¡Cuántos años, Dios mío!
Las otras tardes, haciendo mis ejercicios vespertinos, trotaba como un caballo cansado por la orilla del río Miami y recordé que dentro de unos días cumpliría año. Un año más para los optimistas; uno menos para los pesimistas.
¡Pero cuántos años, Dios mío! Veinte más que mi padre cuando murió y recordé que siendo muchacho sacaba cuentas y pensaba que al 2000 no llegaría y soñaba si podría ver el día en que el hombre llegara a la Luna.
A la mente me vino una vieja crónica del escritor Lisandro Otero en la que hacía un recuento de su entonces hoy con respecto al ayer con motivo de su 60 cumpleaños. Yo sumo 14 más que los que cumplía él, pero sigo corriendo aunque no tanto como en mis tiempos del estadio de la Universidad de La Habana, hago planchas y mancuernas y discuto con tanta vehemencia como en mis floridos 20 años, aunque hay cosas en las que sirvo para poco y esas no las voy a decir porque son fáciles de imaginar.
Cuando yo nací hacía 46 años que había muerto José Martí en Dos Ríos, 12 años que Mella fue asesinado por sicarios de Machado en México y 6 años de la caída de Guiteras en el Morrillo. Hacía exactamente 11 días que Japón había bombardeado Pearl Harbor y en Moscú la contraofensiva soviética empujaba en caótica retirada a los alemanes de las afueras de la ciudad. Entonces el espiritismo era más fuerte que la santería.
Por La Habana circulaban sobre rieles y troles articulados a los cables eléctricos cientos de agradables tranvías con asientos de pajilla. Fidel Castro era un fuerte muchachón de 15 años y estudiaba en un colegio católico. Los aviones eran de hélice pues no se había inventado la propulsión a chorro. Fulgencio Batista era presidente constitucional de Cuba. Los noviazgos duraban una eternidad y los novios para salir tenían que ir acompañados de una chaperona. Cuba tenía 4 millones y medio de habitantes.
Entonces, el corazón no se operaba. Solamente se tatuaban los delincuentes en las cárceles y algún que otro marino allende de los mares. Tampoco los hombres usaban areticos de adorno. Muchos consideraban que en Marte los marcianos habían construido grandes redes de canales y que un día podían invadir la Tierra. Los teléfonos estaban sólidamente instalados en casas y oficinas y la gente no hablaba a toda hora y en todo lugar tanta basura por los celulares. Los cubanos bailaban danzones o apretaditos boleros y ni Pérez Prado ni Elvis Presley habían inventado ritmos que pusieran a gozar un mundo en que no existían los ejercicios aeróbicos. En las guaguas los hombres cedían sus asientos a señoras, señoritas y ancianos.
Entonces los glaciales no se derretían y los osos polares y las focas vivían felices. El cartero era un tipo importante pues no se tenía correo electrónico. La United Fruit Company era dueña de grandes extensiones de tierra y no eran pocos los campesinos que pasaban mucha hambre y mil calamidades. Los domingos por la noche, en los parques de los pueblos los negros no podían pasear por el mismo lugar de los blancos y los bailes eran para negros o para blancos, aunque en los EE.UU. era peor pues el KKK linchaba negros y también homosexuales y no pasaba nada.
Cuando yo nací ni un satélite artificial cruzaba los cielos y el reguetón hubiera sido considerado una porquería musical. Los viejos verdes, aunque alardearan, estaban liquidados pues no existía la pastillita azul. Se comía muchos dulces, pero la diabetes no era común. Santa Claus no presidía el árbol de Navidad cubano que se adornaba en honor al nacimiento del Niño Jesús y los juguetes no venían en trineo, los traían en camello el 6 de enero los Tres Reyes Magos. Las trusas femeninas eran de una sola pieza y una bikini hubiese sido considerada inmoral. Circulaban cientos de periódicos y revistas que no podían ser leídas por un cuarto de la población por ser analfabeta. Los buenos artistas y deportistas vivían bien, pero no eran millonarios. La pornografía era sola en libritos de relajos con fotos en blanco y negro. Los médicos no necesitaban pasar al enfermo por complicados aparatos de revisión para diagnosticar su dolencia y el cáncer era mortal en todos los casos. Faltaban 9 años para la televisión y muchos más para las computadoras personales.
En ese mundo yo nací hace unos cuantos años. ¡Cómo pasa el tiempo! El mundo cambió y según la dialéctica sigue cambiando y sigue girando alrededor del Sol a 30 kilómetros por segundos, y en él, más gordos o más flacos, pelo encanecido o bola de billar entre oreja y oreja, la próstata rozagante o hiperplásica, existen tigres a los que no les importa haber perdido algunas rayas.
Les habló, para Radio Miami, Nicolás Pérez Delgado.
Ya no se parecen. Pero así era el autor por los años ochenta.
Palanquea una cayuca por el río Toa, en las montañas orientales