¿EL ESTADO ISLÁMICO CONTRAATACA?

                                                                              En los últimos dos años las noticias sobre el Oriente Medio se han referido casi exclusivamente a los avances militares y las atrocidades del llamado Estado Islámico, cuyas huestes progresaban en Siria e Irak ocupando ciudades, campos petroleros, refinerías, y bases militares, mientras sus células terroristas se esparcían más allá de la región. Las degollinas de rehenes y pobladores aterrorizaban al planeta.

El indetenible avance del engendro terrorista movilizó a Estados Unidos, que consideró al Estado Islámico como una amenaza global, llamando a combatirlo mediante una coalición internacional, a la que además de sus aliados occidentales, se sumaron varios países árabes. Durante más de un año y 2 500 incursiones aéreas en Siria, el esfuerzo tuvo escasos resultados.

Todo cambió cuando el 30 de septiembre pasado, como parte de un plan concertado con Damasco, Rusia intervino con su aviación, lo cual fue respaldado por una exitosa operación mediática.

Con desacostumbrada transparencia, los voceros militares rusos informan de cada misión, con imágenes y detalles del número de aviones, las localidades atacadas, y los blancos batidos. Parece que la inteligencia rusa conoce exactamente la ubicación de cada posición, campamento, campo de entrenamiento e instalación del Estado Islámico, que son impunemente aniquilados desde el aire. El temible Estado Islámico parecía desinflarse.

Nunca antes las fuerzas armadas rusas habían realizado una operación tan rentable. Tan rotundo fue el éxito, que el presidente Bachar al-Assad viajó a Moscú para expresar su agradecimiento a Vladimir Putin. Seguidamente se reunieron los ministros de relaciones exteriores Rusia, Estados Unidos, Arabia Saudita, y Qatar, y acto seguido fue convocada una conferencia en Ginebra en la cual participaron 20 países. La solución del problema sirio parecía inminente.

Nadie reparaba en que todo parecía demasiado fácil, ni recordó una conocida regla táctica según la cual ante un ataque abrumador con aviones o artillería, la opción es enterrarse lo más profundamente posible, proteger las fuerzas vivas y la técnica militar, esperar a que pase el vendaval, y se creen condiciones para reiniciar las operaciones. ¿Por qué suponer que los comandantes del Estado Islámico desconocían la formula?

La respuesta parece haber llegado de dónde no se esperaba. Un avión Airbus A321, operado por una línea rusa que despegó de la localidad egipcia de Sharm el Sheij rumbo a San Petersburgo, con 224 pasajeros, todos rusos, parece haber sido dinamitado en vuelo.

De confirmarse la sospecha, el Estado Islámico habrá mostrado una capacidad de respuesta que no parece haber sido calculada. Si bien sus huestes no llegan a Rusia, Londres, o los Estados Unidos, los efectos letales de sus acciones pueden golpear puntos sensibles, y causar daños letales a sus adversarios.

Seguramente las operaciones rusas no cesarán, sino que se incrementarán. Según ha declarado el presidente Putin: “Nadie podrá atemorizar a Rusia”, pero será necesario prever contramedidas, y combatir el terrorismo en un campo más amplio.

Es preciso continuar las acciones militares y políticas para, a la mayor brevedad posible, con Bachar al-Assad o sin él, estabilizar la situación en Siria, restablecer la autoridad del gobierno local, y ofrecerle ayuda masiva y eficaz, y mediante operaciones múltiples, derrotar y liquidar definitivamente al Estado Islámico. De cualquier otro modo es imposible conseguir resultados definitivos.

La información contenida en las “cajas negras” del AIRBUS parece confirmar las peores sospechas, y otra vez, como ocurrió después del 11/S, no existen cielos apacibles, especialmente en la región, y respecto a los países involucrados.

Definitivamente más aviones, bombas, y guerras no hacen del mundo un lugar más seguro. Allá nos vemos.