Llamadas y conexión en la cercanía
Ante los recientes anuncios hechos por la empresa telefónica de Cuba, ETECSA, enseguida proliferaron comentarios de muy diversa índole. Aquí no se intenta rozar las perspectivas que el articulista estima acertadas ni —mucho menos— revolver el chapoteo que se hizo notar con chillidos ajenos al sentido de responsabilidad y, como suele ocurrir en casos como ese, a posiciones revolucionarias.
¿Será necesario insistir en que las fuerzas empeñadas en ver despedazada a Cuba se agarran de todo cuanto puedan manipular —o lo inventan— para desprestigiarla a ella y a sus afanes de mantener viva la Revolución? Aunque proceda estar saliendo al paso de quienes, a veces con poses de “neutralidad”, se regodean en lo que pudiera asfixiar a Cuba, quizás sea más productivo procurar que todo se haga del mejor modo para satisfacer al pueblo que la sustenta y la defiende, sin facilitar asideros a la jauría rabiosa.
En cualquier lugar y en cualquier circunstancia —máxime cuando, como en Cuba, la hostilidad imperialista y la crisis económica mundial, con las que se agravan las deficiencias internas, ponen en peligro la supervivencia misma de la nación— toda empresa necesita asegurarse los fondos que le permitan funcionar y desarrollarse, y para eso debe empezar por existir. Sobre todo si se trata de una empresa cuyas ganancias deben invertirse no solo en ella misma —lo que ya es bueno—, sino en satisfacer también otras necesidades de la nación.
Desconocer tal realidad, o proponerse ignorarla, y negarle ese derecho a ETECSA, objeto directo de la múltiple guerra imperialista contra Cuba, puede venir de la insensatez, la bobería o las peores intenciones. Otra cosa es cuidar cómo se asume ese derecho, sin incurrir en el modo súbito del anuncio de ETECSA, lanzado sin previo diálogo con las masas y sus organizaciones, y sin la campaña comunicacional propia de un proyecto político signado por la búsqueda de lo que aún no se ha conseguido —al menos no plenamente— en ninguna comarca del mundo: edificar el socialismo.
Ese es un proyecto al que no le basta defender la justicia social y el bienestar del pueblo: debe ser democrático de veras para ser auténticamente popular, no como los modelos políticos que capitalizan la opresión y las desigualdades mientras se anuncian como paradigmas democráticos.
Entre los comentarios aludidos, alguien en las redes sociales recordó que, con todos sus méritos y la autoridad que le daba su aceptación en el pueblo, Fidel Castro pronunció un discurso de cuatro horas para explicar la necesidad de subir el precio del paquetico de café mezclado que entonces, y hasta hace algún tiempo, fue parte de la canasta básica. El Líder de la Revolución es irrepetible, y por eso mismo es necesario mantener vivas sus enseñanzas.
En el tornado de los comentarios se hizo sentir una fuerza que revalida grandes momentos de la mejor tradición nacional: la actitud de la FEU, que ha dejado clara su posición contra los ardides del enemigo que intenta manipularla. Todo colectivo humano es heterogéneo, pero no hace falta ni es aconsejable idealizar a esa organización para apreciar que se ha mostrado como el alto exponente que es de la verdadera Cuba joven, fiel a su historia. Esa fidelidad no se afirma con el apoyo a cualquier medida que se dé por revolucionaria, sino con el coraje y el pensamiento crítico indispensables para mantener la Revolución bien encaminada y lo más fuerte posible.
Con su ímpetu, la FEU logró que se hayan anunciado modificaciones de las nuevas tarifas de ETECSA. ¿Satisfarán esos cambios todas las necesidades de la población? Vale pensar que, en circunstancias que están muy lejos de ser satisfactorias, las modificaciones pueden no llegar a serlo tampoco. Resulta evidente cuán difícil es distribuir lo que escasea. Pero, tanto el carácter súbito del anuncio de las nuevas tarifas como la plausible rapidez con que se están valorando los ajustes, evidencian que las nuevas tarifas se establecieron sin el análisis más riguroso de la realidad en que se actúa, y de las consecuencias que pueden tener las decisiones tomadas.
