En ello nos va la vida, por Yolanda Molina

Nos va la vida
Por Yolanda Molina Pérez
La idealización no es la manera de encarar la solución de los problemas, según la sabiduría popular, prepararse para lo peor es mucho más efectivo; al concebir el escenario más desastroso, pensarás en mayor número de variantes posibles a ejecutar, y esto no es pesimismo, se trata de objetividad y eficacia; dos cosas, que aplicadas a nivel de país podrían ayudarnos, al menos, a saber, exactamente en qué punto de descenso nos encontramos.
Sí, porque no vamos bien, tres o cuatro indicadores, sacados de contexto y hasta embellecidos con mirada generosa -para no atribuirlo a malas intenciones y manejo de la opinión pública-, no son un reflejo de lo que sucede en esta Cuba, donde cada vez es más raro una buena noticia, palpable y cuyo realismo nos embriague.
Ya no son los apagones, con todas sus implicaciones en los ámbitos emocional, físico y financiero de las familias; la falta de combustible doméstico, las dificultades con el abasto de agua o la recogida de desechos sólidos, el casi inexistente transporte colectivo, la inflación, la activación del modo sobrevivencia y su impacto sobre la pérdida de valores morales.
Ahora estamos hablando de un asunto de vida o muerte, porque es la salud de las personas, y por lo antes enumerado somos una población con problemas de nutrición y sistemas inmunológicos deprimidos, a lo que contribuye inmensamente el alto grado de estrés que implica vivir en esta hermosa isla que pareciera destinada al dolor.
La situación epidemiológica no admite más medias tintas, ya sea una epidemia o sindemia, como apuntan los especialistas, lo cierto es que está mediada por condiciones socioeconómicas que desencadenaron en una concurrencia de factores negativos, muchos de los cuales no se atendieron cuando se encendieron los botones de alarma, jugar al «todo está bien», y empeñarnos en sembrar esperanzas sobre terrenos baldíos limitará las opciones de respuestas y posibilidades de solución.
En cada barrio hay historias que contar de esas que traspasan el alma de la angustia que generan, y van desde los ancianos solos hasta los niños enfermos, el desespero y la impotencia de los cuidadores, la carencia de medicamentos, la inoperancia del sistema de Salud a distintas instancias y la ausencia de alternativas para cosas supuestamente simples como llegar hasta una institución sanitaria o disponer de un mosquitero para cubrir al contagiado y detener la propagación.
En este contexto aparecen también los mercaderes del diablo, -y aunque hay excepciones-, desde grandes negocios, hasta pequeñas vendutas, ilegales y autorizados, incrementaron el precio de productos como gelatina, yogurt y jugos ante la creciente demanda de estos para la alimentación de los pacientes. También subieron la tarifa de fármacos necesarios, esos a los que sólo se accede en el mercado informal.
Los programas del estado requieren más que una concepción humanista, una visión realista, ajustar las políticas públicas a las condiciones económico sociales existentes en nuestra sociedad, muy degradadas como resultante de décadas de precariedad. Los ciudadanos comunes somos todos vulnerables, ante los giros insospechados de la economía, la fragilidad cristalina del sistema electro energético nacional, y el deterioro de los servicios básicos, con medidas que nos alejan de la intención primaria de construir una patria para el bien de todos.
Por años el discurso y obrar dentro de fronteras fue en favor de una medicina preventiva, hoy estamos muy lejos de tales prácticas; mientras la cotidianidad se convierte en un desencadenante de patologías como la hipertensión y la diabetes, cuyo control depende de fármacos con presencia esporádica en la red estatal y en la disponible son costosos e incluso inaccesibles para muchos.
Hoy esas patologías y otras, agravan el tránsito por las arbovirosis que circulan, no basta con identificar los riesgos, urge minimizarlos, pero no será con discursos exculpatorios, ni evasión de la realidad.
El bloqueo está ahí, pero lejos de crecernos, cada vez nos achicamos más tras esa pared, existe, como el cambio climático que también nos embiste, lo que los enfrentamos de manera diferente; a uno lo usamos como excusa y al otro como algo inevitable sobre lo que hay que erguirse, recordemos que, en carta a Fermín Valdés Domínguez, fechada en New York el 28 de febrero de 1887 Martí nos legó una sentencia: “la lengua se deshonra con la queja”.
Precisamos coherencia entre el discurso, las maneras de hacer y las necesidades latentes. En ello nos va la vida.

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