El poder y la democracia.
Aunque hubo imperios que duraron siglos y dictaduras que se prolongaron por décadas, ninguna forma de poder político basada en la fuerza sobrevivió. Las únicas irreversibles son las fundadas en la democracia, un estado desconocido por numerosos pueblos y al que no renuncian quienes alguna vez lo paladearon.
En las sociedades preindustriales el poder político era desempeñado de modo unipersonal y casi siempre violento, entonces excepto la Iglesia y las cortes, no existían instituciones. Los emperadores y reyes, sultanes, califas, emires y ayatolas no necesitaban del favor popular, no se debían a sus pueblos ni rendían cuentas a entidad alguna.
El poder político es la más cabal expresión del poder, porque se ejerce sobre toda la sociedad, en todos los ámbitos y todo el tiempo, su instrumento es el estado que es la entidad terrenal más parecida a Dios porque como Él es todopoderoso porque lo puede todo, omnisciente porque lo sabe todo y omnipresente porque está en todas partes a la vez.
El estado y sus instituciones, entre otras los modelos económicos y los sistemas políticos, los parlamentos y el entramado judicial formado por constituciones, leyes, tribunales, cárceles a los cuales se suman las entidades armadas, la policía y la seguridad, así como las organizaciones financieras, facultadas para crear dinero y custodiar las reservas nacionales.
Mediante el sistema escolar que es el más eficaz de los mecanismos de reproducción de las ideologías dominantes, el estado regula lo que se puede enseñar, aprender, difundir, investigar, incluso disfrutar por medio del arte y la literatura y, aunque protege las libertades de conciencia y culto, las regula y a veces las suprime. El ateísmo alguna vez proclamado como ley y la persecución legal del comunismo, han sido expresiones de las dimensiones ideológicas del poder.
El estado cuenta con todo lo necesario y cuando algo le falta lo crea. Únicamente se atiene a reglas que él mismo hace. Expresiones de su omnímodo poder son las atribuciones para establecer como han de ser y funcionar las familias, los requisitos para contraer y disolver matrimonios, educar a los hijos, traspasar legados y formular todas las regulaciones en torno a la propiedad.
Lo máximo son las habilitaciones para declarar la guerra y, obligar a participar en ellas, incluso a quienes las repudian, así como las capacidades para suprimir las libertades y los derechos, incluso para disponer de la vida humana, encarcelar, condenar y ejecutar. En los estados de derecho, por lo general, se hace en consonancia con las leyes.
Mediante el devenir histórico, las sociedades modernas formadas por estados/nación que son grandes y poderosas estructuras, inmensos territorios y millones, cientos e incluso miles de millones de individuos, cada uno de los cuales es a la vez único y diverso, el poder político adquiere dimensiones que hacen imposible que las sociedades sean gobernadas a capricho por individuos exaltados como caudillos o monarcas. El progreso hizo necesaria la democracia que no es un lujo sino una perentoria necesidad histórica.
Siempre que se menciona es preciso insistir en que la democracia no es perfecta pero también reiterar que no solo es el mejor recurso, sino el único para que el poder sobre naciones y la influencia sobre la sociedad internacional se ejerza con mínimos de mesura.
El encumbramiento de Hitler alumbró a la humanidad acerca de que era preciso cambiar un orden de cosas que permitía que se gestaran y progresaran engendros que ponían en peligro a la humanidad. No bastaba con que el derecho y la democracia oficiaran a escalas nacionales, sino que era preciso regular con ellos la sociedad internacional.
La democratización del orden internacional comenzó cuando las fuerzas políticas más avanzadas se concertaron para codificar valores y crear reglas que hicieran extensivo el derecho a los ambientes internacionales. Así nacieron las Naciones Unidas cuya Carta es el momento más alto alcanzado por la convivencia humana.
El ideal que la ONU y la autoridad que le confiere el consenso universal en torno a su idoneidad sintetiza lo máximo alcanzado por la cultura universal en materia de derechos. Los principios de: Igualdad soberana de los estados, soberanía e independencia nacional, y obligación de resolver los conflictos por medio pacíficos proporcionan las bases para la convivencia internacional, el progreso y la paz.
