Destinos

De los cientos de cómplices, civiles y militares, del dictador
Fulgencio Batista que huyeron de Cuba tras el triunfo del 1ro. de
enero de 1959, ninguno fue extraditado, pese a las reclamaciones del
Gobierno cubano en ese sentido. Pasaron ya más de 50 años y no deben
ser muchos los que queden vivos. Con la muerte del general de brigada
Francisco Tabernilla Palmero, alias Silito, secretario militar de
Batista, debe haberse extinguido la camarilla de la alta oficialidad
de la dictadura. Con los que en su momento se opusieron al batistato y se enfrentaron después a la Revolución para optar en definitiva por el camino del exilio, sucede lo mismo. El tiempo no transcurre en vano. Casi todos han muerto.
El escribidor prosigue este domingo con el tema que inició la semana
pasada. ¿Qué se hizo de gente que por una razón u otra, y no pocas
veces por una triste razón, gozó de celebridad en Cuba antes de 1959?
¿A qué se dedicó tras su salida de la Isla? Algunos nombres salen al
paso en una relación forzosamente incompleta.
La Calambrina
El teniente coronel Estaban Ventura Novo —el carnicero de Humboldt,
entre otros asesinatos macabros— salió de Cuba en el mismo avión de
Batista. No era ese su sitio, pero se coló en la aeronave al pasar por
debajo del brazo al capitán Alfredo J. Sadulé, ayudante presidencial,
que intentaba controlar la entrada de quienes irían en ese vuelo,
según me refirió el propio Sadulé en Miami hace menos de un año. Hubo
entre ambos un intercambio de palabras fuertes; pero Batista, desde su
asiento, los llamó al orden y Ventura permaneció a bordo del aparato.
Tenía tanta prisa en salir del país que no solo abordó el avión que no
le correspondía, sino que no esperó la llegada de su esposa y sus dos
pequeñas hijas, a las que en medio del caos, el general José Eleuterio
Pedraza pudo montar en la última nave que despegó ese día en el
aeropuerto militar. Días después, enviaba a su esposa a La Habana en
el intento de recuperar los 20 000 pesos depositados en su cuenta
bancaria. La señora, que era doctora en Medicina, fue detenida. No
demoró en ser puesta en libertad y salió otra vez del país.
Ya en Miami, Ventura escribió sus memorias y montó una empresa de
seguridad. Un día lo asaltaron, no pudieron robarle los valores que
custodiaba, pero resultó herido. Muchos años después murió
tranquilamente en su cama, de un ataque cardiaco, el 24 de mayo de
2001, a los 87 años de edad.
Un compinche suyo en la Policía Nacional, el coronel Conrado
Carratalá, jefe de Dirección de ese cuerpo represivo, vendió pizzas en
Puerto Rico antes de instalarse en Miami. Los que lo vieron durante
sus últimas horas en Cuba cuentan que andaba como desinflado.
El coronel Orlando Eleno Piedra Negueruela acompañó a Batista en su
fuga. Fue jefe del Buró de Investigaciones de la Policía Nacional,
pero más que eso, el hombre a quien el dictador confiaba su seguridad.
Por conducto de la CIA, Piedra se sumó a la Operación 40, que surgió
al calor de la Operación Pluto, en 1961, y que debía ser parte
esencial de la invasión mercenaria de Playa Girón; el cuerpo represivo
de la Brigada de Asalto 2506, si esta llegaba a consolidar posiciones.
Hombres de la Operación 40 se apoderarían entonces de los archivos de
la Seguridad y la Policía cubanas, ocuparían los edificios de los
principales organismos de la administración central del Estado y
detendrían a los dirigentes más destacados.
En 1963, el FBI interrogó a Piedra con relación a la muerte de J. F.
Kennedy. En papeles que se le ocuparon al supuesto asesino, Lee Harvey
Oswald, aparecieron el nombre y la dirección del ex coronel cubano. En
1994, bajo el título de Habla el coronel Orlando Piedra, publicó sus
memorias. Falleció en un asilo de ancianos, al parecer, dicen, a
consecuencia de una golpiza. Batista acostumbraba a premiar a sus
colaboradores con una sortija que llevaba una amatista engarzada. La
sortija con la amatista de Piedra está en poder ahora de Julián Pérez,
un miembro del Buró de Investigaciones destacado como custodio en la
casa presidencial de Columbia, que logró escaparse en un avión robado
y que dirige el Museo Histórico Cubano de Miami.
