
Jorge Gómez Barata
La epidemia de coronavirus que amenaza con convertirse en una pandemia
planetaria, recuerda a 2001 cuando Ahmed Ben-Laden, un terrorista,
aislado en una remota gruta en las montañas de Tora Bora, Afganistán
puso bajo ataque a los Estados Unidos. La diferencia es que ahora se
trata de un minúsculo animalito al que no se puede culpar.
Estaba impresionado por el hecho de que un proceso de las dimensiones
y relevancia histórica como el desarrollo de China que en cuarenta
años pasó del estancamiento y la pobreza a los primeros planos del
crecimiento económico y el progreso general hasta convertirse en la
segunda potencia económica mundial, pudiera ser dañado, incluso
abortado por un murciélago al que se atribuye el desencadenamiento de
la letal epidemia de coronavirus.
No obstante, las desmesuradas proporciones del fenómeno gestado en el
gigante asiático que comienzan a ser rebasadas por el ritmo de la
propagación por el mundo, amenaza seriamente con difundirse por los
Estados Unidos donde las autoridades del Centro de Control de
Enfermedades (Centers for Disease Control and Prevention CDC) han
declarado que el país deberá enfrentar la epidemia de coronavirus que
pudiera alterar decisivamente el ritmo de vida de la nación. “Ya no se
trata, dijeron de especular si llegará o no, sino de cuándo se
desatará”.
A partir de tan concluyentes afirmaciones comienzan a circular
análisis acerca del alcance que pudiera tener la pandemia, que al
progresar en Europa y Asia y desbordarse en Estados Unidos,
afectándolo masivamente, como creen las autoridades de salud que
ocurrirá, antes de que sea encontrado un remedio, el virus pudiera
afectar hasta el 70% de la población mundial.
La idea de que un murciélago o cualquier otro animal salvaje, vendido
o consumido en un mercado de una remota ciudad de China, pueda
desencadenar un mortífero andancio, capaz de dislocar la economía
planetaria, poner en entredicho los avances asociados al libre
tránsito de personas y mercancías y matar de decenas de millones de
individuos, ha estado fuera del radar de los arquitectos de la
sociedad global que carecen de respuesta ante un fenómeno de tal
magnitud.
Los líderes del G7, G20, los participantes del Foro de Davos, la Unión
Europea y de otras instancias con influencia sobre las cuestiones
globales, se han concentrado en los temas políticos, financieros,
comerciales, tecnológicos y climáticos, sin aludir a la necesidad de
trazar estrategias y políticas sanitarias mundiales de modo que ahora,
ante una emergencia letal y problemas que se definen en días y horas,
no saben qué hacer.
La imprevisión impide que ante una emergencia global se aúnen
recursos, esfuerzos y saberes y se creen protocolos que den coherencia
a las respuestas nacionales y locales, evitando la improvisación, la
descoordinación y la anarquía ahora reinante. La falta de liderazgo
mundial en materia sanitaria, cosa que no puede recaer solamente en la
Organización Mundial de la Salud, la cual carece de la jerarquía que,
por ejemplo, tiene el Consejo de Seguridad de la ONU, resta
efectividad a la respuesta.
El punto en que ahora se encuentran las instituciones y autoridades
mundiales, ni siquiera permite identificar el origen de la enfermedad,
dato de extraordinaria relevancia para arribar a conclusiones de
carácter y utilidad científica que permitan a los virólogos entender
las secuencias genéticas y otros elementos que expliquen la
vertiginosa propagación de los agentes patógenos.
Aunque ferozmente bloqueada, sin un desarrollo económico, ni recursos
para avanzar más allá del umbral al que ha llegado, Cuba que ha
enfrentado con razonable eficacia epidemias de Dengue en 1981 y de
Fiebre Porcina Africana en 1971, desempeñó el papel principal en la
lucha contra el cólera en Haití, y en 2014 contribuyó a la lucha
contra el ébola en Africa, de un modo que el New York Times calificó
de “impresionante”, han permitido a la comunidad médica y a las
autoridades sanitarias cubanas acumular experiencias que pudieran ser
útiles en el diseño de una estrategia global contra una pandemia de
proporciones planetarias.
Se trata de una obra que está por hacer y ningún momento mejor para
comenzar. Allá nos vemos.










