En la historia política no hay espacio para el misticismo. La opresión y la explotación económica, las clases sociales, el colonialismo y el imperialismo, las oligarquías y las jerarquías religiosas asociadas al poder, no son obras de Dios ni del Maligno, sino realidades sociales.
En el siglo XXI, las guerras religiosas, a veces llamadas “santas”, los conflictos étnicos armados, los estados teocráticos, las organizaciones de matriz religiosas radicalizadas que asumen como objetivo la destrucción de estados, así como las manifestaciones de fundamentalismo, antisemitismo y la islamofobia, son aberraciones civilizatorias que paradójicamente están más vigentes en Oriente Medio donde se fomentaron las mayores religiones, nacieron Jesucristo y Mahoma y yacen algunos de los lugares santos.
Aunque sea de Perogrullo afirmarlo, Hamas no es Palestina ni la representa. Tampoco es su enemiga ni la autora de la matanza que tiene lugar en Gaza. Tal vez sea imprudente y sus acciones contra civiles deberían ser inequívocamente condenadas, pero la desmesura criminal de Israel recuerda el espíritu del holocausto judío que procuraba una “solución final”.
Hamas no es un partido político ni un ejército. Por no ser lo primero carece de la templanza de las organizaciones que colegian sus programas y decisiones y pueden luchar y dialogar. Debido a que no es un ejército, no cuenta con cientos de miles de efectivos, carece de artillería y de blindados, no tiene aviación ni buques y, comparada con las de Israel sus fuerzas militares son obviamente inferiores. Puede hacer daño, pero no vencer.
A tales conclusiones llegaron hace años, no solo la Organización Para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat y Mahmud Abbas, sino los grandes países árabes que cuentan con poderosos ejércitos que, sin deponer sus reservas, han reconocido y aceptado a Israel acatando una hoja de ruta hacia la paz que cruzó primero por Camp David y luego por Oslo y logró el establecimiento de la Autoridad Nacional Palestina, el paso más importante hacia el establecimiento del estado palestino y que Hamas y otras entidades de perfil confesional rechazan.
Matar unos miles de israelíes mediante una operación comando y atrapar unos 200 rehenes, exponiendo a toda la población de Gaza a la venganza y al castigo colectivo de una guerra realizada con abrumadora superioridad, recuerda al comportamiento que en 1948 condujo a la Nakba por la cual casi un millón de palestinos fueron arrojados de sus tierras a las cuales nunca más han podido regresar.
Entonces el Comité de Liberación Árabe, encabezado por Hajj Muhammad Amin al-Husayni, gran muftí de Jerusalén una jerarquía religiosa, no un líder popular, quien comandaba una leva de 6.000 efectivos denominada “Santo Ejercito”. Las tropas de Egipto, respondían al rey Faruk, las de Jordania formaban la Legión Árabe de uno 8.000 efectivos subordinadas al rey Abdalá I de Jordania.
Los gobiernos árabes que en 1948 desconocieron la resolución de la ONU sobre la partición de Palestina no eran gobiernos nacionalistas y populares, sino remanentes del colonialismo europeo que enviaron contra Israel levas de gendarmería pobremente armadas, no entrenados, pesimamente dirigidos y escasamente motivados, a los cuales invocar la santidad de su causa no los favoreció en absoluto.
En 1948 los árabes pudieron hacer poco Palestina y luego, pasados varios años, cuando los movimientos nacionalistas laicos y populares se instalaron en casi todos los países, prosperó el panarabismo, se definió una llamada “causa árabe” y se levantó la solidaridad con Palestina, ya los imperialistas estadounidenses y europeos habían levantado un fortín en Israel a cuyo desarrollo económico y poderío militar contribuyeron cuantiosamente.
En la apreciación de la situación del Oriente Medio existen ciertas certezas, casi todas desfavorables. Consta que la derrota militar de Israel, apoyado por los países imperialistas en Palestina es improbable. La disposición y la unidad árabe para librar esas batallas en el ámbito militar no parece factible y las posibilidades de arreglos negociados son mínimas.
Afortunadamente los avances políticos que condujeron a la formación de la Autoridad Nacional Palestina, aunque precariamente se sostienen y, cosa rara, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad coinciden en que la solución pasa por la proclamación del estado palestino, tal como fue acordado en 1947.
El problema consiste en cómo lograr que la opinión compartida por los Cinco Grandes respecto a la pertinencia de crear un estado palestino, se convierta en acción común lo cual, debido a la desunión creada es harto difícil. No obstante, la disposición mostrada por China, Francia y Rusia y la que, a pesar de su inequívoco compromiso con Israel, muestran Estados Unidos y Gran Bretaña, pudiera significar una esperanza.
Debido a que rezar y matar no basta, es preciso actuar para tratar de dar algún chance a la diplomacia y tratar responder a la pregunta que, para otro escenario igualmente trágico, un excelso y angustiado poeta realizó: “¿…De dónde saldrá el martillo verdugo de esa cadena…?” Allá nos vemos.