No hay futuro sin pasado…Respuesta a Donald Trump por comunicado sobre el 115 aniversario de la “independencia” de Cuba

Alguien o algunos no le han dicho la verdad al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien este sábado 20 de mayo felicitó al pueblo de Cuba por el día de la independencia.

Y debe dársele el beneficio de la duda al jefe de la administración norteamericana, pues evidentemente ha sido mal asesorado o solo escuchó a aquellos que añoran el pasado colonial. Solo así podría evocar el 115 aniversario de aquel quinto mes del año 1902 y al propio tiempo enviar un mensaje de felicitación a los cubanos.

Cuba, su pueblo y su gobierno, ha manifestado la disposición de conversar sobre cualquier tema con Estados Unidos y mantener relaciones civilizadas, respetando las diferencias. Es en ese ánimo en el que también podríamos conversar sobre ese 20 de mayo, que en esta Isla soberana e independiente no se celebra, pero sobre el que sí conocemos bien.

Hace 115 años no hubo un acto de independencia. El cuento es un poquito más largo.

En 1898 el Ejército Libertador Cubano tenía la guerra contra España prácticamente ganada. Las huestes peninsulares estaban vencidas, agotadas física y moralmente. En ese escenario ve la luz una Resolución del Congreso de Estados Unidos para intervenir en el conflicto, con el objetivo de garantizar la libertad de Cuba. Pero los jefes mambises desconocían la carta del subsecretario de guerra estadounidense: «Debemos destruir todo lo que esté dentro del radio de acción de nuestros cañones. Debemos concentrar el bloqueo de modo que el hambre y su eterna compañera, la peste, minen a la población civil y diezmen al ejército cubano. […] debemos crear dificultades al gobierno independiente y estas y la falta de medios para cumplir con nuestras demandas y las obligaciones creadas por nosotros, los gastos de guerra y la organización del nuevo país, tendrán que ser confrontadas por ellos […]. Resumiendo: nuestra política debe ser siempre apoyar al más débil contra el más fuerte hasta que hayamos obtenido el exterminio de ambos a fin de anexarnos la Perla de las Antillas».

Ojo, concentrar el bloqueo de modo que el hambre… Cualquier semejanza con el bloqueo que sufrimos hace más de 55 años no es pura coincidencia. Esa es la antesala del 20 de mayo de 1902 ¿Se puede celebrar así la independencia o recibir una felicitación?

El episodio había tenido como antecedente la explosión en la bahía habanera del acorazado Maine el 15 de febrero de 1898 y aunque el propio William McKinley, vigesimoquinto presidente de Estados Unidos, reconoció que la comisión investigadora creada para aclarar el suceso no había podido concretar responsabilidades en la voladura, expresó: «Pero la verdadera cuestión se centra en que la destrucción nos muestra que España ni siquiera puede garantizar la seguridad de un buque norteamericano que visita La Habana en una legítima misión de paz». Era el pretexto para declarar la guerra a España, en un boceto que dibujaría aquel 20 de mayo. Al decir de Vladimir Ilich Lenín, comenzaba la primera guerra imperialista de la época moderna.

Pero no era todo. En la ruta hacia mayo de 1902 apareció el ruin y mezquino 10 de diciembre de 1898. En esa fecha, el Tratado de París decretaba el fin del colonialismo español sobre la Mayor de las Antillas, cometiéndose un colosal agravio a la dignidad de los cubanos al ser apartados de esa conversación.  Estados Unidos “arregló” una libertad que ni ganó ni sufrió en los cruentos combates en la manigua y España renunciaba, si es que cabe el término —realmente lo que hacía era entregarse— a un derecho que había perdido en los campos de batalla.

A aquel 20 de mayo se llegó tras la celebración de elecciones en junio de 1900, que cercenaron el derecho de los cubanos. Las mujeres no podían votar, solo podían hacerlo los mayores de 21 años de edad. Y ese día le iba a dejar a Cuba una constitución, en la cual se atentaba justamente contra la independencia y la soberanía de la Isla. La Enmienda Platt, impuesta por  Estados Unidos como apéndice constitucional, estableció, de facto, una República neocolonial.

