La terquedad es mala consejera

 Hace poco la administración encabezada por Donald Trump impuso una serie de sanciones a Cuba. Eufemísticamente dicen que están sancionando al gobierno cubano cuando en realidad los más perjudicados son sus ciudadanos.

Objetivamente no hay nada nuevo respecto a las penalizaciones a Cuba desde la aprobación de la Ley Helms Burton.

El nuevo castigo consiste, entre otras cosas, en activar un acápite de dicha Ley sancionando a cualquier compañía extranjera cuyos negocios con Cuba involucren propiedades confiscadas por el gobierno cubano. O sea, aunque no sea totalmente exacto, puede decirse que es algo más de lo mismo.

Considero que la cuestión cubana en lo concerniente a esta administración, tiene que ver mucho con el secretario de estado Marco Rubio y hasta ahora no creo que agreguen nuevas cosas, sino que más bien activen cuestiones establecidas en la Ley Helms Burton. El senador Rubio a falta de creatividad, ha decidido poner en vigor cuestiones previamente aprobadas en aquella legislación.

Debemos recordar que dicha Ley abarca 65 páginas en PDF con sus 35 secciones y subsecciones y partes complementarias. O sea, tiene mucho por donde cortar y la única sanción nueva que aplicar sería una invasión militar, algo que está muy remoto de llevarse a cabo en este hemisferio. Así que todo aquello que podamos escuchar serán variantes del mismo libreto para mantener feliz, quizás a la única figura preparada, culta y suficientemente avezada en las cuestiones políticas estadounidenses, con que cuenta un presidente que administra el país como si fuera una tienda por departamento donde su mercancía preferida son las tarifas y el mercado su mesa de negociación.

Me parece que alrededor de los anuncios hechos para perjudicar más Cuba, especialmente a su población, la interpretación del hecho está básicamente relacionado con el interés de Trump por satisfacer la carga emocional enfermiza mostrada desde hace años por este congresista ahora devenido en secretario de estado, con relación a una Isla que no conoce y a un pueblo que no entiende porque no es el suyo.

Curiosamente cuando la Casa Blanca anunció un aumento de las sanciones existentes hasta aquel momento, la respuesta del gobierno cubano y de los grupos que lo apoyan en el exterior e inclusive de otras instituciones que reconocen su legitimidad, pero discrepan de muchas de sus políticas, parecían señalar un nuevo apocalipsis. Creo que son reacciones exageradas que no dan la respuesta esperada por millones de personas comunes que no entienden otra cosa que no sea una solución práctica a las dificultades que frecuentan diariamente.

Decirles a las personas que la Isla está rodeada, no es de gran interés porque lo que claman es que le digan cómo se sale del cerco y si estamos en guerra, qué opciones tenemos para firmar un armisticio. Me parece que desde hace muchos años, el país traspasó las barreras de combativos discursos y nos encontramos hoy en una fase de mayor serenidad ante un enemigo que apela a agresiones de diferente hechura.

La Cuba actual no es aquella de las violentas crisis de las décadas de los sesenta y setenta, desembarcos, bombardeos, cohetes nucleares, sabotajes e incluso agresiones biológicas, durante la cual tuvimos un líder capaz, astuto y creativo, que administró los encontronazos con mucho tino y que además contaba con la URSS, empecinada por entonces en un proyecto social que fracasó estruendosamente a fines de la década del ochenta. Por tanto, hay que tener cuidado en administrar la retórica, porque ésta en verdad, no conduce a soluciones.

Considero que las nuevas realidades surgidas hace poco más de treinta años, requiere que ambas partes las acepten y concluyan que sólo una amputación colectiva puede salvar al enfermo y pavimentar el camino para hallar soluciones viables y duraderas. Para llegar a esa conclusión ambos deben poner a un lado aspectos no esenciales a ninguno de ellos.

Primero, Washington tiene que erradicar de su pensamiento que sólo es posible un arreglo a través de un cambio de régimen que implique, entre otras cosas, la introducción de partidos políticos.

Segundo, Cuba debe mirar más intensamente hacia dentro, acelerando, profundizando y diversificando las reformas sustanciales que básicamente inició hace un par de décadas y ampliarlas a los ámbitos políticos regidos hasta ahora, por el inmovilismo. Esto no significa apartarse del proyecto socialista, por el contrario, se trata de profundizar y adaptarlo con creatividad a las nuevas circunstancias.

Entre otras cosas sería sano diseñar adecuadamente para la salvaguarda del proyecto, vías que garanticen la expresión de ideas sin interferencias ortodoxas, excepto las que estén limitadas por una Constitución Socialista confeccionada a tales efectos, lo cual obligaría por supuesto, a adecuar las funciones del Partido Comunista estilo soviético que aún subsisten. No estoy hablando de copiar los sistemas de elección hemisféricos, pero sí de establecer mecanismos más flexibles respecto a los candidatos que quieran postularse.

Los Estados Unidos de América no quieren que nada de esto se haga. El establishment por capricho, rechaza todo aquello que garantice el crecimiento y desarrollo del sistema socialista, pero continuar el camino de los ajustes, “cambiando lo que hay que cambiar” de modo consistente, acelerado y con firmeza, los obligaría a moderar el discurso con el cual justifican la inmoralidad de sus bochornosas sanciones.

Washington tiene que renunciar a cualquier idea de cambio de régimen que implique un abandono del camino socialista del país y Cuba entender que debe introducir más mecanismos democráticos de participación al sistema social de su proyecto, canalizando avenidas para el debate público, tanto en lo conceptual como propuestas políticas que estén claramente dirigidas a fortalecer los requerimientos sociales y la distribución de la riqueza.

Quizás no sea mucho lo requerido para alcanzar un relativo balance del sistema socialista cubano, ni un sacrificio espectacular de Washington para aceptar el derecho de Cuba a elegir el mejor modo de convivencia ciudadana.

Cuando el adversario no puede con uno, pero insiste en crear una dificultad tras otra, es imperativo obligarlo a sentarse en la mesa de negociaciones y para esto nada mejor que la insistencia tenaz y al margen de la atención que pueda prestar a dichos requerimientos, conservar en las manos todas las cartas que desacreditan sus políticas agresivas y la falsedad de sus críticas.

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