Si el error partió de un análisis que tuvo solo o primordialmente en cuenta elementos de “pura” economía, se estaría ya ante impurezas contrarias a proyectos emancipadores que deben guiarse por la economía política, sin privilegiar ninguno de los polos del sintagma, ni olvidar que en último caso la política es una brújula que no puede perderse sin menoscabo del proyecto en general. Y, si siempre será de sabios rectificar, más lo será no equivocarse o, por lo pronto, esforzarse para evitar equivocaciones. No es sano lo que la sabiduría popular llama estira y encoge.
Pero es alentador haber visto no solamente la claridad y la rapidez con que reaccionó la FEU, sino que su reacción se ha tenido en cuenta asimismo con rapidez y claridad. Confundir firmeza con no dar el brazo a torcer puede costar que el brazo se quiebre de tanta rigidez, y todo el cuerpo sufra. Pero cuanto se haga para impedir que en el camino se generen traumas evitables será beneficioso para la sociedad que Cuba necesita cultivar con el apoyo consciente y mayoritario del pueblo. Se sabe que el enemigo buscará tergiversarlo todo para debilitarnos y devaluar lo que hacemos, pero la respuesta a ese peligro no son ni la parálisis ni el silencio.
Se viven tiempos en que las privatizaciones —que lo son aunque se les dé otro nombre— y medidas de “ordenamiento” calculadas sobre lo que es posible, con dolarización añadida, afectan sensiblemente a la mayoría del pueblo, en especial a sectores como gran parte de la fuerza de trabajo jubilada. Frente a eso, cada paso dado ha de evidenciar que se busca atender de veras las necesidades colectivas hasta más allá de “lo posible”.
Si de Estado de vocación socialista se trata, se debe mirar y ver la realidad con ojos que no se comparen con los de propietarios que medran gracias a las necesidades de la mayoría del pueblo, y a menudo ni siquiera produciendo lo que esa mayoría necesita, sino intermediando entre negociantes que obtienen ganancias cada vez mayores. Y habría que hablar de corrupción, una plaga que no puede ignorarse.
Un contexto como ese provocará reacciones ante empresarios que, por muy estatales y socialistas que sean o se les considere, estimen que en la compra de datos para la comunicación un incremento de tres mil pesos en el precio —dicho de otro modo: el doble de la pensión jubilar de muchos cubanos y muchas cubanas—, es apenas “un dinerito”. Solo una ironía desatinada podría explicar tal expresión.
Basta que uno solo (o una sola) de entre nuestros empresarios estatales y socialistas incurran en tal desliz, para que en el pueblo haya quienes se pregunten cómo son las condiciones de vida que propician esa pifia. La pregunta será particularmente explicable cuando aumentan los precios de manera desenfrenada en productos de primera necesidad, y muchas personas viven a duras penas —para no decir de milagro—, o por caminos que poco tienen que ver con el trabajo y la remuneración correspondiente.
Si lo del dinerito es un mero error expresivo, quienes lo cometan o toleren deben saber que no está el horno para tales galleticas. Entre pensamiento y lenguaje median enlaces similares a los que operan entre cómo se vive y cómo se piensa. La soltura con que ETECSA lanzó sus anuncios en un espacio de opinión que se vio complaciente con ella, no podía pasar sin causar disgustos y preocupaciones. No será Cuba el único país donde vale suponer que una empresa estatal no puede permitirse actuar por su cuenta más allá de lo razonable.
Pero, en medio de todo eso, y de las penurias que el país atraviesa y debe y merece rebasar, la actitud de la FEU ha sido particularmente estimulante: en sí misma, y por lo que puede venir de la conciencia que desde su vanguardia esa organización ha evidenciado de saberse parte del pueblo. Para empezar, de sus logros en el diálogo con ETECSA —y, más que con esa empresa, con la nación— se vislumbra que podrán derivarse beneficios para otros sectores de la sociedad: para el pueblo.
Es difícil que en las actuales circunstancias se obtengan todos los beneficios que el pueblo necesita y reclama, pero el solo hecho de una rectificación en marcha avala principios y esperanzas. Por la misma modestia con que la FEU se reconoce parte del pueblo y su Revolución, y por ser ella la fuerza juvenil que es, de esa organización pueden brotar valiosos estímulos también para otras áreas, empezando quizás por el movimiento sindical.
