¡Y se armó la bronca!

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      Provocativamente, muy osados, quitaron flores recién colocadas a José Martí en el parque Belisario Porras, exactamente ante la embajada cubana en Panamá. Creyeron que estaban en su cueva de Miami con el Nuevo Herald y los canales televisivos exaltándole la gracia y presentándolos como super patriotas anticastristas.

Un rato antes, varios distinguidos cubanos de la Isla  habían colocado la ofrenda florar que los de Miami, creyéndose muy machitos, echaron abajo para poner la suya en ese busto de Martí, uno de los varios que en la capital panameña hacen memoria de su gesta independentista. Colocaron sus flores y despotricaron contra la Revolución. Martí, quien denunció al imperialismo antes que Lenin, amó al pueblo norteamericano y jamás sacó provecho del gobierno de Washington, hubiera salido de su tumba para patearles el trasero.

Allí estaban, entre otros, la aristocrática señora Silvia Iriondo, quien engalanada como una princesa no para de viajar por el mundo con sueldo de los Estados Unidos; el grandote Orlando Gutiérrez, otro asalariado que vacila en Miami por presidir una organización contrarrevolucionaria, y desde Cuba, pero seguro vía Miami, se lucían el Coco Fariñas, prestidigitador de huelgas de hambre, ya con más de veinte en su espectáculo, y también Jorge Luis Antúnez, un negrón fuerte como rinoceronte que inventa sobre el hambre que asola a la Isla y sobre la salvaje y brutal dictadura castrista. No obstante, él, como el Coco,  dicen los que les vienen en gana y luego regresan tranquilitos a su pueblo. Por ejemplo, uno que los acompañaba, el señor Cuesta Morúa, de Ciudad Panamá fue para La Habana y de allí voló a Miami para hacer cámara en el programa de Oscar Asa.

Para encumbrar el show estaba Juan Manuel Cao con su equipo televisivo del Canal 41. Sin embargo, escogieron el busto equivocado. El del frente a la embajada cubana. Eso suele ocurrir. Se confundieron. Se creyeron muy osados. El presidente del país más poderoso del mundo estaba en Panamá y pensaron tal vez que los de la Isla estarían calladitos, mansitos en aras de lograr las relaciones diplomáticas. ¡Qué poco conocen a los revolucionarios cubanos!

La provocación fue descubierta desde los ventanales de la embajada, en la calle Cuba esquina a Ecuador, frente al parque Belisario Porras, patriota que en 1903 denunció que de accederse a la separación de Panamá de Colombia, el país caería en “en las garras del imperio de los Estados Unidos de América” y fue presidente de Panamá en tres ocasiones.

Por supuesto, los de la embajada salieron en defensa de los ideales de Martí, de Porras, de Fidel y Raúl.

Y se armó la bronca. Una bronca como otra cualquiera. En Cuba y toda Latinoamérica incluso en un baile es común una de ellas sin que luego se logre dilucidar por qué y quien la comenzó. Aquí, por supuesto, estaba claro. Los de Miami, luego de unas curitas en un centro hospitalario, fueron detenidos por unas horas y, por algo, al día siguiente, tuvieron que abandonar el país y olvidarse de las cámaras de televisión.

La bronca o, parte de ella, la gozamos por los canales de Miami, donde los locutores acusaban al gobierno de Cuba de una atrocidad sólo comparable con las de Hitler. Cámaras fueron a ganar de nuevo en Miami, aunque en Panamá  no lucieron a la altura del billete que se gasta en ellos. Andarán preocupados. Es de pensarse que luego del estrechón de mano de Raúl y Obama, Washington a lo mejor decide bajar salarios, más viendo lo flojos de piernas que sus mercenarios resultaron en una simple bronca callejera.

Lo del grandote Orlando Gutiérrez no tuvo nombre. Reculaba como un tren en marcha atrás. Un tipo bajito, pero bravo, se fajó con él tirando solo con la mano izquierda. Buenos piñazos, eso sí. En la derecha sujetaba el saco que se había quitado. Según la televisión miamense era un coronel de la Seguridad del Estado, lo cual, de ser cierto, nada de extraño tendría, pues se sabe que en todas las embajadas parte de su personal son o fueron oficiales de inteligencia. En las estadounidense, en la china, en la australiana o en la paraguaya. Lo real era, que el grandote Gutiérrez reculaba. Gallina le dirían en el barrio donde crecí. En su haber solo lució una buena patada mientras daba marcha atrás con el hombre bajito sonándolo con la izquierda.

Al rinoceronte de Antúnez, que si embestía tendría poder para derribar a medio pelotón de oponentes, le dieron galletazos de todos colores. Hasta al suelo lo tiraron. Hay otro que fue nock-out de un piñazo en la cara y cuando se incorporó se iba de lado. A Cao se le vio nervioso, en un momento echando un pie para escapar en un taxi. Pero fue bronca callejera. Nada más.

Según vi en la televisión, la policía panameña, en medio del alboroto, montó a los de Miami en un Van blanco y se los llevó. Era claro. Era justo que los cubanos no permitieran que frente a su representación diplomática se ultrajara a Martí.

Pero lo del parque Porras fue nada. Bronquita callejera. Gritos, empujones y piñazos. Lo importante fue la reunión entre los presidentes. Lo que allí se dijo y Miami quiere obviar. Washington en minoría. Obama se mostró cauto, inteligente, aunque inexplicablemente abandonó la reunión antes de que algunos presidentes hablaran, entre ellos el venezolano Nicolás Maduro. Raúl se mostró elegante, diplomático, hasta jodedor, pero como siempre: sin abandonar ni el más ligero principio.

Nada, que los de Miami no le ganan una a la Revolución. Ni en Girón, ni en la ONU, ni en Panamá. Es que ni la justicia ni la historia los acompaña. Sus corazones nunca están en el lugar correcto.

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