En el tercer punto, de ocho que contenía aquel documento usurpador  se establecía: «Que el Gobierno de Cuba consiente que los Estados Unidos puedan ejercitar el derecho de intervenir para la preservación de la Independencia y  el sostenimiento de un gobierno adecuado a la protección de la vida, la propiedad y la libertad individual, y al cumplimiento de las obligaciones con respecto a Cuba, impuestas a los Estados Unidos por el tratado de París».

En un enjundioso artículo en estas mismas páginas el pasado 2 de noviembre de 2016, el investigador Ernesto Limia nos hacía leer: «Estados Unidos propuso incluir la En­mienda Platt como apéndice a la Cons­titución cubana y condicionó a ello la retirada de su contingente militar. Conse­guido su propósito, accedió a que el 20 de mayo de 1902 la Isla se diera una Re­pública que para nacer debió someterse a la tutela yanqui. Ese año, en su discurso sobre el estado de la Unión, el presidente Theodore Roo­se­velt abundó al respecto: Cuba queda a nuestras puertas y cualquier acontecimiento que le ocasione beneficios o perjuicios, también nos afecta a nosotros. Tanto lo ha comprendido así nuestro pueblo, que en la Enmienda Platt hemos establecido la base, de una manera definitiva, por la que en lo sucesivo Cuba tiene que mantener con nosotros relaciones políticas mucho más es­tre­chas que con ninguna otra nación[…]».

No hay dudas de que el presidente Trump ha estado mal asesorado. Quienes le ayudan o le aconsejan deben haberle leído también mal a Martí, sino no lo “viste” de empresario o no lo invoca en su mensaje de felicitación para decirnos  que «el despotismo cruel no puede extinguir la llama de la libertad en los corazones de los cubanos, y que la persecución injusta no puede alterar los sueños de los cubanos para sus hijos de vivir libres sin opresión». Nadie como el apóstol de la independencia de Cuba para advertir del peligro de la potencia del norte. Lo dejó bien claro en la carta a su amigo Manuel Mercado, el 18 de mayo de 1895: «ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso».

Nueve años después, otro 20 de mayo, pero de 1904 el presidente estadounidense Theodore Roosevelt anunció al Senado que extendería a Centroamérica y el Caribe los preceptos de la Enmienda Platt. Martí conoció como pocos a Estados Unidos en los 14 años que vivió allí y le arrancó del fondo de su alma patriótica la frase «viví en el monstruo y conozco sus entrañas». Al 20 de mayo de 1902 se llegó con la disolución del Partido Revolucionario Cubano fundado por Martí para emprender la guerra necesaria por la verdadera libertad de los cubanos. Esa decisión, tomada por quien fuera el primer presidente de aquella República, Tomás Estrada Palma, sucesor del apóstol como delegado del Partido, sucedió justo 11 días después de haberse firmado el Tratado de París, entre España y Estados Unidos, en el cual  Cuba fue tratada como botín de guerra.

La única y definitiva independencia que celebramos los cubanos es la alcanzada el 1 de enero de 1959, con el invicto liderazgo del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.

Sobre lo ocurrido hace 115 años nos quedamos con la sentencia siempre aleccionadora de Eusebio Leal Spengler, a quien le escuche decir en mayo del 2001,  a propósito de la fecha: «No vamos a festejar el 20 de mayo de 1902, pero lo vamos a conmemorar, vamos a hacer memoria. La república tenemos que analizarla con profundidad para entender esta Revolución que tenemos. No hay futuro sin pasado».

