estilos de vida de Europa y los Estados Unidos.
La promoción de paradigmas ideológicos asociados a la democracia, las libertades individuales, el confort, el consumo, la tolerancia y otros elementos de la modernidad, consolidaron las estructuras de dominación. La ideología de las clases dominantes se transformó en hegemónica y la explotación colonial y neocolonial, al decir de algunos autores, en ocasiones se tornó placentera.
Lejos de debilitarse por el surgimiento de nuevos estados independientes cuyas oligarquías dominantes asumieron las nuevas repúblicas como botines, en lugar de repudiar a las metrópolis intentaron imitar sus estilos de vida, de alguna manera se asociaron con ellas y mantuvieron las estructuras de dependencia y cultivaron el neocolonialismo, así en las nuevas condiciones el predominio de las potencias imperiales se consolidó en todo el mundo.
En los siglos XX y XXI, a pesar de la descolonización afroasiática, el fin de las dictaduras y de avances en la gobernabilidad, las dos guerras mundiales y una miríada de intervenciones políticas y militares, así como el incremento de la dependencia económica, las estructuras de dominación de las potencias se reforzaron.
En la cúspide del desarrollo y del progreso científico y técnico, con otras formas y medios de dominación, prácticamente las mismas potencias de hace 500 años, más los Estados Unidos, lideran al mundo postmoderno y no se avizoran cambios verdaderamente trascendentales en estas relaciones de dominación y predominio.
Las estructuras globales de dominación, lejos de debilitarse se fortalecen, incluso reverdecen prácticas como la guerra y las conquistas territoriales. El futuro inmediato está por verse. Allá nos vemos