Cuando de joven leí, El último de los Mohicanos publicado en 1826, supe de los Tomahawk que, en la época en que se ambienta la novela, eran ya armas formidables. Obviamente no me refiero a los misiles, codiciados por los ucranianos y preocupantes para los rusos, sino a las hachas guerreras utilizadas por los nativos de Norteamérica.
En la novela, El Último de los Mohicanos, James Fenimore Cooper cuenta un episodio de la llamada guerra Franco-India. Contextualizada en los escenarios de la Guerra de los Siete Años (1754-1763) entre Inglaterra y Francia que luchaban entre sí por las colonias de Norteamérica.
Para sus fines, ambas partes engañaron y utilizaron aborígenes a los que entonces dominaban y explotaban y que, en algunos momentos se rebelaron y enfrentaron a los colonizadores como ocurrió en la llamada Guerra Franco-India.
Tomahawk que en el lenguaje de los aborígenes significó derribar, cosa que al parecer lograban con aquel artefacto, originalmente una herramienta para la caza, la lucha, incluso la guerra. Los nativos que no conocían los metales, los fabricaban con lascas de piedra o hueso, astas de ciervo o cuernos de búfalo, que fijaban con tiras de cuero a un mango de madera. Además de golpear, el arma servía para cortar y encajar y era también arrojadiza. Los colonizadores que los adoptaron, los fabricaron de hierro, acero o cobre
El misil subsónico Tomahawk es un arma de ataque capaz de portar cargas nucleares, introducido en 1991 experimentando numerosas modernizaciones. La versión estándar mide 6.1 metros de largo, 2,6 de envergadura y pesa unos 1.500 kilogramos. Opera desde tierra, buques, submarinos o aviones, con alcance de 1.600 km, ideal para realizar ataques de precisión contra blancos estáticos o en movimiento en la profundidad de territorio enemigo.
Aunque no es invisible ni hipersónico, ciertas prestaciones, entre ellas el vuelo a baja altura, incluso a 30 metros del suelo, adaptándose al relieve del terreno, le permiten evadir razonablemente el fuego antiaéreo. El costo por unidad se aproxima al millón y medio de dólares.
Además de Estados Unidos los poseen el Reino Unido. Recientemente han sido empleados contra los hutíes en Yemen y contra las instalaciones nucleares de Irán durante la Guerra de los 12 días. Aunque eficaz, el Tomahawk que ha estado en el arsenal del ejército y la armada de Estados Unidos por 35 años en los cuales se han acumulado existencia de varios miles, ya no es un arma decisiva por lo que entregar algunos a Ucrania no es para el Pentágono un sacrificio, que no obstante preocupa a Rusia.
La posibilidad de que Estados Unidos ceda tal arma a Ucrania que, de ese modo, pudiera alcanzar la profundidad del territorio ruso, ha movido las tintas y provocado todo tipo de análisis y comentarios.
Al parecer el presidente Trump ha aplazado la entrega, concentrándose en presionar para que las partes dejen de tratar de ganar por las malas y pongan fin a un conflicto que nunca debió comenzar. De no ocurrir así, probablemente volarán los Tomahawk. Allá nos vemos.
En la novela, El Último de los Mohicanos, James Fenimore Cooper cuenta un episodio de la llamada guerra Franco-India. Contextualizada en los escenarios de la Guerra de los Siete Años (1754-1763) entre Inglaterra y Francia que luchaban entre sí por las colonias de Norteamérica.
Para sus fines, ambas partes engañaron y utilizaron aborígenes a los que entonces dominaban y explotaban y que, en algunos momentos se rebelaron y enfrentaron a los colonizadores como ocurrió en la llamada Guerra Franco-India.
Tomahawk que en el lenguaje de los aborígenes significó derribar, cosa que al parecer lograban con aquel artefacto, originalmente una herramienta para la caza, la lucha, incluso la guerra. Los nativos que no conocían los metales, los fabricaban con lascas de piedra o hueso, astas de ciervo o cuernos de búfalo, que fijaban con tiras de cuero a un mango de madera. Además de golpear, el arma servía para cortar y encajar y era también arrojadiza. Los colonizadores que los adoptaron, los fabricaron de hierro, acero o cobre
El misil subsónico Tomahawk es un arma de ataque capaz de portar cargas nucleares, introducido en 1991 experimentando numerosas modernizaciones. La versión estándar mide 6.1 metros de largo, 2,6 de envergadura y pesa unos 1.500 kilogramos. Opera desde tierra, buques, submarinos o aviones, con alcance de 1.600 km, ideal para realizar ataques de precisión contra blancos estáticos o en movimiento en la profundidad de territorio enemigo.
Aunque no es invisible ni hipersónico, ciertas prestaciones, entre ellas el vuelo a baja altura, incluso a 30 metros del suelo, adaptándose al relieve del terreno, le permiten evadir razonablemente el fuego antiaéreo. El costo por unidad se aproxima al millón y medio de dólares.
Además de Estados Unidos los poseen el Reino Unido. Recientemente han sido empleados contra los hutíes en Yemen y contra las instalaciones nucleares de Irán durante la Guerra de los 12 días. Aunque eficaz, el Tomahawk que ha estado en el arsenal del ejército y la armada de Estados Unidos por 35 años en los cuales se han acumulado existencia de varios miles, ya no es un arma decisiva por lo que entregar algunos a Ucrania no es para el Pentágono un sacrificio, que no obstante preocupa a Rusia.
La posibilidad de que Estados Unidos ceda tal arma a Ucrania que, de ese modo, pudiera alcanzar la profundidad del territorio ruso, ha movido las tintas y provocado todo tipo de análisis y comentarios.
Al parecer el presidente Trump ha aplazado la entrega, concentrándose en presionar para que las partes dejen de tratar de ganar por las malas y pongan fin a un conflicto que nunca debió comenzar. De no ocurrir así, probablemente volarán los Tomahawk. Allá nos vemos.










