Ya son 35 años. Para unos mucho más  y para otros menos

El raquítico llamado exilio y la amplia emigración cubana, tienen algo en común. Todos se fueron de Cuba buscando mejorar sus vidas y las de los suyos. De esto no cabe la menor duda. Recuerdo cuando como un adolescente mis padres me trajeron al final de la  década de los cincuenta y al cabo  de unos pocos años, regresé solo para sentirme inmerso en aquella Revolución por la que tanto habíamos trabajado aquí contra el batistato cubano, en estas tierras de sur floridano. Todo nos rememoraba a Martí y otros que  lograron con sus esfuerzos, en el extranjero pero principalmente en Estados Unidos,  ayudar en mucho a los mambises de la cuba anti colonialista del siglo XIX.

Sabemos muy claro que los primeros bandidos y criminales de la dictadura de Batista pudieron huir sin que les tocaran un pelo, ya después otros les siguieron y esa emigración política y anti cubana, crecía con los terratenientes, la burguesía explotadora, pequeña y grade. A estos les siguieron ciegamente una parte de la sociedad cubana que no tenía algo que perder si se quedaban a trabajar por una Cuba nueva, una Cuba socialista para el bien de todo. El espejismo de aquella sociedad que nos dominó y nos dormitaba aún,  a la clase media, antes de 1959,  funcionaba en sus efectos migratorios. La gente se iba pensando que muy pronto volverían a recuperar lo suyo, que era parte de la nación cubana. Tierras y bienes materiales y todo sería como antes, para algunos aunque no para todos, en esos se estaba muy claro.

Pero no todo siguió a la propaganda habitual de vivir aquí con mejores recursos y mejor vida material. Hubo grupos de cubanos dignos que desde que pusieron un pie aquí se revelaban a sumarse a las hordas de los antipatriotas. Uno de ellos desde los años setenta, fue la Brigada Antonio Maceo, que agrupaba primeramente a jóvenes incluso adolescentes que fueron traídos por sus familias y convertidos en los primeros rebeldes que abogaban por una mejor relación con Cuba, realizaban intercambios humanos, junto con orto grupo de nacionales conocidos por la Brigada Venceremos, compuesta de solo estadounidenses.

Era muy loable lograr mantenerse unidos a favor de una Cuba nueva, hasta que llegó la emigración de “los marielitos”, que cambia la composición de hasta entonces, salvo las dos excepciones anteriores, del llamado “exilio cubano”. Aquella andanada de cubanos, en su mayoría gente humilde, estudiantes, trabajadores, algunos profesionales, intelectuales, personas de todos los estratos sociales de la cuba de entonces, incluyendo una mínima cantidad de delincuentes que se aprovechaban del descontrol en esa autorizada fuga, y todos venían en embarcaciones procedentes del Sur de la Florida, que acudían a buscarlos.

Al entender de muchos y el mío propio, que provengo de esta estirpe de cubanos, que sin escrúpulos de alguna especie, renunciaron a seguir junto a los suyos en la isla para convertirse en emigrantes no políticos, pero sí en viajeros hacia lo desconocido al fin. Pero sucede que esa gigantesca cantidad de emigrantes – más de cien mil – crea sin habérselo planeado, una nueva capa político/social dentro del conglomerado de cientos de miles  de cubanos que se adueñaban de un escenario casi total e ideológicamente homogéneo.

Los “marielitos” hacían la diferencia, sin lugar a dudas. La inmensa mayoría de los que se oponían al Bloqueo, a la prohibición de viajes y envíos a la isla, a mantener contactos culturales, deportivos, y hasta económicos y de otra índole, la lucha por la libertad de Los Cinco, hasta que la dirección cubana comprobó que esto era totalmente cierto y permite el regreso de estos grupos de manera temporal, después de casi una década de mantener una permanente actividad pro Cuba, en este escenario tan difícil para esa actuación. El Mariel sienta un antes y después y ya hace sin darnos cuenta tres décadas y media de la existencia de este grupo que aunó muchas voluntades de viejos “exiliados”, aburridos ya de la eterna estúpida retorica del “anticastrismo”,  sumando mucho más de lo imaginado, hasta  después del Mariel.

Hubo, como es normal, detractores de estos pasos de unir, perdonar y reconciliar. Los duros de allá y de acá, se mostraban escépticos y unos argumentaban que los que se fueron no eran más que eso “los que huyeron” y los que se quedaron la inmensa mayoría del pueblo cubano se habían sacrificado durante largos años de privaciones y golpes del imperio, en aquella patria sitiada. Todo es excusable al oír ese argumento.

Pero ninguno de ellos vivió por tanto tiempo una constante agresión verbal y hasta material por asumir una postura como la de todos nosotros. Han sido ya más de tres décadas de oír y ver por todos los medios informativos, durante 24 horas siete días a la semana, los mismos intentos de penetración  con la rabia que encierran esas manifestaciones que solo recuerdan y machacan  los errores de la Revolución e inventan toda una historia increíble para mucha gente pensante. El bombardeo de esas peroratas, todo el tiempo, la discriminación por pensar y actuar distinto en este gueto de intransigencia, vale por cierto el voto de  confianza de una Cuba llena de amor a los suyos de acá que hacen reciproco esa cualidad cubana.

Es cierto que los que se han quedado allá tiene el lugar supino en la historia  por su  incalculable valor y amor  a la patria de Martí y Maceo. Pero caramba, hay que ser justos y también reconocer que empujarse tres décadas y media de suplicio terrenal de esta caterva de delincuentes,  terroristas y oportunistas, bien vale también  un pequeño lugarcito en el altar de honor de la patria, al menos para los que nunca han claudicado un solo instante y solo por habernos mudado en lugar de otra ciudad de Cuba, lo hicimos a Miami en estados Unidos, creemos que este hecho de por sí solo no deba representar el castigo ni siquiera de la duda.

Les habló, “Desde Miami”, Roberto Solís.