La Dictadura híbrida de Trump

   La presidencia de Donald Trump, como decía un viejo dicho, ha puesto en ascuas al globo terráqueo.Este estado de ánimo se debe a que estamos esperando algo QUE NO IMAGINAMOS y que nos inquieta sobremanera porque, en el fondo, pensamos que no será bueno.

No sabemos lo que quiere el errático presidente que gusta de los colores dorados y adornos extravagantes que me recuerdan al famoso pianista y artista Valentino Liberace. Quizás ni el propio Trump sepa a ciencia ciertas lo que quiere, excepto para darse a conocer a perpetuidad. Porque por décadas, cualquiera que fuese el resultado final de su gobernanza, el mundo entero lo recordará. Quizás de igual modo como recuerdan a Hitler, Mussolini, Franco, Stalin o a Nerón, quien mandó matar a su madre para ver el interior del vientre que había dado “un genio de su calibre”. También es posible que lo recuerden como a Cantinflas, a Tin Tan, a los Tres Chiflados o el Gordo y el Flaco. Ojalá, al final, se le recuerde de esta última manera y no con otras referencias.

En medio de sus improvisaciones y cantinfleos, desde el punto que nos interesa, o sea políticamente, su mayor contribución al desastre no serán los desmanes que cause a la economía mundial y especialmente a la nacional. Porque las tarifas, que es un regreso al pasado, cuando no se habían imbricado aún las dependencias e interacciones productivas y financieras entre las diversas regiones del orbe, no existen elementos que aseguren su buen funcionamiento a estas alturas de la globalización. El mundo ha llegado a un punto de complementariedad económica que cualquier desgarramiento que le causemos a algunos o varios de sus eslabones, tendrá resultados de pronóstico reservado y podría conducir al paciente a la sala de cuidados intensivos.

No vamos a hacer aquí un análisis teórico de lo anterior, porque llevaría mucho espacio, pero aun en el caso que pueda catapultar el crecimiento económico de Los Estados Unido de América, estimulado en parte por una población numerosa, donde además indefectiblemente, los otros dos países norteamericanos, México y Canadá, también eventualmente formarían parte de ese micro mundo, las consecuencias para el resto del planeta serían desastrosas y eso podría crear tensiones bélicas de incalculables consecuencias.

Así que descontando cualquier sueño de verano que pueda abrigar Trump, cuya experiencia es la de ser un comerciante – vendedor con una mentalidad que implica que para ganar tiene que ser a costa de que alguien tiene que salir perjudicado, lo más terrible que representa su gobierno es su tendencia de circunvalar las leyes y las disposiciones. Eso es precisamente lo que ha hecho toda su vida. Y ese afán de que alguien debe perder para sentir que ha ganado, le viene de las muchas acusaciones que le han hecho durante su vida de negociante, donde acostumbraba a contratar empleados y no pagarles, usando los subterfugios de las leyes de bancarrota existentes, las cuales dejan espacios legales suficientes para que una entidad jurídica, ya sea humana o corporativa, puedan evadir los compromisos de pago a terceros.

El drama real que veo con este peligroso y a su vez estrafalario personaje, puede expresarse en la siguiente pregunta: ¿hasta dónde esa conducta pueda influir en un gran núcleo poblacional, sembrando ese modo de ser que, en gran medida sería de fácil asimilación porque se aviene a la manera usual de “hacer negocios” en el capitalismo estilo USA?

El aspecto dramático radica en que esos procederes de Trump desde que asumió la presidencia tienden indefectiblemente a un golpe de estado suave, sutilmente infiltrándose en las normativas del sistema. De alcanzar una gran magnitud, cambiaría elementos claves de la estructura política que desde su fundación han permitido el funcionamiento de una verdadera democracia. Una democracia que ha evolucionado desde la exclusividad, siendo en un principio derecho exclusivo para granjeros, personas de negocio y quienes disfrutaban de ingresos por los cuales pagaban determinados impuestos, pero excluía de forma clara a los negros, las mujeres y a los marginados económicamente. No obstante, la existencia de esas limitantes que hoy nos parecen horrorosas, en potencia contenía la semilla para evolucionar y hacerla cada vez más incluyente tanto a la hora de la votación como a la hora de reclamar una multitud de derechos que hoy definen el sentido de la democracia. Tiene además las cualidades del debate público libre y cuenta con mecanismos para la defensa individual y colectiva. Durante más de doscientos años se ha mantenido de esa forma, hallando soluciones para rectificar las fallas que conducen a la tiranía o a la perpetuidad en el poder de persona o grupo determinado. Incluso la discriminación social, la violación de lesa humanidad que más se ha demorado en ser superada totalmente, se ha reducido y cuenta hoy con millones de ciudadanos preocupados por las huellas que aún subsisten. Aun así, no tengo dudas de que se ha reducido sustancialmente en el transcurso de los últimos setenta y cinco años.

