Me voy pa Labana

Nicolás Pérez Delgado La-Habana-Puerto

Tal vez exagerando un poco, Cristóbal Colón dijo que era “la  tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto”, y hace poco  alguien que yo sabía acusaba a Obama de comunista, me preguntó: “¿Y por qué tú vas a Cuba?”

Lo dijo en tono de juez dispuesto a condenar y decidí no decir que a ver a familiares. Era una persona bastante mayor y no quise ser grosero al contestarle “Porque me sale de los …”. Así que miré su cara glútea bajo el sombrero de hacendado, sonreí y con sinceridad  le dije: “Chico, porque allá tengo mi infancia, mi juventud, muchos sueños, luchas y hasta fracasos por aspirar a que las vacas mejor que leche dieran perfumes.”

Me miró muy serio y en sus ojos leí lo que pensó: “Está loco”. Por mi parte, volví a sonreír pensando que los cuerdos nunca hacen nada y me alejé de uno de esos cubanos tan a la derecha y tan cretinos que dicen que Barack Obama es comunista y desde el 17 de diciembre pasado lo juran con el convencimiento del inquisidor Torquemada.

Así que aunque los hígados se le achicharren aún  más a los hermanos Mario y Lincoln, a la Ileana, al Marcos,  al señor que me preguntó y a otros  que en odio se cocinan, yo subiré a un vuelo   chárter pues el embargo todavía prohibe vuelos regulares que serían  más baratos y en menos de una hora estaré en  una pequeña, valiente y larguirucha isla de la que tanto se habla.

Por las mañanas, al levantarme, me asomaré al balcón del apartamento de mi hermano, en La Rampa, en el sexto piso de los altos del club La Zorra y el Cuervo, y llenándome los pulmones de aire marino, contemplaré a mi derecha un  trozo del Malecón; casi al frente el histórico hotel Nacional y, a la izquierda, calle arriba, en la misma esquina, el Pabellón Cuba;  luego el edificio del ICR-T y en la otra cuadra la emblemática esquina de L y 23, con su Habana Libre, cine Yara y  Coppelia.

Allá abajo, autos que esperan la verde del semáforo de 23 y O, guaguas repletas con gente a sus trabajos, el barrendero que limpia la calle, el policía que habla con una señora, el perro que ladra, el tempranero vendedor de rositas de maíz, muchachos con uniformes rumbo a las escuelas.

Clara, mi vecina, una lúcida y buenaza negra de 95 años,  me llamará desde su balcón contiguo para invitarme a una tacita de café. Si me enfermara del estómago, ella será mi enfermera y con las florecitas mágicas de una matica que cultiva en una maceta en su balcón, me hará un cocimiento que de inmediato me hará sentir bien.

Bajaré en el ruidoso y estrecho elevador donde siempre rezo para que no se vaya a romper y  me zambulliré en la calle, andaré en guaguas y almendrones, caminaré por barrios descuidados, con baches en las calles y aceras rotas, viajaré a Pinar del Río, ciudad toda  pintadita, volveré a asombrarse por lo que hace Eusebio Leal en la Habana Vieja, visitaré amigos que me  invitarán a ron Santiago y que me volverán a decir: “Te acuerdas cuando…” y me darán la noticia triste del compañero que murió.  Oiré  quejas y elogios por las medidas económicas que se implementan, me preguntarán por algún conocido que vive en Miami, de lo que se comenta sobre las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos y los que me quieren mucho mentirán diciendo que estoy igualito a veinte años atrás.

Por mi prisa, cierro esta crónica, esta vez algo más breve. La cierro para hacer la maleta, en la que siempre se me olvida algo. Ya les contaré.

Les habló, para Radio Miami, ahora por internet, Nicolás Pérez Delgado.