
(I)
Jorge Gómez Barata
El desmesurado y agresivo despliegue aeronaval de la armada de los Estados Unidos frente a las costas del Caribe venezolano y cuyo poder de fuego alcanza las aguas del Pacifico latinoamericano, representa la amenaza militar más formidable desplegada en Latinoamérica desde que, en 1962 Estados Unidos bloqueó físicamente a Cuba, y en 1982 la marina de guerra británica confrontó a Argentina en la llamada Guerra de las Malvinas.
El 23 de octubre de 1962, el presidente Kennedy decretó el bloqueo naval contra Cuba, la más grande operación efectuada por Estados Unidos en el Caribe con efectos globales. Un despliegue así no se realizaba desde que, en 1898, como parte de la guerra Hispano-Americana, un destacamento norteamericano integrado por seis grandes buques, de los más veloces, artillados y eficientes de su época, emboscaron y persiguieron hundiendo a todos los buques españoles que, sin capacidades para hacerlo, debían defender la ciudad de Santiago de Cuba, sellando la derrota de España y la ocupación de Cuba.
En el bloqueo naval, eje de la Crisis de los Misiles de 1962 desencadenada cuando, un avión espía U-2 descubrió varias rampas destinadas a misiles nucleares, con las respectivas ojivas y las infraestructuras para operarlos. En aquella, la más grande operación nuclear de la Guerra Fría, además de unos 60 misiles, seis bombas atómicas y unos 50.000 efectivos militares y su armamento, fueron trasladados a Cuba, en unos 100 buques mercantes que navegaron 10.000 kilómetros, atravesando los estrechos de Bósforo y Magallanes, sin ser descubiertos.
En el bloqueo naval ordenado por el presidente Kennedy participaron 183 buques de guerra de diferentes designaciones, incluyendo seis portaaviones con cientos de aviones y varios submarinos. Los buques de guerra y los aviones de Estados Unidos tenían la misión de interceptar a las naves soviéticas en ruta hacia la Isla, procediendo a su registro, impidiendo continuar a los que trasladaban material militar.
Para disponer de una “hoja de parra” que cubriera sus vergüenzas, Estados Unidos hizo que la OEA aprobara una resolución que apoyara sus acciones. Entonces 19 países se plegaron a la maniobra, Uruguay se abstuvo, mientras México, Brasil, Chile y Bolivia no participaron en la votación.
En ese momento varios mercantes soviéticos con precaria protección submarina realizada por naves no diseñadas para navegar a semejantes distancias, ni operar sumergidas largos períodos por aguas cálidas, se dirigían a Cuba, el secretario de defensa impartió órdenes de no realizar ninguna acción sin su conocimiento que respondería a la aprobación del presidente.
En cambio, otra operación aeronaval condujo a la Guerra de Malvinas que, en 1982, durante diez semanas libraron Argentina y Gran Bretaña. En abril de aquel año tropas argentinas desembarcaron en las islas bajo control británico desde 1833, redujeron a la guarnición británica y se apoderaron de ellas. Días después, el gobierno británico despachó una impresionante fuerza de tarea.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas exigió el cese de las hostilidades y la retirada de Argentina de las islas. Aunque inicialmente, Estados Unidos intentó mediar para evitar en la confrontación, en el curso de las acciones apoyó política y militarmente a Gran Bretaña.
La Unión Soviética, aunque calificó como “colonialistas” las acciones de Gran Bretaña, en lugar de vetar la resolución, se abstuvo. La confrontación militar concluyó con la derrota de Argentina y la muerte de 649 de sus efectivos.
La grotesca exhibición de fuerzas en el mar Caribe, el asesinato a mansalva de tripulantes de pequeñas embarcaciones que, narcotraficantes o no, merecen, ser tratados de acuerdos a las leyes y las prácticas vigentes en el mar, según las cuales, aun cuando se trate de adversarios, las naves que hundan a sus enemigos, están obligadas a socorrer a los sobrevivientes y ponerlos a disposición de la justicia.
En el contexto de la Guerra en Europa, donde también, según trascendidos, se violan los códigos de comportamiento respecto a la población civil, las personas en los territorios ocupados, el trato a los menores y los militares capturados, Estados Unidos ha publicado una versión actualizada de su Doctrina de Seguridad Nacional, fijando la atención en las cuestiones migratorias y en la lucha contra el tráfico de drogas.
Según la letra del documento: “Queremos garantizar que el hemisferio occidental siga siendo razonablemente estable y esté lo suficientemente bien gobernado como para prevenir y desalentar la migración masiva a Estados Unidos”.
A ello se añade la búsqueda de la cooperación conjunta con los Gobiernos de la región “contra los narcoterroristas, los cárteles y otras organizaciones criminales transnacionales”, y mantener una región “libre de incursiones extranjeras hostiles o de la propiedad de activos clave”.
Estos planes se describen como parte de un ‘Corolario Trump’ de la Doctrina Monroe, establecida por el presidente James Monroe en 1823 y que sostiene que Estados Unidos no tolerará la injerencia extranjera maligna en su propio hemisferio.