No todos los batistianos salieron por el aire. El senador Rolando
Masferrer, jefe de los paramilitares conocidos como Los Tigres, que
tanta muerte y dolor sembraron sobre todo en la región oriental de la
Isla, huyó en un yate fondeado en Barlovento, actual Marina Hemingway,
luego de obligar a su tripulación a hacerse a la mar. En Miami,
Masferrer se dedicó a extorsionar a los pequeños comerciantes cubanos
allí establecidos y, en definitiva, al gansterismo político hasta su
muerte, el 31 de octubre de 1975, al estallar una bomba colocada
debajo de su auto.
Civiles y militares
El también senador Santiago Rey, ministro de Gobernación (Interior)
buscó refugio, con otros funcionarios del batistato, en la Embajada
de Chile. Vivió entre Miami y Santo Domingo hasta su muerte, en 2003.
Guillermo de Zéndegui, director del Instituto Nacional de Cultura, se
propuso trabajar en la OEA, aunque fuera de portero. «Un portero con
levita», decía en broma. Obtuvo la dirección de la revista Américas.
También por la vía diplomática abandonó el país el senador Eusebio
Mujal, secretario general de la Confederación de Trabajadores de Cuba.
Buscó refugio en la Embajada argentina. En el aeropuerto, una multitud
enardecida lo escarneció cuando se disponía a abordar el avión. El
Gobierno Revolucionario le otorgó el salvoconducto que le permitiría
salir de la Isla, a condición de que las autoridades argentinas lo
retuvieran hasta que la Cancillería cubana presentara el expediente de
extradición, acuerdo que el Gobierno argentino se comprometió a
respetar. Pero Mujal, sin que nadie se lo impidiera, se trasladó desde
Buenos Aires a Miami, donde se le dio amparo. Allí, vinculado a la
contrarrevolución, fundó una CTC, que le posibilitó seguir lucrando
hasta su muerte, ocurrida en 1986, en Maryland.
No tuvo esa suerte Joaquín Martínez Sáenz, presidente del Banco
Nacional y responsable de la política financiera de la dictadura. Lo
apresaron el 1ro. de enero en su propia oficina, en compañía de su
segundo, el historiador Emeterio Santovenia. Ya en la fortaleza de la
Cabaña, Santovenia alegó problemas de salud y Che Guevara le permitió
irse a su casa, donde debía esperar el reclamo de la justicia. En el
viaje de ida hacia su domicilio, se metió en una embajada. Martínez
Sáenz guardó prisión. En el mismo año de 1959 publicó en La Habana su
libro Por la independencia económica de Cuba, con el que pretendió
justificar su gestión en el Banco y cuyo prólogo está fechado en la
prisión militar.
Tampoco escaparon a la justicia revolucionaria el brigadier general
Hernando Hernández, ex jefe de la Policía Nacional, y el general de
brigada Julio Sánchez Gómez, del Ejército, jefe de la Cabaña primero y
luego del campamento de Managua, acusado por su actitud represiva
durante la Huelga del 9 de abril de 1958 y por los muertos que
aparecieron en Ciudad Jardín.
Antibatistianos
El ex candidato presidencial Carlos Márquez Sterling, derrotado en las
elecciones de 1958, fue profesor de la Universidad de Columbia. Pasaba
largas horas inclinado sobre su maquinita Smith Corona y escribió
varios libros, pero nunca sus memorias. Conocía demasiado bien la vida
republicana y no deseaba descubrir públicamente bajas pasiones,
mezquindades e intrigas, sino exaltar lo mejor de sus compatriotas y
disimular sus defectos.
También escribió varios libros el coronel Ramón Barquín, líder de la
llamada conspiración de los puros, que, junto con un grupo de
oficiales, lo llevó a la cárcel en 1956. Tras la huida de Batista
asumió, vestido todavía de preso y sin encomendarse a nadie, la
jefatura de las fuerzas armadas, pero su momento había pasado. El 1ro.
de enero no era el 4 de abril, y, desalentado, terminó traspasando el
mando al comandante Camilo Cienfuegos. Aun con sus grados de coronel,
fue asesor del Ejército Rebelde. Dice en su libro Mis diálogos con
Fidel, Raúl, Camilo y el Che, que apareció después de su muerte, que
por razones familiares y de salud, rechazó el Ministerio de Defensa.
