El presidente Trump tres días antes del viernes 13 de junio, se cansó de decir que todo indicaba que Israel preparaba un ataque contra Irán y que él estaba en desacuerdo, habiendo insistido con el primer ministro Netanyahu que no lo hiciera.
Pero al ordenar las piezas del rompecabezas, luego de ocurrido el hecho, se puede ver a las claras que todo ha sido una confabulación.
Lo peligroso y dramático del caso es que se ha tratado de una conspiración entre representantes de dos países fuertemente armados, contra otro no menos preparado y hacia el cual ambos países, Estados Unidos de América e Israel, sienten desprecio, porque nunca lo han podido tener de su lado.
No me caben dudas que el final de todo no era lo que a primera vista parecía: un chantaje de los típicos a que recurre el Sr. Trump para lograr, en este caso, que los iraníes firmaran un acuerdo comprometiéndose a suspender el procesamiento de uranio con capacidad de fabricar bombas atómicas.
Todo lo contrario. El interés oculto de las declaraciones y del ataque a Irán por Israel, ha estado dirigido desde el comienzo a evitar tal acuerdo, atacar a Irán y provocar un cambio de régimen.
El ataque del viernes ha dejado a Irán en condiciones desfavorables, ocasionando no sólo daños a su plan nacional para procesar uranio, sino a la dirección militar, con la muerte causada a oficiales de primer rango, al negociador del mencionado acuerdo y a otros científicos. Política y militarmente, no tengo dudas, que es un duro golpe.
Los israelíes, habiendo planificado un ataque de esta naturaleza, era de esperar que primero paralizaran los emplazamientos de misiles iraníes, porque evidentemente, un ataque de esa naturaleza ocasionaría una respuesta similar o casi similar de Irán. En cambio, dejaron a un lado esos emplazamientos porque precisamente el plan no sólo contemplaba neutralizar el procesamiento de uranio, sino declarar una guerra abierta a Irán y para lograrlo requerían que Irán los atacara y que preferiblemente dicho ataque afectara zonas civiles. El ataque israelí no tiene por supuesto como finalidad la ocupación de Irán ni mucho menos, sino el derrocamiento de los ayatolas.
Para Estados Unidos de América, esa es la solución preferida.
Por el contrario, a las anteriores administraciones estadounidense no parecía importarles tanto el asunto de un cambio de régimen como lograr un detente a la posibilidad de que Irán pudiera fabricar una bomba atómica. En esa dirección el gobierno de Obama avanzó ligeramente a través de un tratado que luego Trump deshizo en su primera administración.
Para los israelitas la posición desafiante de Irán, la desconfianza natural de sus gobernantes de firmar un tratado que no tendría validez de estado mientras no sea aprobado por el Congreso y susceptible, por consiguiente, de ser rechazado por cualquier próximo presidente de igual forma que lo hizo Trump, favoreció el ambiente para iniciar las amenazas de agresión.
Trump por su parte entendiendo que el momento es ideal, dadas las condiciones desfavorables en que se halla Irán, donde sus aliados por carambola: Hezbolá, Hamas, los Hutíes y Bashar al-Ásad, lidian en estos momentos con sus fuerzas diezmadas, le hizo el juego a Netanyahu en la elaboración del plan de ataque.
Netanyahu es renuente al acuerdo que Washington pretende hacer con Irán por considerarlo que deja la puerta abierta para que en algún momento comiencen de nuevo a procesar uranio con el fin de fabricar una bomba atómica.
La situación es crítica en el Medio Oriente, pero desgraciadamente el tablero internacional, alterado de modo violento por la invasión de Rusia a Ucrania, lo cual ha desatado una carrera armamentista apresurada y yo diría que algo dispersa, favorece en estos momentos a Estados Unidos de América.
Trump ha desarrollado magníficas relaciones con los estados árabes, cuyas teocracias de origen sunita, tienen divergencias profundas con la de Irán y ante cualquier evento de naturaleza bélica no pasarán de ser espectadores, quizás con ligeras críticas. Este detalle, considerando además su entendimiento con Ahmed al-Sharaa, el nuevo gobernante de Siria, a quien Washington condenó por terrorista, lo persiguió por años, llegando a ofrecer una recompensa de diez millones de dólares por su captura, es una licencia para matar al enemigo común.
Rusia no es un gran problema porque ya tiene demasiados y el 40% de su Producto Interno Bruto lo está dedicando a una guerra donde Ucrania ha mostrado que no es un rival fácil y donde las circunstancias internacionales han favorecido a este último porque para hacer dinero hace falta la paz. En eso está China: en hacer dinero. Y en el conflicto ruso-ucraniano han sido muy moderados, manifestando la necesidad de terminar el conflicto. Los rusos saben esto y de aquí que en los documentos secretos de la Lubianka que recientemente trascendieron y fueron publicados por el New York Times, dicho organismo considera a China como posible enemigo y espía.
Ahora bien, en este mundo no hay dudas que hay tres gatillos alegres: Rusia, Estados Unidos de América e Israel. Los tres juntos o por separados pueden dar lugar a una Tercera Guerra porque los accidentes ocurren y aunque el cuadro inmediato parece favorecer a Washington nadie puede predecir cuántos cambios pueden ocasionar los accidentes en el devenir de estos conflictos.
Los iraníes ya manifestaron que no asistirán a la reunión de Omán de este domingo para discutir el acuerdo propuesto por Trump. Este gesto y el ataque con misiles a los israelitas, los cuales prepararon el terreno para que así fuese, puede ser el punto de no retorno.
La suerte está echada y no parece favorecer a los iraníes y mucho menos a la paz mundial