Percy Francisco Alvarado Godoy publica en su sitio personal Descubriendo Verdades una Respuesta a Donald Trump por comunicado sobre el 115 aniversario de la “independencia” de CubaPercy Francisco Alvarado Godoy

 

No le debo a Cuba obediencia alguna, más que respeto y amor profundo por hacerme hombre digno al servirle desinteresadamente y dar a mis seres queridos una morada digna para descansar eternamente apegados a su tierra tibia y solidaria. La defiendo, empero de la mentira y de la maldad fabricada por sus detractores y por ello –aparte de cualquier interés político de la parte cubana–  no puedo permitirle, señor Trump, que usted aplauda, a quienes la han agredido durante décadas, con una complacencia que solo puede dar espacio a la ignorancia o a la mala fe.

Por ello debo rebatirle a usted lo expresado en su Comunicado por el 115 aniversario de la mal llamada independencia de Cuba, en el cual expresa: «El pueblo cubano merece un gobierno que respete los valores democráticos, las libertades económicas, religiosas y los derechos humanos, y mi gobierno está decidido a dar forma a esa visión». ¿De qué independencia nacional habla usted? La historia demuestra que este acto histórico solo abrió las puertas a un nuevo tipo de dependencia colonial a costa del añejo servilismo a España para dar a EEUU una fruta madura para poder explotarla descaradamente y expoliar sus reservas más útiles. Es esa misma dependencia a la que hoy, con un enfebrecido y a destiempo anexionismo, defienden contrarrevolucionarios como los miembros del grupúsculo Partido Unión por Cuba quienes celebraron el advenimiento de Cuba como neocolonia el 20 de mayo de 1902 o como aquel provocador llamado Daniel Llorente  –quien solo busca emigrar a su país con un dudoso historial de disidente de conciencia–, borrando con este acto y de manera oportunista su pasado delincuencial.

El saludo para el pueblo cubano, controvertido y manipulado, demuestra que mucho le falta conocer a usted sobre la historia de Cuba. Muchos a los que felicita en esta oportunidad han sido criminales y terroristas, cómplices de una guerra sucia y agresiones permanentes, que le han costado al este pueblo miles de víctimas y cuantiosos daños materiales. No use usted a José Martí de manera manipulada y distorsionada, cuando fue la Revolución Cubana quien por primera vez en la historia de esta tierra dignificó a su ideario independentista y humanista.

El despotismo en Cuba no existe, tan solo es la imagen falseada de una verdadera democracia: la dictadura de todo un pueblo sobre una minoría irrelevante y vendida a intereses foráneos. ¿No ignora la desaprobación de millones de sus conciudadanos a su gestión presidencial que lo ha llevado a tener una de las mayores reprobaciones a un presidente en la historia de los EEUU? Acaso esto le da derecho a hablar de democracia, derechos humanos y otras cuestiones cuando goza de tal desprestigio político.

No ataco al cubano digno y a sus descendientes nacidos en EEUU, quienes se han labrado un futuro con su sudor y perseverancia, en busca de una vida mejor, llevados principalmente por motivos económicos. A ellos les respeto y admiro. Solo me duele que usted, como otros presidentes que le han sucedido, hagan caso de las malsanas intenciones de personajes como Marco Rubio y los miembros de la derrotada brigada 2506, quienes han tratado vanamente de destruir a nuestra gobernabilidad.

Sepa usted que el pueblo cubano respeta al pueblo norteamericano y espera de ustedes una relación franca y armónica como buenos vecinos. Aunque mi eterno antiimperialismo y viejas heridas me han dicho lo contrario, he aceptado que llevan la razón aquellos que apuestan por una convivencia sana y provechosa entre nuestras dos naciones. Dudo, a mi pesar, de quien me da la zanahoria y oculta solapadamente el garrote. Eso es una parte incurable de mi ser.

Por ello, señor presidente, guatemalteco yo y cubano de corazón, le invito a que se atreva a visitar a Cuba, a cooperar con nosotros para fabricar una relación de respeto y comprensión, alejada de la enfermiza locura mediática que nos sataniza y de la que usted también ha sido víctima. Venga pues a Cuba, sin protocolos y malas compañías. Aquí verá una obra que dista de ser perfecta, incluso a veces con aspectos a cuestionar, pero que pone al hombre y a sus derechos humanos como principal condición. Le invito, pues.

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