
Bogotá se tiende sobre Los Andes, en un balcón privilegiado de Colombia. Como el resto de las capitales latinoamericanas, ha crecido sin medida durante las últimas décadas. Cerca de ocho millones de personas comparten en la actualidad el mismo espacio que en 1950 ocupaban poco más de 700 mil.
En la última década le han brotado miles de edificios y centros comerciales, conectados por nuevas redes de avenidas de hasta tres éniveles sobre el suelo. Con su clima frío y arquitectura se parece a urbes europeas como Bruselas o Ámsterdam.
Su gente, sin embargo, ha cambiado poco. Recuerdo que cuando la visité por primera vez en el 2003, al inicio del gobierno de Álvaro Uribe, el tema de conversación más recurrente era la guerra, en cambio esta vez todos hablan de paz.
No pasan más de 10 minutos sin que un anuncio publicitario salte en la televisión para explicar los incalculables beneficios de una Colombia sin confrontación o que, por el contrario, otro arremeta contra los acuerdos alcanzados en La Habana tras cuatro años de negociaciones. Los enemigos de la paz no son tantos como poderosos.
El presidente Juan Manuel Santos apostó su estancia en la Casa de Nariño a los diálogos de paz, que sellaron un acuerdo histórico. Los principales funcionarios del gobierno alertan de la catástrofe que sería un fracaso en el plebiscito, el mecanismo de refrendación que se pactó.
El próximo 2 de octubre los colombianos tendrán la última palabra. Hay sobre todo muchas dudas. En el vuelo de La Habana a Bogotá, el sobrecargo se acercó a conversar cuando supo el propósito de nuestro viaje. “Yo cambié de opinión ayer, después que leí sobre el papel de las Naciones Unidas en el proceso”, confiesa. “Iba a votar no”.
Ya en la ciudad, soy testigo de otra conversación: “No entiendo por qué tenemos que sacar plata de nuestro bolsillo para pagarle a los guerrilleros cuando se desmovilicen”, le dice una madre a su hija. “Más se gasta en la guerra para matarlos y ese dinero bien se podría utilizar en otras cosas”, responde la joven. “Yo voy a votar sí”
UN LARGO VIAJE

Bogotá es una pieza clave para la etapa que se avecina, pero la noticia está ahora a más de mil kilómetros y varias horas de viaje por tierra. La X Conferencia Nacional Guerrillera definirá la postura sobre el paso a la vida civil de todos los frentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP).
El último tramo del recorrido hasta los Llanos del Yarí, escenario del encuentro que se extenderá hasta el próximo 23 de septiembre, fue aplanado en tiempo récord por los propios guerrilleros. La lluvia puede hacerlo intransitable. Es viernes y llevo un día de retraso en relación con la avanzada de la prensa internacional.
El autobús sale de la ciudad por la vía del sur, donde viven los más pobres. “Vota sí. Paremos esta guerra juntos”, se lee en una pancarta gigante con letras de arcoíris. En el fondo miles de casas levantadas con ladrillos ocres sin revestimiento se empujan unas a las otras por un espacio en la montaña, de la que casi no queda nada.
La carretera tiene cuatro carriles bien asfaltados pero estrechos, que serpentean a lo largo de cientos de kilómetros. Quienes la construyeron tuvieron que raspar la espalda de la cordillera, a veces de una arcilla amarillenta pero casi siempre roca sólida. Todavía se ven en las laderas las marcas de la dinamita y los equipos de excavación.
Bajar del altiplano equivale a cambiar de latitud cada media hora. Las coníferas dan paso a árboles cada vez más gruesos y frondosos. Cuando se siente el primer golpe de calor, los escasos tonos de verde explotan en toda la paleta de formas y coloresde las flores. Recién cortadas se montan en aviones para que lleguen frescas a Nueva York o Paris. Finalmente, las matas de plátano avisan que se ha llegado a tierra caliente.
La vía se endereza por varias horas pero se reduce a dos carriles. En el departamento del Huila, la Cordillera Oriental se parte a la mitad y crea un valle con irrigación natural donde se produce el mejor arroz de Colombia.
Para llegar a Florencia, la capital del Caquetá, hay que bajar y subir de nuevo varias veces las ramificaciones del macizo colombiano. Han pasado más de doce horas y de noche no es posible seguir al municipio de San Vicente del Caguán, donde en realidad comienza la parte difícil.
Por suerte logro tomar el primer taxi de la madrugada del sábado. Viajo con otras tres personas. La vista y la conversación compensan las lluvias intermitentes durante las tres horas de camino. A la izquierda de la carretera, con tramos en reparación y mal estado, las montañas están cubiertas de bosque nublado. A la derecha, se abren paso los potreros.
“Aquí se da de todo: yuca, banano y maíz en la parte plana; cacao y café en la montaña”, dice Don Jairo, quien toda su vida ha vivido en el Caquetá. “La coca y la guerra lo fue matando y ahora toca comprar de fuera hasta los plátanos”. El ganado, sin embargo, es uno de los pocos sobrevivientes.
Cuando se entera que soy periodista, el chofer comienza a narrarme la historia de la vía. En la quebrada de Nemal mataron a parte de la familia deTurbay Cote, uno de los caciques políticos del Caquetá; pocos kilómetros después señala una desviación donde fue retenida por las FARC-EP la excandidata presidencial Ingrid Betancourt. Entre los municipios del Doncello y Puerto Rico, para el lado del monte, cayó el avión de los estadounidenses que tras varios años fueron rescatados por el Ejército en una operación de inteligencia junto a Betancourt. Pienso que estas mismas curvas y quebradas deben guardar historias de guerrilleros muertos que pocos en Colombia y nadie en el mundo conocen.
Por esta región se mueven algunas de las unidades más fuertes de las FARC-EP. Durante las conversaciones de paz con Andrés Pastrana, en San Vicente del Caguán, los choques con los militares eran diarios.
Don Jairo le agradece al gobierno de Uribe que haya regresado un poco de seguridad a la ruta, aunque a decir verdad la guerrilla siguió siempre operando con fuerza en la zona.
José Gómez, un profesor universitario de Doncello, refuta que el precio fue demasiado alto. “La plata se cogió para la guerra y nada para lo social. Además, hubo muchos crímenes del Estado”.
En mi pueblo, cuenta José, dio clases de biología Iván Márquez, el comandante guerrillero que lideró las conversaciones de paz en La Habana. “Dedicaba los últimos 10 minutos del turno para hablar de la actualidad política. Desde entonces tenía esos intereses”. Por estos días, el pueblo está alzado contra la presencia de una trasnacional petrolera. Bloquean calles y se mantienen en paro.
Desde el puesto delantero, sin poderle ver el rostro, Gustavo Ortiz me contó como su hijo, capitán del ejército, murió en un enfrentamiento con la guerrilla. “Antes de que lo mataran yo apoyaba los diálogos y ahora lo sigo haciendo. La paz no es olvidar, es recordar sin odio”.
Cuando bajamos del taxi estuvimos frente a frente e intercambiamos saludos. Cuando veo su cara, un óvalo casi perfecto, me pareció el hombre más noble del mundo.
LA OTRA COLOMBIA

