Dogmatismo conservador

y liberalismo liberal

                         La prensa normal es aquella objetivamente parcial. Lo demás es academia y expresiones complacientes para defender el gran obstáculo que confronta la información actualmente: la falta de objetividad, que ha sido tomada por asalto por la parcialidad de la opinión pura.

La opinión del presentador, comentarista o editorialistas, es tan importante como mostrar el tema envuelto en su real ropaje. Porque las personas en general necesitamos que nos digan las cosas pero también las opiniones sobre ellas, para hacer entonces un juicio adecuado o al menos cercano a la realidad que nos circunda.

Por eso, aquellos que no hacemos compromisos matrimoniales con ideas preconcebidas o nos negamos a convertirnos en amantes de dogmas que siempre son de dudosa procedencia (ciertos principios religiosos) o moralidad (el fascismo, el comunismo soviético y otros), apreciamos el devenir de las ideas, a aquellos que critican lo que hicieron mal, especialmente cuando las personas, generalmente dirigentes, lo hacen de manera aplastante, como para que no queden dudas.

En estos asuntos, los llamados liberales en Estados Unidos de Norteamérica y sobre todo las corrientes progresistas que pululan en sus filas son más de confiar que los dogmáticos de la izquierda y los conservadores de la derecha. Ambos tan parecidos que a veces se dificulta establecer las diferencias.

Bill Clinton acaba de ser mordaz respecto a algunas de las políticas promovidas durante su presidencia. El Presidente no se recupera de su gran error al suprimir la Ley Glass-Seagall que dio rienda suelta a los bancos y a Wall Street; haber impuesto políticas comerciales que provocaron un aumento de los medicamentos en todo el mundo; de contribuir a la creación de un verdadero caos en México, por la manera que se tomó en sus manos la persecución de los capos de la droga en ese país; y de los encarcelamientos masivos provocados por la Ley que demandó un exceso de castigo para los delitos comunes. Uno de estos excesos fue el del “tercer strike”, consistente en condenar a cadena perpetua a una persona que que habiendo cumplido prisión por un delito por felonía, resultara atrapado dos veces en otras oportunidades por delitos menores. También lamenta no haber intervenido en Rwanda en 1999, evitando quizás el asesinato de 800,000 en dos meses.

Algunos dirán:”llegaste tarde marqués”, pero la mayoría diremos, “más vale tarde que nunca” y no hacer como esos conservadores que insisten en políticas como aquella de Reagan, quien quiso convencer que “el gobierno es el problema no la solución” y aun es defendida como si fuera cierto; o defender ataques y ocupaciones de otros países para imponer políticas particulares en lugar de crear espacios para los entendimientos y libertad para que las regiones decidan sobre sus destinos, siempre y cuando no recurran al genocidio, asesinatos y arbitrariedades no defendibles por la razón.

Cambiar para mejor es bueno. Por eso no critico cuando personas que fueron militantes comunistas en Cuba, asumen posiciones críticas no sólo contra el pasado sino con el gobierno acutal, sin abandonar la filosofía social que los animó a ser parte de esos errores por años. Todos los cometemos, la genialidad es reconocerlos y ser insaciables y groseramente críticos con ellos. Al tiempo que respeto esas posiciones, me apena y rechazo a quienes luego de creer en la justicia social, de repentes son fieros defensores de la luchas selvática por el dinero, se convierten en creyentes de la “mano invisible” del mercado y otras sandeces que aun la mayoría de los más capitalistas aceptan con dudas.

Esta actitud autocrítica de Bill Clinton es conveniente para la candidatura de Hillary, por cuanto uno de los problemas del Partido Demócrata es poder cerrar filas alrededor del candidato que finalmente se imponga dentro del mismo para competir en las próximas elecciones.

Para lograr cierta uniformidad y consenso alrededor del candidato que desafíe la contienda, hay que acercar lo más posible a los liberales y a los progresistas del Partido. Los primeros son los seguidores de Hillary. Bien por ser mujer o porque gusten de las dinastías. Los segundos son los que comulgan con Elizabeth Warren y con Sanders, quienes representan las tendencias socialistas que marcharán junto a los primeros, siempre y cuando aspectos claves de las políticas sociales, como las regulaciones de Wall Street, la estimulación de sindicatos, amentos salariales y promoción masiva de recuperación, mantenimiento y creación de infraestructuras, sean impulsadas, quienes además son personas que no tienen prefijadas la solución ni se consideran infalibles.

Confiemos en la capacidad autocrítica y rectificadora de estas mentes menos anquilosadas, para amalgamar un frente sólido frente a las divergencias insolubles de los conservadores, a quienes los une la palaba, pero los separan cada una de las diferentes ideas que defienden contra toda verdad.

Así lo veo y así lo digo.