A tenor del reconocimiento por parte del director de la CIA de que no existieron «ataques sonicos», un cuento de hace bastante tiempo sobre el caso. Una vez mas, como decia K. Marx, las cosas «suceden dos veces en la historia, una vez como tragedia y otra como farsa». En este caso los «ataques sonicos» son la FARSA, pero una farsa maligna y malvada.
EL EXTRAÑO CASO DE LOS SORDOS DEL MALECÓN
Por: Jose R. Oro
Visitando a mi amigo, el más grande detective de todos los tiempos, en su residencia que fue también la mía (antes de mi feliz matrimonio) en Baker Street 221 B (Ciudad de Westminster, Londres), me pidió que me sentara y me ofreció té, antes de caer en un prolongado silencio. No lo veía desde que terminó el caso aun inédito, que me atreví a llamar “La aventura de la rata gigante de Sumatra”. Su actitud me indicaba, por conocerlo bien, que se traía algo excitante entre manos. Me tiró desde donde él estaba sentado una hoja de un papel grueso y de color blanco mate, que había estado hasta ese momento encima de la mesa. Y añadió:
Me llegó por una entrega directa de un carro con chapa diplomática. Léala en voz alta. Era una carta sin fecha, sin firma y sin dirección. Decía:
“Esta noche, a las ocho menos cuarto, irá a visitar a usted un caballero que desea consultarle sobre un asunto del más alto interés. Los recientes servicios que ha prestado usted a varias casas reinantes y gobiernos de Europa, han demostrado que es usted la persona a la que se puede confiar asuntos cuya importancia no es posible exagerar. En esta referencia sobre usted coinciden las distintas fuentes en que nos hemos informado. Esté usted en sus habitaciones a la hora que se le indica, y no tome a mal que el visitante se presente enmascarado.”
Este sí que es un caso misterioso — comenté yo—. ¿Qué cree usted que hay detrás de esto? De inmediato el extraordinario Sherlock Holmes (pues no de otro se trataba) me contestó bastante tajantemente: No poseo todavía datos. Constituye un craso error el teorizar sin poseer datos. Uno empieza de manera insensible a retorcer los hechos para acomodarlos a sus hipótesis, en vez de acomodar las hipótesis a los hechos.
Mientras Holmes hablaba, se oyó el estrépito de varios carros y el rechinar de unas ruedas rozando el bordillo de la acera, todo ello seguido de un fuerte timbrar en la puerta de calle. Holmes dejó escapar un silbido y dijo: Varios carros Lincoln, de manufactura estadounidense y probablemente blindados a nivel 5.
Holmes, estoy pensando que lo mejor será que me retire- dije precipitadamente
De ninguna manera, doctor. Permanezca donde está. Esto promete ser interesante. Sería una
lástima que usted se lo perdiese.
Pero quizá su cliente… No se preocupe de él. Quizá yo necesite la ayuda de usted y él también. Aquí llega.
Unos pasos, lentos y fuertes, que se habían oído en las escaleras y en el pasillo se detuvieron junto a la puerta, del lado exterior. Y de pronto resonaron unos golpes secos.
¡Adelante! —dijo Holmes. Entró un hombre que no bajaría de los seis pies y dos pulgadas de estatura, de unos 70 años, con cabello rubio platinado, peinado sobre la frente en una manera reminiscente a un nido de golondrinas. Sus ropas eran de un tejido de excelente calidad, chaqueta cruzada, sobretodo azul oscuro, que tenía echado hacia atrás sobre los hombros, mocasines de piel parda, completaban la impresión de opulencia que producía el conjunto de su aspecto externo. Traía en la mano un sombrero Borsalino y, en la parte superior del rostro, tapándole parte de los pómulos, ostentaba un antifaz negro. A juzgar por las facciones de la parte inferior de la cara, se trataba de un hombre de carácter voluntarioso, con una extraña expresión en los labios, y barbilla redondeada, que sugería una intransigencia llevada hasta la obstinación.
¿Recibió usted mi carta? —Preguntó con voz estentórea pero ronca, de fuerte acento neoyorquino—. Le anunciaba mi visita.
Tome usted asiento por favor —le dijo Sherlock Holmes—. Este señor es mi amigo y colega, el doctor Watson, que a veces lleva su amabilidad hasta a ayudarme en los casos que se me presentan ¿Con quién tengo el honor de hablar?
