ONU, guerra, paz y el momento histórico

La paz se alcanza y se consolida en la paz, ambientes en los cuales  los estados de hoy, amparados en la Carta de la ONU, mediante el diálogo, pueden resolver sus conflictos, apelar a la mediación de terceros, incluso  acudir a órganos de justicia internacional.
Derrotar a un adversario que es siempre un estado y una nación poblada por decenas de millones de personas de diferentes credos y simpatías, doblegarlo, obligarlo a ceder territorios y/o recursos e imponerle todo tipo de condiciones, aunque silencie las armas, no significa alcanzar la paz. La paz es un estado de euforia, gozo y felicidad individual y colectiva.
La paz es un bien que cuando se posee no es trascendente y cuando falta se padece hasta sufrimientos extremos. La guerra se asocia a la muerte, a la pobreza material y a la miseria moral. El fascismo y la ocupación de naciones y estados ofrecen muestras elocuentes. Las experiencias de  Ucrania, Polonia y antes de Armenia son recuerdos antológicos y heridas abiertas.
Nunca conocí un equívoco político mayor que, a estas alturas, escuchar a estadistas contemporáneos declarar que es posible alcanzar la paz por medio de la violencia y la guerra. Se trata de un error fatal que costará vidas.
Israel no es un gendarme en el Oriente Medio, no tenía derecho ni mandato alguno para bombardear como lo hizo en 1981 el reactor nuclear iraquí en construcción, ni tampoco para, como hizo recientemente, atacar las instalaciones nucleares de Irán. Tampoco actuando unilateralmente, Estados Unidos tenía ese derecho que constituyó una abierta agresión en la cual, usando, los recursos militares más avanzados, presuntamente sepultó instalaciones nucleares de Irán.
De haber funcionado la ONU, el Consejo de Seguridad, con información de la OIEA pudo haber condenado a Irán, invocado el Capítulo VII de la Carta que autoriza el uso de la fuerza y usar medios militares para cumplir el mandato. Un proceder así, hubiera dado oportunidades a la diplomacia y legitimidad al uso de la fuerza. El proceder también pudo haber servido en el diferendo entre Rusia, Ucrania y la  OTAN.
Ya ocurrió así en 1950 cuando, ante la entrada de tropas de Corea del Norte en Corea del Sur, el Consejo de Seguridad emitió resoluciones que fueron adoptadas sin votos en contra y con la notable y polémica ausencia del representante de la Unión Soviética. Entonces, Naciones Unidas consideró el ataque como un quebrantamiento de la paz y acordó aplicar la fuerza para lo cual creó una fuerza militar de la ONU.
Tras demandar la retirada de las tropas agresoras, el Consejo acordó rogar a los estados que proporcionaran ayuda militar a Corea del Sur y pedir a los Estados Unidos que designaran al comandante de dichas fuerzas, autorizando al Mando Unificado para usar la bandera de las Naciones Unidas…”
Supongo que algunos gobernantes de hoy, envueltos en guerras por elección y quizás por encargo, conocen las posibilidades que ofrece la Carta de la ONU para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacional, incluso para hacerlo mediante recursos sumamente violentos como ocurrió en Corea. No obstante, convendría recordárselos.
Obviamente, para que ese proceder funcione, es preciso un mínimo de armonía y de coherencia en el funcionamiento del Consejo de Seguridad, lo cual no es posible cuando cuatro de sus cinco integrantes: Estados Unidos, Rusia, Inglaterra y Francia están liados en un conflicto armado.
He leído sobre dos presidentes estadounidenses que entraron en sendas guerras que no originaron, con la creencia de que sus acciones conllevarían a que fueran las últimas. Ellos fueron Woodrow Wilson que involucró a los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial y Franklin D. Roosevelt que lo hizo en la segunda.
Antes de apelar a las armas, Wilson formuló los 14 puntos, un credo cuyo cumplimiento pretendió reordenar las relaciones internacionales de modo que excluyera las confrontaciones bélicas, considerando además la opción del desarme y la creación de la Sociedad de Naciones. Fue un intento de reorientar las tendencias políticas en Europa.
Con el asentimiento de Stalin y Churchill, Roosevelt uno de los tres neoyorquinos en ser presidentes de los Estados Unidos, (Los otros son Martin Van Buren y Donald Trump), confió en que la ONU, una especie de parlamento mundial podía resolver las controversias internacionales por medio de las negociaciones y los diálogos.
Para este fin, además de otras salvaguardas diplomáticas, incluyeron el veto y el Capítulo VII que, con el voto unánime de los miembros permanentes, autoriza el uso de la fuerza para mantener la paz.
Probablemente  Putin y Trump, herederos políticos directos de los fundadores, preferirían este mecanismo a las acciones unilaterales. Ojalá pudiera preguntárseles.
Aquellos líderes que nunca dudaron de la victoria, trabajaron con ahínco, tanto para derrotar al fascismo, como para construir el mundo de la posguerra, empeño en el que, por primera vez actuaron de consuno la democracia americana y el socialismo soviético. Así ocurrió tanto con las decisiones de la Conferencia Monetaria y Financiera de Bretton-Woods como en las de Crimea, Potsdam y San Francisco.
El tema está abierto. Volveré sobre el mismo. Allá nos vemos.

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