Sobre todo tras diluirse la iniciativa de los Parlamentos Obreros —impulsada por el Comandante y con el entusiasmo de un dirigente de la CTC hoy poco recordado, Pedro Ross Leal—, se percibe algo de suma importancia: los sindicatos podrían renovarse o fortalecerse para llegar al pleno cumplimiento de su función social en la defensa de la masa trabajadora y, en general, como contrapartida, revolucionaria, de la administración: para contribuir a que esta consolide su cometido revolucionario.
Para eso el movimiento sindical está llamado a hacerse sentir cada vez más en el enfrentamiento a errores, tendencias y deformaciones que dañan a la Revolución desde dentro, incluida la separación entre cuadros y masas. Será el camino para que la propiedad social lo sea de veras, y el pueblo sienta que lo es. No basta que los sindicatos se movilicen contra la hostilidad del poderoso enemigo que asedia a Cuba y hace y hará todo lo que esté a su alcance para destruirla.
Lo que ha conseguido la FEU propicia pensar en algo dicho por la voz narradora, la propia del autor, de la novela escrita y publicada por José Martí en 1885 —se cumplen ciento cuarenta años en estos días— con el título de Amistad funesta, y que pensó reeditar como Lucía Jerez: “Las universidades parecen inútiles, pero de allí salen los mártires y los apóstoles”.
¿Será necesario recordarlo en la Cuba de Ignacio Agramonte, José Martí, Julio Antonio Mella, José Antonio Echeverría y Fidel Castro, por solo citar algunos ejemplos que desbordaron largamente el ámbito universitario? El Comandante —siempre interesado en el futuro de Cuba y de la humanidad— dialogó frecuentemente durante años con el estudiantado universitario para tratar temas de interés nacional e internacional. Aquellos diálogos —o laboratorios de ideas— sembraron lecciones para enfrentar los peligros del autoritarismo y de las estrecheces pragmáticas.
Los sucesos recientes vinculados con ETECSA propiciarían que se pensara en esos males. No hay por qué descartarlos y desentenderse de su posible aparición en la sociedad, aunque ni esos males ni otros como las ínfulas de empresarios exitosos y ajenos a la ideología revolucionaria hayan estado en una empresa cubana como la mencionada. No deben estar ni en ella ni en ninguna otra.
Hacia 1980, o poco más, el político, economista y humanista Carlos Rafael Rodríguez advirtió contra el error de menospreciar las carreras humanísticas. Al hacerlo, podría estar pensando también de manera general en las ciencias sociales y en la necesaria presencia de esas disciplinas en la formación de técnicos y economistas. Personalmente algo tiene que comentar sobre ese tema el autor del presente artículo.
Hasta diciembre de 2009 se desempeñó durante cuatro años como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España, país donde profesionales y estudiantes amigos le expresaron su alarma por un hecho acerca del cual siguió procurándose información: en las universidades europeas se estaba implantando el Plan Bolonia, ofensiva capitalista enfilada a formar empresarios pragmáticos al servicio del neoliberalismo.
Poco después de regresar a Cuba, en un foro profesional se refirió a lo peligroso de ese Plan, considerando que estaba haciendo estragos solamente en otras latitudes. Pero lo sorprendió la reacción de dos colegas del patio: uno expresó admiración por el Plan, y el otro mostró que lo consideraba natural para enrumbar las universidades del país. Al recordar esas opiniones —y el silencio generado en torno a ellas—, intenta suponer que no eran más que eso, opiniones personales, no un diagnóstico de la realidad en marcha.
Luces en especial alentadoras han brotado del diálogo de la FEU con ETECSA, o con el país. La organización estudiantil ha mostrado que en el pueblo hay reserva de fuerzas y pensamiento para buscar que se mantenga el rumbo necesario, y que, cualesquiera que sean los cambios que deban hacerse o se hagan, se acometan con la voluntad de que sean siempre acertados, en función del pueblo.
El rumbo lo trazó Fidel Castro en la víspera de la epopeya de Girón. Resumiendo desde sus propias convicciones —plasmadas en La historia me absolverá— el sentir que se afianzaba en la mayoría del pueblo, definió a la Revolución Cubana como una “Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes”. Solo abrazando y defendiendo bien ese rumbo se entenderá rectamente qué significa “cambiar todo lo que debe ser cambiado”.