Prolongadas y contradictorias experiencias justifican las preocupaciones de que la normalización de las relaciones con los Estados Unidos facilite que diversas manifestaciones culturales se utilicen como instrumentos para influir ideológicamente en la sociedad cubana, dañar la cohesión nacional, y favorecer una evolución política negativa.
Ello ocurre debido a que, en ocasiones, entidades diseñadas para ejercer influencia política y los servicios de inteligencia involucran en proyectos subversivos, medidas activas, y acciones encubiertas, utilizando como vectores o herramientas elementos, acciones, eventos, y programas culturales, académicos o científicos.
Esto no significa que por su naturaleza las manifestaciones culturales, los intercambios, e incluso las influencias de unos países respecto a otros, sean instrumentos para establecer la supremacía, ni que, a corto plazo, se les pueda dotar de capacidad para influir políticamente.
Si bien se puede aceptar que la literatura, las artes plásticas, la música, el cine, la moda, la publicidad comercial; así como los contenidos involucrados en las actividades académicas, inciden en la promoción de valores, en la formación de convicciones, y en el establecimiento de parámetros morales, ello ocurre a largos plazos, de modo sutil e imperceptibles, y raras veces tiene efectos inmediatos.
Los paradigmas morales de la humanidad de hoy se originaron en tiempos remotos, se basan en la universalización de los preceptos del cristianismo y del liberalismo, y en los postulados de antiquísimas escuelas filosóficas, económicas y políticas, y aunque la innovación no está ausente, es francamente difícil, tanto introducir elementos nuevos, como remover alguno de los establecidos.
En cualquier caso, las diferentes manifestaciones de la cultura y de los conocimientos actúan con mayor eficacia cuando lo hacen en sentido positivo para promover valores y destacar actitudes, y son muchos menos eficaces cuando se emplean como municiones para combatir ideas justas. En ninguna época se emplearon tantos recursos, dinero, tiempo y talento para promover ideas negativas como las utilizadas para instalar el anticomunismo. Comparados con la inversión, los resultados de tales esfuerzos fueron realmente magros.
Es pertinente recordar que en los años cincuenta y sesenta, cuando la cultura norteamericana y el pensamiento liberal, convertidos en paradigmas, circulaban masivamente en Europa y Latinoamérica, y eran acompañados por masivas y feroces campañas anticomunistas y técnicas manipuladoras a escala planetaria; en la Europa de la Guerra Fría se abrieron paso y consolidaron organizaciones, corrientes ideológicas progresistas y de izquierda, y partidos y organizaciones sindicales socialdemócratas y socialistas de matriz marxista, que incluso alcanzaron el poder.
En aquellos contextos se constituyeron estados de bienestar, florecieron sociedades democráticas, en la Unión Soviética, pese a situaciones adversas como el estalinismo, se registraron extraordinarios avances, y en países como Italia y Francia, los partidos comunistas contaban con gran influencia electoral. En medio de aquel opresivo clima ideológico triunfó la Revolución Cubana, y el pueblo cubano se hizo mayoritariamente socialista.
Por esas y otras razones puede ser erróneo suponer que los valores vigentes en la sociedad norteamericana, sus tradiciones, estilos de vida e incluso las ideas filosóficas, doctrinas económicas y el pensamiento político predominante, así como las diferentes manifestaciones del arte y la literatura cultivados allí, sean naturalmente subversivos, y tengan capacidad para socavar la identidad y cambiar los modos de pensar de los cubanos que, como toda población políticamente culta e informada, junto a las actitudes innovadoras, desarrolla capacidades para la crítica y la selectividad.
Obviamente, la plasticidad y diversidad de esos fenómenos obliga a los órganos competentes a desarrollar capacidades para para discernir entre el desempeño normal y los casos o momentos en que elementos de la cultura que llega con los intercambios, son utilizados para influir negativamente, dañar la cohesión social, o la integridad ideológica de la nación, ante lo cual se impone el enfrentamiento.
En las condiciones de Cuba, que ha soportado un prolongado aislamiento y necesita recuperar espacios y opciones, la apertura es imprescindible. Una actitud excesivamente desconfiada en lugar de ofrecer protección puede alimentar prejuicios, recrear dogmas, y estorbar el progreso, que necesita de los intercambios culturales y científicos como los organismos vivos del oxígeno.
Es correcto estar alerta frente a empeños por utilizar la cultura con fines aviesos, pero ello no puede implicar que florezcan prejuicios capaces de obstaculizar los intercambios culturales, académicos, informativos y científicos que son decisivos para impulsar nuestro progreso, la paz, y las relaciones pueblo a pueblo. Allá nos vemos.









