Lo de Playa Girón o Bahía de Cochinos es hartamente conocido. La semana pasada se conmemoró la fecha del mercenario desembarco militar. No importa que fueran cubanos, pues lo ordenó, preparó y apertrechó una potencia extranjera, y hay que decir que debieron tener muy mala puntería, pues fueron como merengue a la puerta de un colegio. Derrotados en sólo 66 horas, y con mil 189 prisioneros que luego fueron canjeados hasta por pomitos de compota,
Puntería que también parece fallarle a John Bolton, el Asesor de Seguridad Nacional estadounidense, y al Secretario de Estado Mike Pompeo al escoger ambos nada menos que un 17 de abril –día del inició en 1961 de la primera gran derrota militar del imperialismo en América Latina– para anunciar el recrudecimiento de otra terca y vieja guerra de ya 60 años contra Cuba, la económica, financiera y comercial. Aplaudidos por los “cocineros” derrotados en Playa Girón, Pompeo en Washington y Bolton en Miami, se sintieron triunfantes al notificar sobre la activación del título III de la Helms Burton, ley rechazada hasta por sus aliados europeos, a la cual acompañaría restricciones a las remesas y a los viajes a la Isla, entre otros despropósitos que hacen pensar que la arbitrariedad se hace ley en Estados Unidos cuando el mundo entero vota en Naciones Unidas contra el bloqueo impuesto a la Isla.
Nada de que asombrarse. Ambos funcionarios han llegado a la mentecatez de afirmar que Cuba constituye un peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos. Indiscutible parece lo que no hace mucho publicó el New York Times: “Lincoln tenía un equipo de rivales; Trump tiene un equipo de imbéciles”
Si fueran inteligentes, ambos funcionarios hubieran valorado que el 17 de abril fue fecha en que su CIA inicia una invasión que resultó bochorno internacional para Washington y nueva epopeya para el pueblo cubano. Uno de los fotógrafo que estuvo en Girón como reportero, Ernesto Fernández, cuenta que una de las veces que aviones de la Brigada 2506 ametrallaban y bombardeaban con napalm y él trataba de cubrirse tras unas piedras, ve a un muchachito de unos trece años con una metralleta y le dice: “Oye, muchacho, vamos hacer una cosa: si tú estiras la mano delante de mí y a ti no te tiembla un dedo, yo te tiro las fotos que tú quieras, te las mando a la casa, lo que tú quieras.” Y el muchachito le responde: “¿Compadre, usted cree que yo vine aquí a tirar tiros y voy a tener miedo?”
Como se sabe, dos días antes de la invasión por Bahía de Cochinos hubo un alevoso ataque aéreo que Washington trató disfrazar con cables como éste: HABANA, abril 15. (AP). —Pilotos de la fuerza aérea del primer ministro Fidel Castro se rebelaron hoy y atacaron tres de las bases aéreas del régimen de Castro, con bombas y cohetes.
Así le mentían al mundo mientras Fidel, de inmediato, se reunía con el personal de la base aérea de San Antonio, al sur de La Habana, y para picarles el amor propio lo primero que preguntó fue:
—Bueno, y los pilotos ¿qué hicieron? ¿Se escondieron?
Enrique Carreras explicó que Fernández y Bouzarc lograron salir a enfrentar el enemigo a pesar de la sorpresa y el estado técnico de los aviones. Otro piloto planteó a Fidel que como se esperaba un gran ataque, que por qué no traían un escuadrón de cazas Hawker Hunter ingleses.
Fidel, jodedor, respondió:
—Mira, chico, no me pidas aviones nuevos. Lo que te voy a meter aquí son doscientas vacas lecheras. Porque ya la aviación me tiene obstinado.
Fue cuando el piloto Bourzac, negro y de familia muy humilde, intervino:
—Lo que deben traer es un escuadrón de parihuelas.
—Pero doce parihuelas… ¿para qué? –le preguntaron–, ¿pa cargar pangola?
—No, para que nos carguen los cojones de nosotros los pilotos hasta los aviones, porque en esos aviones destruidos así como están, nosotros vamos a salir a repeler cualquier agresión.
Y Fidel, seguro que con los chorros Mig 15 en mente, les dijo que si se ganaban los aviones vendrían, y no un escuadrón, sino cientos de aviones, y de los mejores del mundo. Y efectivamente, los Mig comenzaron a llegar poco después.
Durante el ataque preliminar a la base de San Antonio, el piloto de las parihuelas había tratado de arrancar un Sea Fury que estaba junto a un T-33 que las bombas destruyeron. Pero el caza inglés tenía que arrancar con planta auxiliar por el mal estado de sus baterías y la expansión de las bombas le tumbaba la planta cada vez que iba a poner en marcha el motor. “Tenía que bajarme del avión –explicó–, ponérsela de nuevo y subirme en el avión otra vez.” Un hecho nada fuera de la común para aquella incipiente fuerza aérea revolucionaria. Los Sea Fury tenían adaptados gomas y bandas de frenos de camiones. Uno de los jet T-33 alcanzaba una temperatura de 900 grados centígrados, 175 grados más sobre el límite máximo permitido. Así estaba la técnica para volar.
No obstante, Bouzac logró levantar vuelo y persiguió a los aviones que huyeron rumbo norte.
Sin embargo, solo dos días después, luego del desembarco de la Brigada que la CIA bautizó como 2506. el Boletín 4 de Radio Swan, emisora estadounidense contra Cuba, decía: “Los combatientes cubanos por la libertad en el área de Matanzas son atacados por tanques soviéticos pesados y aviones Mig que han destruido cantidades importantes de provisiones médicas y equipos.”
La realidad era que prácticamente en cachivaches voladores los pilotos derribaron nueve aviones; otro, la artillería, y, en tierra, una milicia de obreros, campesinos y estudiantes, en solo 66 horas venció a la fuerza invasora que entrenada en Guatemala partió por Puerto Cabeza, predio del dictador nicaragüense Anastasio Somoza, en ocho buques y numerosas lanchas de desembarco. Mil 200 hombres apertrechados con cañones, tanques, bazucas, ametralladoras pesadas, jeep, camiones, con todo tipo de avituallamiento y el apoyo de veinticuatro bombarderos B-26 y seis aeronaves para lanzar paracaidistas.
John Bolton, en su reunión del pasado miércoles 17 de abril en Miami con los derrotados que, como suelen hacer, fantasearían sobre lo bravo que fueron y sobre el salvajismo de quienes los vencieron, aunque ni un codazo recibieron de un miliciano. Por supuesto que no dijeron a Bolton lo que no pocos declararon ante la televisión cubana: “No, si yo vine como cocinero”. Meno aun querrán recordar lo que expresó uno de los tantos con tan mala puntería, Manuel Pérez, quien hambriento y extenuado luego de once días de andar escondido en la Ciénaga de Zapata junto a otro invasor decide entregarse a la milicia pensando que a lo mejor los mataban, pero ahora centró bien el punto de mira y fue honesto y narró: “Los milicianos campesinos que encontramos nos trataron a cuerpo de rey. Nos dieron ropa y comida. Eran cubanos, cubanos como nosotros, y no americanos, ni guatemaltecos, ni nicaragüenses. A ellos doy gracias por el trato. A las milicias revolucionarias. Al gobierno del Dr. Castro.”
Copien bien: al gobierno del Dr. Castro.
Les habló, para Radio Miami, Nicolás Pérez Delgado
Un comentario
Nicolas tu escribes bien ,pero poco.Te saludo rogelio.