Todos esos mecanismos que, como he repetido de diversos modos, han ido evolucionando a través del debate y el consenso, están siendo violados hoy de forma subrepticia por un presidente que no cree en ninguno de los valores democráticos.

Para ello ha atacado tres de los varios pilares fundamentales que conceptualizan la democracia y se condensan en dos palabras: balanza de poderes.

Bajo sus presiones y haciendo uso del partidismo dentro del sistema jurídico, ha logrado que la Cámara de Representantes, apruebe una ley para limitar el poder de los jueces distritales prohibiéndoles dictar medidas cautelares respecto a las decisiones de gobierno.

La Ley de No a los Fallos Desacreditados, también conocida como Ley NORRA, es un proyecto de ley que busca limitar la capacidad de los jueces de los tribunales de distrito de EE. UU. para emitir órdenes judiciales a nivel nacional. Sus defensores argumentan que es necesaria para impedir que los jueces implementen políticas nacionales, las cuales, según ellos, deberían ser competencia del Congreso y del presidente. Sus críticos argumentan que socava la independencia judicial y la capacidad de los tribunales para controlar las extralimitaciones del ejecutivo.

Constitucionalmente los jueces distritales tienen la potestad de interpretar la Constitución, aunque la determinación última en casos de extrema complicación, está en manos de la Corte Suprema de Justicia cuyas conclusiones son vinculantes nacionalmente.

En este punto sería más importante limitar los poderes del ejecutivo y no eliminar los mecanismos que puedan impedir posibles violaciones del presidente de turno. Pero a Trump le interesa lo contrario: alcanzar cada vez más poder autoritario para que la presidencia pueda actuar en función de su ideología o los intereses personales de quien la preside.

Otro aspecto delicado que su presidencia quiere controlar, son los predios universitarios y para ello está utilizando cortar las ayudas financieras a las universidades que no acepten las condiciones del ejecutivo. Esto es algo muy delicado por cuanto las universidades no son sólo centros de formación de profesionales y científicos sino además los grandes laboratorios donde se logran descubrimientos en áreas donde la empresa privada no es suficiente por la envergadura de los proyectos. Pero los gobiernos autoritarios están más interesados en controlar estas instituciones que en la formación ciudadana. El autoritarismo es consciente que los años jóvenes de quienes las integran, es propenso a la opinión, la disensión y el debate y sus protestas repercuten con mucha efectividad en la población.

Todo gobierno autoritario rechaza la libertad de la educación y este es el caso de la presidencia de Donald Trump. En esos afanes ha llegado a plantearle a centros de estudio superior como Columbia University y otros, que tienen que cooperar en todo lo que se les pida. A la universidad de Harvard le fue planteado que para recibir fondos tienen que reportar a los servicios de inteligencia sobre cualquier protesta que se origine en sus predios y sobre el pensamiento de las juventudes que las llevan a efecto. Típico estado policial de los gobiernos totalitarios o dictatoriales.

La tercera medida represiva para ir preparando el terreno se relaciona con la libertad de prensa. Siguiendo este guión, ha prohibido a la AP los accesos a los informes de prensa de la Casa Blanca y aplicando su experiencia en demandar a otros por las cosas sucias que ha hecho en sus empresas, establece acciones legales contra otros medios, alegando que promueven noticias falsas o distorsionadas.

De manera lenta, pero a su vez sin perder tiempo para que los cuatro años de presidencia alcancen para encauzar su silencioso golpe de estado, va gobernando en medio de una dictadura híbrida que sus seguidores, como ocurre siempre en el mundo de los fanáticos, ven con buenos ojos y no faltan quienes lo ven como el profeta redentor.

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