POSIBILIDADES Y LÍMITES

DEL PODER ELECTORAL

                                                           La evolución de la situación política en varios países latinoamericanos, así como en Grecia y España, evidencia no sólo el avance de una nueva izquierda que, mediante inteligentes maniobras, se apropia de preceptos de la democracia liberal que parecían obsoletos, sino también las complejidades de un momento político emergente.

La coyuntura, caracterizada por el acceso al gobierno por vía electoral de figuras representativas de las causas populares en el pasado reciente, asociadas a proyectos políticos insurgentes, movimientos sociales, u otras estructuras, permite el inicio de transformaciones revolucionarias por su  contenido y su finalidad, aunque por lo general, no facilitan cambios radicales inmediatos.

La vía electoral supone un compromiso con las reglas vigentes, creadas doscientos años atrás para permitir, incluso auspiciar, el cambio periódico, también llamado alternancia de los gobiernos, y a la vez mantener intacto el sistema y las bases de la estructura de la sociedad y del estado, entre otras la propiedad, el poder mediático, y las libertades básicas asociadas al liberalismo.

Es cierto que la izquierda puede modificar alguna de esas circunstancias que deben ser cambiadas, para lo cual necesitan tiempo, programas viables, y consensos no sólo electorales, difíciles de lograr utilizando apremios y  breves plazos. En uno o dos períodos presidenciales puede cambiarse mucho, aunque no pretenderlo todo. El maximalismo es enemigo de la gradualidad imprescindible.

Lo que para fines de exposición he llamado poder electoral, basado en la utilización de la vía de las urnas para asumir el gobierno, confiere a las nuevas izquierdas una popularidad y una legitimidad institucional que nunca antes tuvieron, ello no cambia de inmediato ni a cortos plazos las estructuras sociales, la posición de las clases, ni las correlaciones de fuerza reales.

Las elecciones conceden a la izquierda mayorías cuantitativas que les permite ganar y avanzar de trecho en trecho sin excesiva prisa. Los que votan, se manifiestan, y eligen a los presidentes, no son los mismos que manejan las empresas, los medios de difusión, los bancos, comandan las fuerzas armadas, ni la policía y no son los dueños del capital. Esa realidad no paraliza la izquierda aunque la modera.

La experiencia de Syriza y de Alexis Tsipras en Grecia, evidencia que la izquierda necesita adquirir conciencia de su enorme poder y de sus grandes posibilidades, pero también de sus límites.

La popularidad de sus consignas y  sus programas, incluso la mayoría electoral, proporciona una base para emprender cambios estructurales, pero no las herramientas para realizarlos con la urgencia de las revoluciones del siglo XX, que debutaban barriendo con el poder político, económico y mediático de las clases derrotadas.

En Grecia, entre otras cosas, los compromisos estatales adquiridos por la burguesía neoliberal comprometieron a la nueva izquierda, que desde el gobierno puede cambiarlos, pero necesita tiempo y no poco.

No hay nada en contra de que en la nueva situación se utilice el término de revolución, pero es más apropiado el de evolución. Para no ser rehén de sus consignas y programas, la nueva izquierda necesita de un realismo que los procesos más maduros en América Latina saben cultivar. Allá nos vemos.