Respecto al modo como las actuales prácticas estadounidenses reiteran los cometidos de otras grandes operaciones punitivas en la región, entre muchas, las intervenciones en Haití, República Dominicana, Panamá, Granada, realizadas al amparo de la repudiada, aunque todavía vigente, Doctrina Monroe les contaré en otra entrega. Allá nos vemos.
Monroe en su laberinto
(II)
“América para los americanos”, no fue originalmente una formulación acabada, sino una frase perdida en un discurso del presidente James Monroe en 1823, la cual no fue invocada hasta casi 30 años después cuando se convirtió en uno de los pilares de la política norteamericana para América Latina que ha sobrevivido doscientos años.
Entonces Estados Unidos, con el recuerdo de la toma de Washington por los ingleses en 1814 cuando ocuparon e incendiaron la ciudad, incluida la Casa Blanca y el Capitolio, obligando a huir al presidente James Madison, mantenía relaciones diplomáticas con Europa la cual, a pesar de haber perdido sus colonias en América era suficientemente fuerte como para hacerse respetar.
En el momento de ser proclamada, aquella posición política fue una especie de bravuconada que no conllevó a que Estados Unidos asumiera posiciones excesivamente rígidas frente a Francia que en 1838 y 1867 invadió a México. Tampoco pudo hacerlo cuando, en los años sesenta la Unión Soviética se instaló en Cuba y cuando en 1982 Gran Bretaña atropelló a Argentina en Malvinas.
Probablemente, la vigencia de esa política y el poderío de Estados Unidos para respaldarla, mantuvo a los nazis alejados de América Latina, única región que no fue afectada por la II Guerra Mundial.
El estatus quo en las relaciones de Estados Unidos con Europa derivado de la politica aislacionista, se alteró cuando, en 1898 se desató la Guerra-Hispano Americana en la cual España fue derrotada.
La victoria norteamericana que debutó como potencia mundial, cambió las relaciones de poder en el mundo, cosa que se consolidó mediante la victoria estadounidense en la Primera Guerra Mundial, lo cual dio un nuevo sentido a los pronunciamientos de Monroe, convertida desde entonces en doctrina de estado que ahora pretende ser utilizada ahora para intentar contener a China y Rusia.
En aquellos andares, apareció en la escena Cipriano Castro, presidente de Venezuela, un liberal consecuente que en 1899 asaltó el poder que conservó hasta 1908 y que, en el ínterin fue confrontado por oligarcas locales aliados con empresas norteamericanas que fraguaron su derrocamiento, lo cual condujo a una intensa guerra civil.
Cuando el país parecía estar listo para entrar en una era de estabilidad, en 1902 una crisis económica, provocó la suspensión de los pagos de la deuda externa lo cual generó una agresiva reacción de los empresarios extranjeros en el país que culminaron con el bloqueo naval por parte de varias potencias europeas, a lo cual se sumaron los Estados Unidos.
Sintiéndose más fuerte de lo que era, el presidente Castro reclamó indemnización a las empresas norteamericanas, procediendo a algunas expropiaciones, ante lo cual, Estados Unidos, Francia y los Países Bajos rompieron relaciones con Venezuela y apelaron a las cañoneras.
Enfermo, Cipriano Castro viajó a Europa de donde poco después trató de regresar y retomar el poder, cosa impedida por una espuria alianza de Estados Unidos con elementos de la oligarquía nativa. En 1912 al intentar radicarse en Estados Unidos, fue expulsado, circunstancia en las cuales viajó a La Habana para, luego de una precaria andadura, regresar a Nueva York para finalmente instalarse en Puerto Rico donde falleció en 1924
En aquel confuso contexto, el presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt, aliado con las fuerzas locales, logró levantar el bloqueo naval con la aplicación de un programa de pagos.
Pragmáticamente, Estados Unidos aplicó la Doctrina Monroe de modo reversible, utilizándola, tanto para contener a Europa, como para presionar e incluso intervenir en los países latinoamericanos. Así, con el mismo instrumento y la misma consigna de “America para los americanos” pasó de presunto benefactor a opresor.
Nació así el “corolario de Roosevelt” formulado ante el Congreso en 1904, para explicar cómo, a la vez que el país respondía al bloqueo a Venezuela por las potencias, se sumaba al mismo, hecho mediante el cual, el presidente estadounidense fue a la vez interventor, mediador y garante. De ese modo la Doctrina Monroe, sirve a Estados Unidos tanto para proteger como para intervenir
Con poco éxito, el corolario de Theodore Roosevelt fue levantado por otro Roosevelt, Franklin Delano, para aplicar la politica de buena vecindad.
En este minuto, cuando Venezuela no es amenazada por ninguna potencia extranjera, excepto los Estados Unidos, Trump reivindica su propio corolario, al tratar de adaptar a su cantinflesco estilo el más socorrido pilar de la nefasta política hacia América Latina.
Ahora carezco de espacio, luego les cuento sobre el “Corolario Trump” y cuáles pueden ser sus consecuencias. Allá nos vemos.