El taxi llega a tiempo a San Vicente del Caguán para seguir el discurso de Timoleón Jiménez, máximo jefe de las FARC-EP, en la inauguración de la conferencia guerrillera. Lo veo en televisión en una tienda cerca de la plaza del pueblo, donde hay carteles con mensajes revolucionarios y frases del Che. Está vestido de civil y el mensaje es claro: ha llegado la hora de la paz.
Agradece el esfuerzo de los guerrilleros que en tiempo récord han levantado un campamento en medio de la nada. Destaca la ayuda de los países garantes, Cuba y Noruega, y todos los que han apoyado el proceso. “En sus manos se encuentra el futuro de Colombia”, concluye su intervención frente a centenares de delegados e invitados.
La Conferencia sesiona a menos de cien kilómetros de San Vicente, pero el viaje es de varias horas. Los todoterreno que viajan directo cuestan más de 200 dólares. La opción económica es una chiva, el transporte tradicional de los campos colombianos. Más que autobuses, son camiones Ford de 480 caballos de fuerza y seis cilindros adaptados para 40 pasajeros.
Salimos al mediodía. La chiva desanda primero una carretera de piedra y arena, que recorre las veredas más cercanas. Solo aminora la marcha sobre los puentes improvisados con troncos sobre los riachuelos. La madera cruje pero no cede. La caída es de más de dos metros.
Recorremos potreros acordonados con cables de acero que parecen interminable. La selva húmeda del pie de monte pelea por recuperar lo que le ha robado la tala y el fuego para el ganado. Apenas se ven personas. Entre tanta riqueza, la pobreza de los pobladores resulta innatural.
El pie de monte da paso a una sabana interminable, casi virgen. Ya no se ve ganado, pero a lo lejos se divisa un tapir. Solo la vista cuando cae el sol sobre el bosque cubierto de neblina hace que el viaje valga la pena. Durante más de cincuenta años, el país ha estado privado de esta experiencia única.
La carretera se convierte en barro y la chiva patina pero no se atasca, incluso cuando las gomas están hasta la mitad de barro. Nos sobrepasan cada cierto tiempo algunas motos y carros más pequeños que traen y llevan a cientos de personas cada día.

Tras seis horas de viaje,aparecen las luces de la vereda El Diamante. En unas pocas semanas, entre guerrilleros y contratistas levantaron más que un campamento, un pueblo pequeño. Cuenta con estación de gasolina, tarima para conciertos, comercios y restaurantes. Las salas de conferencia y de prensa están cubiertas por carpas blancas de gran tamaño. Cuando llegamos ya es noche cerrada y nos llevan a nuestro campamento, construido con la misma técnica perfeccionada en cincuenta años de guerra. Toldos de goma negracubren 250 camas apisonadas en la tierra y cubiertas por mosquiteros y plásticos verdes. Hay colchonetas y sábanas recién estrenadas.
De todo el país llegan activistas, medios alternativos, profesores y luchadores por los derechos humanos. Es una Colombia dentro de otra ynadie se la quiere perder.
La música de Alerta Kamarada resuena en la sabana y cerca de dos mil personas festejan hasta tarde en la noche. El ambiente es tranquilo. Soldados de las FARC-EP en uniforme mantienen varios círculos de seguridad. En sus rostros se ve toda Colombia: negros, indios, costeños, cachacos y llaneros.
Las conferencias nacionales son el máximo órgano democrático de las FARC-EP, incluso por encima del secretariado, y así se han tomado las decisiones más importantes. Si el plebiscito vota sí otros miles bajarán de las montañas hasta las zonas veredales acondicionadas para su paso a la vida civil.
Se escucha aquí la voz de una Colombia oculta que le habla a Bogotá, en su altura, al Eje Cafetero, al Valle y la Costa. También a sí misma. La esperanza es que ahora, con el silencio de los fusiles, su voz se escuche más alto.
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