Aceptó el cargo de embajador extraordinario y ministro
plenipotenciario de Cuba en Europa, una misión especial y de carácter
itinerante que le permitiría familiarizarse con armamentos, técnicas y programas de ejércitos europeos. En 1961 se estableció en Puerto Rico,
donde tuvo una exitosa carrera como propietario y director de un gran
colegio. Como corredor de largas distancias, participó y ganó no pocas
competencias para hombres de la tercera edad. Un estadio
puertorriqueño lleva su nombre. Falleció el 3 de marzo de 2008.
Terminó asimismo en Puerto Rico el doctor José Miró Cardona,
presidente del Colegio de Abogados de Cuba y secretario ejecutivo de
la Sociedad de Amigos de la República. El Gobierno Revolucionario le
confió el cargo de primer ministro, que desempeñó por pocas semanas.
Fue después embajador en España. Desertó, y Washington lo designó, en
vísperas de la invasión de Girón, presidente de un hipotético Gobierno
cubano en el exilio. Murió en 1963.
Aureliano Sánchez Arango, ministro de Educación del presidente Prío,
murió en 1976 en Estados Unidos, donde vivía con su modesto salario de
inspector de escuelas. Nicolás Castellanos, ex alcalde de La Habana,
falleció en Puerto Rico el 10 de febrero de 1985. Había vuelto a su
antiguo oficio y atendía una herrería. Mario Salabarría, uno de los
protagonistas de los sucesos de Orfila (1947), murió en Miami con 94
años, del corazón. La Condesa de Revilla de Camargo murió en 1963, en
España. La carta en la que reprocha a los dirigentes cubanos haberse
apropiado de su palacete del Vedado, es falsa. El escribidor preguntó
a sus sobrinos sobre la veracidad de la misiva, y respondieron que su
tía tenía demasiada clase para un gesto como ese.
Padre e hija
María Luisa Lobo, la hija de Julio, vino a Cuba en 1975 con el
propósito de reclamar unos manuscritos de Napoleón que su padre había
dejado en depósito. No pudo recuperarlos, pero empezó a mirar la Isla
sin rencor. Volvió muchas veces y trabajó aquí en un libro sobre La
Habana que apareció después de su muerte, en 1998. Sus cuatro hijos
entonces viajaron a Cuba y esparcieron sus cenizas en el central
Tinguaro, en Matanzas, el preferido de la familia.
Cuando salió de Cuba en 1960, Julio Lobo tenía una fortuna que —de
acuerdo con los parámetros actuales— se calcula en 5 000 millones de
dólares, pero según confesó solo llevó a su exilio una pequeña maleta
y un cepillo de dientes. A diferencia de otros grandes capitalistas
cubanos como los Falla Bonet que, ante la llegada de la Revolución,
sacaron del país entre 40 y 50 millones de dólares, Lobo compró tres
centrales azucareros en 1959 y continuó engrosando su colección de
obras de arte. Especialistas aseguran que se arruinó dos veces; una en
Cuba y la otra en Wall Street, cuando se vio obligado a pagar los tres centrales mencionados.
En 1965, en España, comenzó la segunda etapa de su exilio. Su capital
se había reducido a unos 200 000 dólares; pero, aun sin el esplendor
de antes, supo vivir, dijo su hija, feliz y sin amargura. El hombre
que tuvo entre sus amantes a las actrices más célebres de Hollywood,
que sobrevivió a tres infartos y a un atentado de bala que le arrancó
un pedazo de cráneo y le ocasionó secuelas motoras permanentes, pasó
los dos últimos años de su vida con el cuerpo totalmente paralizado,
salvo la boca y los párpados, atendido con esmero por su primera
esposa, que terminó perdonándole todas sus infidelidades. Murió el 30
de enero de 1983, a los 84 años de edad, y lo inhumaron vestido de
guayabera y envuelto en una bandera cubana. Así lo había decidido.

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