Confesión de un cronista

 

 

 

 

 


Por este nasareno nada pude hacer en el cine Tosca 

 Este cronista confiesa que disfruta de muchas cosas simples, carentes de jerarquías, infantiles  si se quieren, que otros prefieren disimular u ocultar para que no los tilden de superficiales. ¿Muestras? Me gusta la aristocracia de los gatos, la dulzura de los perros callejeros y los corridos mexicanos. Me gustan los espaguetis más que la langosta y, ¿por qué no?, también me gusta  introducirme con disimulo un dedo en la nariz y hacer una bolita entre el índice y el pulgar.

    Otras cosas me sublevan: el abuso al infeliz, el mediocre que se la da de sabio, las envidias, el prepotente con ínfulas de millonario, la adulación, el cubano que sin siquiera dominar el inglés se la da de más gringo que un red neck. Me sublevan anuncios televisivos en el país más rico del mundo donde aparecen niños con cáncer que con voces lastimeras y caritas de desamparo ruegan dinero para el hospital en que los tratan, instante en que siento deseos de lanzar el control remoto contra la pantalla del televisor y casi con furia aprieto el botón de cambiar de canal y no ver tanto candor y dolor cuando existen quienes amasan hasta mucho más de 60 mil millones de dólares o su equivalente en rublos, euros o yuanes, sin importarles niños como esos, ni los que en África mueren anualmente por decenas de miles a causa del hambre y la falta de atención médica.

    Pero para que este mundo tan poco bendito no me despoje de mi poca paciencia, con mucho gusto me entretengo y vuelvo a ver filmes como El brigadista o El Reboso de Soledad, éste último con un Arturo de Córdoba haciendo de médico en un perdido pueblito mexicano, y hago relax en un aire libre habanero donde me tomo cuatro lagues conversando con un buen amigo y troto y sudo en las tardes por la orilla del Rio Miami y vuelvo a escuchar a los casi olvidados Pérez Prado, Elvis Presley, Orlando Contreras y Alberto Cortez, pues confieso que el hoy tan sonado reguetón  no me llama la atención.

    Es que debí haber adquirido las manías revolucionarias muy temprano, a los cinco o seis años, pues recuerdo el día en que mi madre, en Semana Santa, me llevó al cine Tosca, en la Calzada de 10 de Octubre,  pues vivíamos cerca, en la calle Fomento, y sin poderme contener me levanté de la butaca y grité con todo el aire de mis pequeños pulmones: “¡Abusadores, abusadores!,” al ver que propinaban latigazos a un señor de pelo largo al que obligaban a cargar una pesada cruz. Luego me dolía ver en el barrio donde crecí las penurias de los que menos tenían y hoy, luego de vivir, gozar, sufrir, leerme algunos libros y con las nieves del tiempo  no solo cubriendo mis sienes, como gustaría decir a Carlos Gardel, no reprobaría un capitalismo que bien embridado repartiera mejor las ganancias, pues considero insulto a la razón humana, a los pueblos, a los gobiernos y a todas las iglesias que una sola persona posea 60 mil millones de dólares –y los hay con mucho más–, mientras existan 800 millones de otros seres humanos sufriendo pobreza extrema.

    De vez en cuando ando por La Habana, donde se hacen cambios, igual que en el resto de Cuba, y veo que surgen nuevos y flamantes ricos que a la larga buenos serán unos, otros regulares y seguramente no faltarán también los malos. Habrá desde el filántropo hasta el quintacolumnista, pues creo que de todo hay en la viña del Señor, en la de Adam Smith o en la de Carlos Marx. Gente honesta que dice lo que piensa y que también vive pensando en los demás y gente vividora que por tener más aplasta al infeliz. No olvido que José Martí dijo que quien nace pobre y es honesto no tiene tiempo de hacerse ni rico ni sabio, aunque en países como Cuba, sin ganar la lotería, pues no la hay, sabio podría hacerse, pues la educación es gratuita desde la primaria a la universidad, y quien ahora quiere montar un negocio y con mucho esfuerzo ahorra cien mil pesitos o un familiar se los envía del exterior, no tiene que emplearlos de repente en la emergencia de pagar una operación quirúrgica, pues la salud también es totalmente gratuita, incluso para los nuevos ricos.

    Alguien dirá: ¿Bueno, y a qué viene esta descarga que titulas confesión?

   Realmente el cronista carece de la respuesta exacta, pero bien podría ser porque estamos en Semana Santa que evoca la pasión, muerte y resurrección de Cristo, semana a la que poco bola se le da en los Estados Unidos por ser su población fundamentalmente protestante, no católica, pero que yo no olvido porque era semana de disfrute, aunque el jueves y el viernes no se comiera carnes porque hacerlo era como estar devorando a Cristo. Pero no había clases, ni en la primaria ni en el Instituto. Semana de vacaciones. Las playas empezaban a llenarse. Y si mal no recuerdo había un  Día de Gloria que caía sábado y en la cuadra donde vivía, en medio de una feliz y gran algarabía, en la mañana se quemaba un gran muñeco que representaba al mismísimo Diablo o a Judas, ahora no preciso a cuál.

    Así que creo que tal vez la descarga la provoca esos simples e infantiles recuerdos y el deseo de que se cumpla el “Amaos unos a los otros” que predicó ese nazareno por el que nada pude hacer en el cine Tosca y cuyo peregrinar era seguido por mendigos, leprosos, perseguidos y una banda de doce incondicionales. Nazareno que no se puede acusar de haber sabido, ni remotamente, de un Fidel Castro, aunque un día se encabronó, fue al templo, viró las mesas al revés y a latigazos expulsó a los mercaderes. Algo que por su significado y aunque lo disimulen y asistan todos los domingos a las iglesias, nada gusta a los mercaderes de los tiempos modernos, quienes al Diablo o a Judas ni en muñecos quieren quemar.

    Les habló, para Radio Miami, Nicolás Pérez Delgado.

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