Puede hacerlo como si yo fuese Mr. Smith, empresario de New York. Doy por supuesto este caballero amigo suyo es un hombre discreto al que yo pueda confiar un asunto de la mayor importancia.
Puede confiar en el cómo en mi mismo Mr. Smith, le contestó mi genial amigo. ¿Qué le consterna, y en que podemos ayudarlo?
-Bien dijo Mr. Smith, la recién abierta Embajada de los EE.UU. en La Habana, está recibiendo unos inusuales “ataques sónicos” contra sus diplomáticos, que le producen sordera, mareos y
variados efectos negativos, como pérdida de memoria y otras cosas malas. Nuestros equipos profesionales del FBI, y también por su cuenta, de la RCMP, no han encontrado nada que pueda causarlo. Los cubanos tampoco, pero usted sabe que esos latinos no dicen una verdad ni cuando hablan dormidos.
-Bien Mr. Smith, me puede dar una lista de los afectados? – No imposible, contestó el neoyorquino. ¿O quizás sus hojas clínicas? No, no se puede dijo el visitante. ¿Podría el Dr. Watson reconocerlos privadamente? No, de ninguna manera.
-En ese caso, Mr. President, no veo forma en que podamos ayudarlo- el visitante palideció aun mas en su cuasi albina cara- ¿Cómo saben ustedes que yo soy el Presidente Donald J. Trump de los EE.UU.?
-Elemental mi querido presidente, el papel de su carta tiene el sello de la Casa Blanca, llegó usted en varios carros Lincoln blindados, protegido por un pelotón de miembros del Servicio Secreto, su especial coiffure, toda su ropa tiene membretes que dicen Donald Trump Signature Collection, etc. Igual le pasaba a Pedro el Grande cuando quería viajar de incógnito por Europa en el pasado, con una cruz ortodoxa de oro y piedras preciosas de dos kilogramos, lo reconocían hasta los recién nacidos.
-Le pago lo que me pida, Mr. Holmes, si me ayuda a inculpar a los cubanos de esos ataques- dijo el mandatario sonriente, guiñando un ojo y haciendo el signo de dinero con el índice y el pulgar. – Muchas gracias Presidente, pero el prestigio de Watson y mío, igual que el carrito de Pepe Mujica, no están en venta.
-Bueno allá ustedes, se quedan sin la plata y sin haber descubierto al culpable. – Holmes saltó de la silla y le contestó – Solo sin el dinero, porque el culpable lo descubrimos desde que usted comenzó a hablar, es sin dudas usted mismo, por querer timar a todos con algo implausible e innoble. Me recuerda usted el curioso incidente del perro a medianoche cuando resolví el difícil caso conocido como “Estrella de Plata”, en aquella ocasión no había “perro”, en esta obviamente no se produjo ningún ataque. Lo acompaño a la puerta.
Sin hablar, el visitante se levantó, caminó hasta la puerta y la cerró con estrepito. Sherlock Holmes tomo su celular, marcó un número y dijo: -Inspectores Lastrade y Gregson, le pueden decir al MI6, que el “distinguido visitante” ya salió-. Después marcó otro número y dijo “Uber, por favor me lleva a aeropuerto internacional de Heathrow, por favor en 10 minutos aquí, en Baker Street, 221 B. Lo miré con asombro y le pregunté – ¿Sherlock, va a viajar? Sí, mi querido Watson, me voy a pasar unos días en la hermosa playa de Varadero y después voy a asistir a la feria Internacional de La Habana/2017. Me quedaré en el hotel Capri, por si me necesita.
Me estremecí al escucharle y dije,- Holmes y si por casualidad fuese verdad, ¿no estaría usted en peligro? Mi querido Watson, contestó Holmes un tanto aburrido: Cuando todo aquello que es imposible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que parezca, es la verdad. Créame estimado Watson, nunca hubo “ataque sónico”, este es otra de las muchas patrañas de nuestros primos del otro lado del charco.
Notas.- Parodia escrita sobre el concepto de “Un escándalo en Bohemia” de Sir Arthur Conan Doyle.
Deseo expresar e insistir en mi mayor consideración por aquellos diplomáticos y sus familias que pudieran haberse visto afectados por causas desconocidas y desearles el más rápido restablecimiento. Esta sátira no está dirigida a ellos en ningún caso, sino a los que pretenden (inútilmente) destruir las relaciones entre dos pueblos hermanos y vecinos.