Colón era un marino, un visionario y el hombre más audaz de su tiempo.
El devenir está plagado de historias mal contadas que, entre otras cosas, conducen a versiones que idealizan o demonizan a figuras que vivieron hace cientos de años. Ocurre además que, al perder el sentido del momento histórico, en ocasiones, se juzga a personalidades que se desempeñaron hace siglos, a la luz de conceptos de hoy. Alguna vez escuché decir que Jesucristo era comunista por su disposición a repartir igualitariamente los panes y los peces. Más atinada me pareció la afirmación de que: “Nosotros hubiéramos sido como ellos y, ellos como nosotros. Se trata de la dialéctica.
Otra vez, como cada año, por esta fecha, efeméride de la llegada de Cristóbal Colón a las Américas, se renuevan debates y exámenes acerca del significado de la fecha. Este año con más fuerza porque México, con buenos argumentos, excluyó al rey de España de una importante festividad oficial.
En 1992 cuando, en ocasión del medio milenio de la llegada de Cristóbal Colón a America, se sometió a la critica el término “descubrimiento de América”, me afilié a la expresión Encuentro de Culturas, la hispana y la indoamericana, y todavía creo que eso fue y, hasta hoy me he preguntado y he preguntado a algunos eruditos, si fuera posible separar el 12 de octubre y a Cristóbal Colón de lo ocurrido después.
Como todos, conozco la narrativa de que Colón exploraba caminos para encontrar por mar nuevas rutas para el comercio con Asia, aunque las Capitulaciones de Santa Fe hacen dudar de si había algo más que fuera preconcebido. El tratado de Tordesillas, adoptado tan sólo dos años después, refuerza la sospecha.
Creo que España hace bien en considerar la fecha del 12 de octubre como su fiesta nacional, una celebración popular, no de la monarquía ni de las élites, tal como ocurre en todos los países. Francamente no conozco ninguna hazaña mayor atribuible a España que aquella que me gusta llamar la “aventura atlántica”. España pudiera estar orgullosa de los marinos y los capitanes que emprendieron aquella aventura y aportaron el mejor y más opulento legado que un reducido grupo de hombres han aportado.
Para ir más lejos, creo incluso que los monarcas, Isabel y Fernando, merecen también elogios, sobre todo hasta un punto. Ellos creyeron en Colón cuando pocos creían y lo apoyaron cuando otros le dieron la espalda. El resto de la historia es de otro carácter y la crítica está justificada.
El encuentro de Europa y América dio lugar al más importante trasvase de cultura, saberes, biodiversidad, recursos de todo tipo, especialmente minerales y madera, así como dinero que, como resultado de la más grande operación de saqueo de todos los tiempos, en forma de plata fluyó desde las Américas hacia Europa. También, aunque bajo la protección de las administraciones coloniales, decenas de miles de empresarios, negociantes, comerciantes y emprendedores se establecieron en América. Muchos docentes enseñaron en alguna de las 50 universidades fundadas por ellos en tres siglos.
En cuanto a Cristóbal Colón, no era un militar. El título de “Almirante de la mar océana”, fuera o no oficial, es un homenaje tan merecido como hermoso. No era noble de cuna, ni era parte de la Casa Real y si acaso tuvo algún título de dominio sobre las tierras de América, no lo ejerció en detrimento de sus pueblos, al menos no conscientemente. Colón era un marino, un visionario y el hombre más audaz de su tiempo.
A diferencia de los césares, de Alejandro Magno, los faraones y otras figuras de relieve histórico, Colón no debe su gloria a actos de conquistas y a hechos de sangre, sino a una proeza científica, a mi juicio, la mayor realizada por alguien que no lo era. Colón tuvo otro mérito, el de haber abierto una época y promovido el interés por los descubrimientos geográficos.
El Gran Almirante es un hombre de la estirpe de Galileo y Julio Verne, así como de otros de esa talla y, de su zaga, forman parte Fernando de Magallanes, Vasco de Gama, Américo Vespucio, Bartolomé Díaz, Sebastián Elcano, Diego García y otra pléyade, sin desdorar a los cientos o miles de marinos y exploradores que los acompañaron. Enlodar su nombre y profanar sus estatuas no me parece un acto de reivindicación, sino una ofensa.
Los grandes descubridores, que no deberían ser confundidos con los conquistadores, no eran hombres químicamente puros ni idealistas. Obviamente estuvieron motivados por ansias de riquezas y glorias y, como parte de sus empresas, tuvieron encuentros violentos con los pobladores de las tierras americanas, en los cuales hicieron uso de las ventajas de que disponían y abusaron de ellas. Participaron de engaños a los nativos, les mintieron y les cambiaron baratijas por oro y, no hay que dudar que violaran mujeres, pero todo eso lo hicieron porque eran humanos, no porque fueran perversos y malos.
Siempre que se haga con sentido del momento histórico, tienen razón quienes exigen disculpas a la monarquía española y a la Iglesia, no a los españoles ni a los católicos, también la tienen los que exigen reparaciones pecuniarias por las riquezas saqueadas y los que reclaman el pago de los salarios y las prestaciones dejadas de abonar a los esclavos y otras reivindicaciones, pero es preciso colocar todo ello en los debidos contextos históricos.
En Norteamérica la independencia se proclamó en 1776 y hubo esclavitud hasta 1865. ¿A quién responsabilizar por los 89 años de diferencia? En el “Clotilda”, último barco negrero que en 1859-1860 surcó los ríos de Norteamérica, viajaba Cujo Lewis, nacido Oluale Kossula en el reino de Dahomei. Cazado como una fiera por sus propios hermanos, fue vendido como una bestia e inmortalizado como el último esclavo de los Estados Unidos cuando, como superviviente de aquel cargamento de esclavos, murió en 1935 a los 94 años de edad.
La independencia latinoamericana comenzó a concretarse a partir de 1810, sin embargo, hasta hoy los pueblos originarios son explotados, discriminados y excluidos. ¿A quién culpar? ¿A los ancestros del siglo XVI? Según me comentó un amigo, al entrar en el ruedo los toreros se persignan y declaran: “Dios reparte la suerte”. ¿Y las culpas? ¿Quién las reparte? Allá nos vemos.