Casi dos años y unos 60.000 muertos después, sigue sin aparecer algún elemento capaz de contener o frenar a Israel, menos aún de confrontarlo, cuando aparezca uno habrá que aferrarse a él y apostarlo todo. Así, a mi juicio puede ocurrir con el plan de Tony Blair, avalado por Trump.
En los últimos días, importantes órganos de prensa de alcance internacional se han hecho eco de informaciones acerca de un proyecto mencionado como “Gaza Transitional Authority” (Autoridad para la Transición en Gaza), atribuido a Tony Blair, ex primer ministro británico, y a Jared Kushner, ex asesor de Donald Trump para el Oriente Medio.
Según imprecisos trascendidos, la idea es que, al cese de la actual guerra, más exactamente de la matanza que impunemente lleva a cabo Israel en Gaza, se constituya el mencionado órgano que, amparado por el Consejo de Seguridad de la ONU, lo cual involucraría a Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia, el organismo internacional se establezca en Gaza con autoridad para adoptar las medidas de emergencia necesarias y organizar el futuro gobierno.
La Autoridad para la Transición en Gaza, obviamente laica, integrada por representantes de varios países, asumirá el gobierno provisional y la administración de Gaza por un período que puede ser hasta de cinco años, al final del cual el gobierno sería entregado a la Autoridad Nacional Palestina. En ningún momento, HAMAS ni Israel tendrían participación en los arreglos pertinentes y en el trabajo de la autoridad.
Según adelantos, Gaza International Transitional Authority (GITA), contará con una dependencia mencionada como “Property Rights Preservation” o Preservación de derechos de propiedad, destinada a procesar y proteger reclamaciones de los habitantes de Gaza, incluidos los que, provisionalmente, fueron obligados a evacuar, respecto a sus propiedades y bienes.
Existen referencias respecto a la probabilidad de que, en la fase organizativa, GITA se establezca fuera de Gaza y, cuando llegue el momento, con la protección de fuerzas militares multinacionales al mando de la ONU, ingrese en la franja. Según la propuesta, la financiación pudiera estar a cargo de los países del Golfo y otros estados árabes.
Como era de esperar, con razón o sin ella, existen críticos, unos nihilistas que no ven nada positivo en esa, ni en ninguna otra propuesta, y los preciosistas que no se han enterado que “lo perfecto es enemigo de lo bueno” y preferirían dejar pasar la única oportunidad que puede ser viable.
El plan no es una monedita de oro ni sus promotores dechados de virtudes ni solidarios con árabes y palestinos, más bien todo lo contrario y, como quiera que Dios suele escribir derechos con letras jorobadas, tal vez la idea funcione y, cuando menos, sirva para detener la matanza. Blair y Kushner cuentan con referencias que sumadas a los avales que proporcionaría el apoyo del Consejo de Seguridad, en particular de Estados Unidos, pudieran plantar cara a Israel y contenerlo.
Como era de esperar algunos sectores palestinos abrigan dudas acerca de la legitimidad del plan y del papel que desempeñará la Autoridad Nacional Palestina que ha adelantado su desacuerdo. Así mismo se requieren precisiones de cómo contener a Israel, asumir la participación de la Autoridad Nacional Palestina y neutralizar a HAMAS.
Entre la multitud de asuntos a considerar y resolver, además de un cronograma para la aplicación del plan, figuran los aspectos políticos, de seguridad y orden público y los mecanismos de supervisión y control del cumplimiento de lo acordado. Aunque la idea de evacuar o reubicar forzosamente a pobladores de Gaza, no se menciona, la omisión hace suponer que tal intención no existe.
Lo que me gusta y no me gusta del plan
Aunque los antecedentes de un mandato internacional para Palestina son funestos porque recuerdan experiencias coloniales, por ahora se trata de la única opción a la vista. No me gusta porque se trata de una fórmula sólo para Gaza y no para toda Palestina, incluido Jerusalén.
De incluir a Cisjordania y Jerusalén, pudiera asumirse que, vencido los plazos, se desembocaría en la idea del estado Palestino que, al incluir al millón de judíos que viven en Cisjordania, Palestina y Jerusalén, en los hechos, sería un estado multinacional. De ser así tendría sentido la idea de que Jerusalén fuera capital.
Obviamente existe una montaña de asuntos por resolver y garantías por reclamar, pero urge detener la matanza ¡ya! Conozco que, en este como en otros asuntos políticos análogos, existe una oposición de oficio, a veces legitimada por experiencias acerca de a dónde conducen las concesiones y otras por razones ideológicas.
Los que dudan, los escépticos y los que se oponen tienen todos buenas razones y excelentes argumentos, tantos como quienes, sufren y aferrados a la esperanza, creen que nada puede ser peor que la situación existente.
Las experiencias de Palestina respecto a la presencia extranjera no pueden ser más lamentables. En 1922 por un “mandato” de la Sociedad de Naciones (antecesora de la ONU) fue puesta bajo control de Gran Bretaña. Al contrario de lo que debió haber ocurrido, en 1948, al concluir el “mandato” en lugar de obtener la independencia, a espaldas de su pueblo y contra la opinión de los estados árabes, la ONU acordó la “partición” y entregó parte de su territorio a los judíos para constituir el estado de Israel.
La partición y la constitución del estado de Israel han significado para los palestinos la guerra y la expulsión, la ocupación de su territorio y la condena a vivir en campos de refugiados en los países vecinos. A todo ello se suman las contradicciones y las divisiones internas, tanto entre su población y organizaciones, como respecto a los estados árabes.
Ochenta años después, Palestina y su pueblo no han progresado, no son más libres ni más felices que bajo el “mandato británico” que fue una maldición. En mi caso, creo que un mal plan es mejor que ninguno y sobre todo que la tolerancia ante el genocidio. Con protestar no basta, es preciso actuar. Allá nos vemos.