En nuestros días la ONU muestra sus mayores carencias que no son conceptuales, sino funcionales y se relacionan con el Consejo de Seguridad cuyos miembros permanentes son intocables y la Asamblea General, convertida en una entidad ceremonial. Urge una reforma que no llega. Volveré sobre el tema. Allá nos vemos.
Europa para los europeos
Jorge Gómez Barata
A diferencia de Europa Occidental, las relaciones de América Latina con Rusia y Ucrania fueron mínimas o no existieron. El Imperio Ruso estaba demasiado lejos y Ucrania no existió como estado hasta 1991. La rivalidad con las potencias que colonizaron las américas con Rusia y la ausencia de intereses comunes con las repúblicas liberales surgidas de la independencia, dificultaron los contactos.
Ello explica por qué la guerra entre Rusia y Ucrania, excepto por las implicaciones globales y por los efectos de las manipulaciones propagandísticas, no provoca una definición de los estados latinoamericanos cuya población se ubica entre la neutralidad y la indiferencia.
No es la primera vez, así ocurrió durante las dos guerras mundiales. En la Primera Guerra los países latinoamericanos se declararon neutrales, aunque luego, para acompañar a los norteamericanos que en 1917 entraron en la guerra, la mayoría, sin implicarse en las hostilidades, se pronunciaron contra Alemania. Argentina, México, Colombia, Chile, Venezuela y Paraguay se mantuvieron neutrales.
La excepción fue Brasil que en 1917 entró en la guerra, tomó parte en el patrullaje naval en el Atlántico y envió tropas a Europa. México no se sumó a Estados Unidos, ni cedió a la tentación cuando, en 1917 fue invitado por Alemania (telegrama Zimmermann) a unirse a ella contra Norteamérica con la promesa de que, con la victoria recuperaría los territorios perdidos.
Aunque durante la II Guerra Mundial, prácticamente todos los países latinoamericanos formaron parte de la coalición antifascista liderada por Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña, no hubo acciones en el hemisferio y solo Brasil, México y Cuba tuvieron alguna participación.
Aunque algunos países latinoamericanos establecieron vínculos diplomáticos con Rusia en el siglo XIX, las relaciones con el imperio de los zares no fueron amplias ni intensas, con excepción de los Estados Unidos.
En 1809 Estados Unidos estableció relaciones diplomáticas con Rusia que, debido a sus contradicciones con Gran Bretaña, apoyó a Abraham Lincoln calificándolo como el “único presidente legítimo” y, en 1863, envió seis buques de guerra a la costa este, mientras otras naves se desplegaron alrededor de San Francisco. En 1908 el historiador James Callahan escribió que; “De ese modo Rusia expresó su simpatía por la Unión”,
Como expresión de esas relaciones, en 1867, se llegó a un entendimiento en virtud del cual, Estados Unidos compró Alaska al zar Alejando II, sumando 1. 518. 800 km² a su territorio. El precio fue de 7.200.000 dólares. En el momento de la compra Alaska estaba habitada por unos 2.500 rusos y 8.000 aborígenes. En marzo de 2014, la Casa Blanca registró una petición de adhesión de Alaska a Rusia, respaldada por 35,000 firmas de ciudadanos estadounidenses.
Estados Unidos no inventó el anticomunismo que, como el marxismo y el socialismo son creaciones europeas, pero lo abrazó con una intensidad que lo llevó a una injustificada hostilidad hacia los bolcheviques que incluyó la intervención militar en territorio ruso durante la guerra civil del lado contrarrevolucionario.
Franklin D. Roosevelt que en 1933 estableció relaciones con la Unión Soviética y durante la Segunda Guerra Mundial se alió con ella en la lucha contra el fascismo abrió un paréntesis que fue cerrado por Harry Truman, otro presidente que, aconsejado por Winston Churchill, desató la Guerra Fría.
La hostilidad fue considerablemente reforzada por la Guerra de Corea que, en esencia, tal como ahora ocurre en Ucrania, fue una guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética por persona interpuesta.
La verdad es que Rusia y Estados Unidos están demasiado lejos y carecen de razones para la confrontación porque, a diferencia de la Unión Soviética con la cual las contradicciones fueron de naturaleza ideológica, con Rusia no existe ese factor.
De hecho, tal vez Estados Unidos esté en guerra con Rusia, pero Rusia no lo está con Estados Unidos. En algún momento comentaré esa paradoja que puede dar sorpresas. Allá nos vemos.