Lobos de pelaje negro en Miami

 

 

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     Un abuelo de ese milenario y ya desaparecido pueblo indio cherokee, famoso por sus clanes, canciones y leyendas, fabulaba a un nieto sobre el bien y el mal contándole sobre la perenne lucha entre dos lobos: uno de color negro que representaba el odio, la codicia y el resentimiento; el otro, blanco como la nieve, era la benevolencia y la compasión. El abuelo no obviaba ningún detalle de la pelea y el nieto, más que interesado, preguntó cuál de los dos lobos ganaba. Y el abuelo le reveló: “Gana aquel que tú alimentes.”

    Moraleja que debía servir a los cubanos-miamenses que a diario alimentan su lobo de pelaje negro para que despedace la tierra que los vio nacer, sin percatarse que el odio es recipiente que hace más daño al que lo almacena que a lo que se vierte. Odio que durante décadas derraman políticos, radio, televisión y prensa escrita. Lobos de pelaje negro que vemos, leemos y oímos a toda hora del día y la noche y que mienten sin pudor o falsean a su antojo ciertas medias verdades.  

    Sabemos que no son pocos los que viven del gran negocio del odio anticubano, a los que Washington continúa alimentando. En realidad a ellos nada les importa: ni pueblo norteamericano ni compatriotas de la Isla, su pauta, además del rencor, es la codicia de sus bolsillos. Y Miami pierde. La Florida pierde. Los estadounidenses pierden. Y el odio que vierten daña también humanamente a los que indolentemente corean sus perennes aullidos.

    Y no hay que tener la sabiduría de los ancianos cherokees, esos nativos que poblaron todo el territorio de los actuales Estados Unidos, ni ser un gran físico como Einstein, un filósofo como Noam Chomsky  o un matemático como John Nash para percatarse de ello. Ahora mismo el odio socava la sociedad miamense y esos lobos ocultan, por ejemplo, lo que perdió la economía de La Florida en el año pasado, cuando con visas de turistas miles de cubanos viajaron a Panamá, la mayoría de ellos a comprar en la zona franca y enviar mercadería a la Isla.

       El gerente de la conocida Zona Libre de Colón, Manuel Grimaldo, informó sobre el impacto económico que generan los ciudadanos de la Isla que viajan hasta territorio panameño con fines comerciales, pues el año pasado hicieron compras por 100 millones de dólares. Cifra nada despreciable, tanto que el gobierno panameño ha comenzado a dar a cubanos que la soliciten y a un costo de solo 25 dólares tarjetas de turismo para que visiten el país y puedan permanecer en él por treinta días. En Colón ya hay tiendas con nombres como Cubarato, Lo Mejor para Cuba y Para toda Cuba y se habla de abrir un restaurante de comida estrictamente cubana.

     La finalidad de esas compras es el clásico comercio que persigue ganancias y también proveer materias primas y equipos para llevar adelante negocios privados.

    Millones de dólares que quién diría no le vendrían más que bien a la maltrecha economía de Miami, donde en cualquier sitio vemos infinidad de pequeños comercios que han tenido que cerrar, a muchísima gente obligadas a tener dos trabajos para apenas poder pagar la renta y la canasta básica y no tener que ir a vivir bajo un puente.

    Compras que podrán efectuarse en Miami, a cuarenta minutos de vuelo y no en el extremo sur del Istmo Centroamericano. Sin dudas que ganaría la maltrecha economía floridana. Pero los lobos de pelaje negro no solo aplauden el injusto bloqueo que evita esas relaciones puramente comerciales, sino que con odio enfermizo y visceral persiguen acrecentarlo.

      Odio que ciega por no querer ver el veredicto del mundo en la 27 Asamblea General de las Naciones Unidas que se efectuó días atrás, donde el resentimiento sufrió otra vez descomunal fracaso. De nada valieron las nueve tramposas enmiendas que el Secretario de Estado intentó introducir en la resolución, pues en rechazo unánime a la política imperial, ni la décima parte de una de ellas fue aprobada. 189 países votaron a favor de la eliminación total del bloqueo. Solo 2, los reiteradamente frustrados Estado Unidos e Israel, votaron en contra de la resolución que el mundo hace muchos años reclama.

    Ni siquiera lograron una abstención que pudieran considerar menudo apoyo. Sin embargo, en los instantes en que esto ocurría en el foro mundial, en New York, en Miami el Asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, haciendo de jefe de la muy oscura manada que aullando lo aplaudía, despotricaba contra Cuba y abogaba por más sanciones, llegando a la soberana estupidez de afirmar que Cuba constituía una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos y que era cabeza de la troika del mal, donde situó a Venezuela y Nicaragua. En realidad, nada nuevo bajo el Sol, pues ya este señor de esquizofrénica política, ávida de otro Hitler en el planeta y seguramente pensando en la invasión a Irak, acusó a la Isla de trabajar en el desarrollo de armas químicas. El señor Bolton es partidario de la total disolución de la ONU, lo cual se entiende, pues en ese ring Cuba siempre noquea los deseos imperiales apenas suena la campana. Por su parte, el filósofo estadounidense Noam Chomsky aclaró que la llamada troika del mal a la que hace alusión el señor Bolton en realidad la constituyen tres países que simplemente no obedecen órdenes de Estados Unidos.

    Pero Washington, con pinta también demasiado negra en su pelaje, insiste en alentar a su manada del sur de La Florida en lugar de recapacitar y decirles a esos cubanos que no vivan más del cuento y que si la Cuba de hoy es tan horripilante que mete miedo, como proclaman, que en vez de lucirse tanto en la radio y la televisión se quiten el miedo y hagan lo que hizo un José Martí o un Fidel Castro, quienes por su cuenta y sin implorar a gobiernos extranjeros prepararon expediciones, iniciaron la lucha y derrocaron a la colonia española y a la dictadura de Fulgencio Batista.

     Pero ocurre que la manada de los lobos de pelaje negro que se gasta Miami es cobarde, no pelea, solo aúlla fingiendo dolor para que sea la gran potencia extranjera la que les abra el camino y ellos de mandamases arribar a Cuba devorados por la ambición del poder y del dinero. Y el pueblo cubano que se joda, o no apoyaron al castrismo durante casi sesenta años. ¡Que se joda!

    Así dirían los lobos que alimenta Washington.

    Les habló, para Radio Miami, Nicolás Pérez Delgado.

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