Una semana que comienza en 14 de Febrero es ideal para hablar del AMOR y la AMISTAD. Fundamentalmente del primero, pues en el entorno en que vivimos, donde los odiadores cada día enseñan más sus uñas y dientes, es lógico sublimizar a su eterno oponente.

Sublimizarlo, enaltecerlo, alimentarlo y hacerlo crecer, pero no ABSOLUTIZARLO. Es lindo sentarse en el trono del amor y declarar que «todo lo puede«. Y en el más general de los sentidos quizás sea cierto. Pero en la práctica cotidiana, en el mundo de intereses en el que vivimos, en medio del pragmatismo de supervivencia que caracteriza la lucha de clases (sí, esa que no ha muerto y hoy es más feroz que nunca), el amor es y debe ser base y sustento, pero no es, ni con mucho la única herramienta, el instrumento «per se». De tanto balancearnos en el trampolín de las ilusiones, a veces caemos en la piscina del ridículo.

Eso no significa que neguemos al poeta ni a la poesía. Por supuesto que si la emprendemos sin amor «será en vano«. Por supuesto que «sólo el amor alumbra lo que perdura. Sólo el amor convierte en milagro el barro… Sólo el amor engendra la maravilla. Sólo el amor consigue enceder lo muerto«.  Cierto. Cierto 100 veces…, pero no olvidemos que ese mismo Silvio que nos legó tal himno al amor, también nos legó «la historia de un ser de otro mundo«, al que vió por última vez «entre humo y metralla» y, -¿recuerdas como iba? «Iba matando canallas, con su cañón de futuro«.

¿Niega lo segundo a lo primero? Por supuesto que no, porque el gran Silvio, a diferencia de algunos que manipulan sus letras, entiende perfectamente que el amor y el odio no son dos polos opuestos, no son exactamente antónimos en la práctica cotidiana (y sobre todo en la socio-política). Por ello, luego ratifica que «Yo prefiero que jamás el odio tome asiento, ni por un segundo en la limpia claridad del sol«, pero sin retractarse de que un día «caminé en el lado de otro odio» y que dividiendo su «llanto por colores«, «muriendo de vivir sentado en la distancia«, quiso «un disparo y vestirme de humano«.

No hay contradicción (excepto cuando queremos absolutizar una de las partes de la ecuación) en el mensaje de quien nos dió una canción e hizo un discurso sobre su derecho a hablar, en vez de regalarnos una, nos regaló miles de canciones, «con mis dos manos. Con las mismas de matar«.

Cierto. 100 veces cierto… porque si somos realistas, el amor y el odio son dos formas de expresar el sentimiento de apego a algo; la toma de posición con respecto a algo que nos importa, con frecuencia más que nuestra vida; son formas de reaccionar con honestidad y franqueza ante diferentes situaciones de la vida, sobre todo en tiempos del cólera, para parafrasear al gran Gabo.

Un estudio muy serio del 2017 de la Universidad Hebrea de Jerusalem concluyó que «algunas personas son más felices si son capaces de sentir las emociones que desean, incluso si incluyen sentimientos como el odio o la rabia«. Se trata de que si somos sinceros, no se puede negar que hay situaciones que exigen enojo, reconocimiento del enojo y una expresión material de ese enojo para encontrar la solución.

Los estadounidenses estamos enojados con las traiciones de Biden, con el neoliberalismo, con la extrema desigualdad, con el racismo sistémico, con el intento de meternos en una guerra con Rusia o con China, y mil cosas más. Mis compatriotas cubanos y yo estamos enojados con más de 60 años de un cruel, ilegal y asesino bloqueo a nuestra gente. Y para cambiar las cosas indudablemente tenemos que armarnos de amor, de mucho AMOR, porque lo nuevo puede construirse exclusivamente sobre la base del amor. Pero para destruir lo viejo hace falta amor también, claro que sí, pero no sólo.

Esto ya lo había entendido, hace más de un siglo, el Héroe Nacional cubano, José Martí, un hombre de profundas creencias humanistas, con una extraordinaria capacidad de amar y de poner ese sentimiento por encima de cualquier tipo de odios, pero no como sustituto de. Por ello nos legó esa estrofa imprescindible en el arsenal de cualquier revolucionario moderno:

«El amor, madre, a la patria
no es el amor ridículo a la tierra,
ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime,
es el rencor eterno a quien la ataca».

A lo largo de la historia, el propio Martí y muchos otros, han utilizado el amor para mover montañas, para hacer que lo imposible tarde un poco menos, para construir un mundo mejor, menos desigual e injusto. Ese es el amor que sirve de ESCUDO contra los agravios, pero también de LANZA contra los que no entienden de razones o convierten su necesidad de fastidiarnos en su principal razón.

Y a lo largo de esa misma historia, el amor, la bondad y la «virtud» evangelizadora también se ha usado como EXCUSA para no enfrentarse, para no buscarse problemas, para no tomar posiciones, para no tener que elegir abiertamente entre el Bien y el Mal, entre Dios y el Diablo.

No deja de estar muy cerca del acierto, Arantxa Alvaro Fariñas, cuando dice que «lo contrario al amor no es el odio, sino el miedo«, aunque reafirma que el odio es tan negativo como inútil, a lo que podríamos agregar muy inútil, excepto cuando sirve como arma para vencer los miedos, para conquistar y hacer valer el reino del amor. Un amor en grande para todos, y no sólo para las élites o unos cuantos de sus lacayos.

EN FIN:

Podemos y debemos desterrar el odio de nuestros corazones. Y es un loable empeño. Pero no podemos olvidar que los odiadores existen, que la mayoría de ellos «no regresan ni están dispuestos a regresar del odio» a menos que les obliguemos con lanzas y con fuego.

Podemos y debemos extender la mano con la rama de olivo a los odiadores, sin esconder la mano que sostiene el garrote, tan presto a ser usado si se requiere, como a ser desechado cuando no haya más odio.

Podemos y debemos construir puentes sobre la base del amor entre las facciones enfrentadas, siempre y cuando el objetivo sea no quedarnos en el medio, sino hacer prevalecer el bien. A menos que tengamos dudas de cuál exactamente es el bien, o el mejor de dos mundos.

Podemos y debemos llamar amigos o hermanos a los que piensan diferente, pero no compartir madre y padre, ni alma o principios con los que apoyan abiertamente la maldad, promueven la guerra, incentivan la desigualdad, solicitan invasiones y claman por más hambre para sus pueblos. Al menos, en mi caso específico, que también implica respeto por lo que tú pienses si es diferente, esos no son ni serán jamás mis hermanos. No son ni serán jamás depositarios de mi amor.

Por último, no tengamos dudas de que el cemento y el acero de la construcción de hermandades y puentes es el AMOR, pero las vigas que lo sostienen han de ser de DIGNIDAD, y sus cables tensores han de ser sólo de PRINCIPIOS, esos insustituibles valores que sustentan la verdadera UNIDAD (tan necesaria hoy) y la sincera AMISTAD (tan necesaria siempre).

Es la hora de los hornos, y para que sólo se vea la luz, esa llama que los alimenta ha de nutrirse fundamentalmente de AMOR y BONDAD, pero también, cuando todo lo demás no surte afecto, del odio invencible a quien nos oprime y del rencor eterno a quien nos ataca.