Cuba y la independencia de Estados Unidos

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salvador-capoteEl Fijo de La Habana y las Milicias Disciplinadas

La guerra por la independencia de las Trece Colonias comenzó en 1775.  En 1778 Francia entró en el conflicto como aliada de los colonos y un año después, en 1779, España se unió a Francia, aunque su apoyo a los rebeldes había comenzado mucho antes. Las campañas militares de Gálvez en el río Misisipi y en la costa del Golfo y, especialmente, la serie de victorias en Florida Occidental que culminaron con el sitio de Pensacola, constituyeron acciones de trascendental importancia para el logro de la independencia de Estados Unidos. En estas campañas los cubanos desempeñaron un papel prominente mediante su integración al Regimiento Fijo de La Habana y a las Milicias Disciplinadas (de blancos, pardos y  morenos).

Debido a la amarga experiencia de la toma de La Habana por los ingleses en 1762, el rey Carlos III se vio obligado a realizar profundas reformas en todas las colonias españolas de América. En lo militar, el artífice del plan estratégico fue el conde de Ricla quien, el 20 de enero de 1763 propuso una reorientación radical de la defensa que tendría como modelo a Cuba. El rey aceptó su plan y le nombró  gobernador y capitán general de la Isla para que implementase personalmente la reorganización de las tropas y la reparación y ampliación de las fortificaciones.

A propuesta de Ricla, la corona nombró al mariscal de campo Alejandro O’Reilly como subinspector general del ejército regular y de las milicias. Bajo su dirección, el Regimiento Fijo de Infantería de La Habana quedó reestructurado en dos batallones de 679 hombres,  uno para La Habana y el otro para Santiago de Cuba. Las tropas montadas veteranas quedaron reducidas a un escuadrón de dragones al cual, en tiempo de guerra, se integrarían cuatro compañías de la caballería  cubana para alcanzar la dimensión de un regimiento.

La milicia, organizada también por O’Reilly, consistió de un regimiento de infantería de blancos con dos batallones, uno de los cuales tuvo su cuartel en Guanabacoa; un batallón de infantería de pardos (mulatos); un regimiento de caballería de blancos con 650 jinetes; y un batallón de morenos (negros) especializado en la lucha irregular de emboscadas y acoso al enemigo. Para Santiago de Cuba-Bayamo, organizó dos batallones de infantería, uno de blancos y otro de pardos. Creó, además, un batallón de infantería de blancos en Puerto Príncipe, otro en Las Cuatro Villas (Santa Clara, Sancti Spiritus, Trinidad y Remedios),  y un regimiento blanco de 450 dragones en Matanzas. Los batallones de infantería constaban de 800 hombres cada uno. De este modo, la Milicia Disciplinada de Cuba llegó a contar con 7,500 efectivos.

El Regimiento de Caballería de La Habana, compuesto por 13 compañías, atraía especialmente a los jóvenes criollos ricos, que acudían al reclutamiento aportando finos caballos de raza y soñando con ganar, mediante hazañas guerreras, el acceso a títulos de nobleza. Para el resto de los milicianos y especialmente para  los batallones de pardos y morenos existían también fuertes motivaciones. No sólo la pertenencia a las milicias era una forma de prestigio y movilidad social sino que garantizaba el privilegio del “fuero militar” (acceso a los tribunales castrenses para dirimir los asuntos legales) y otros privilegios menores o “preeminencias”.

El Regimiento de Infantería Fijo de La Habana (ejército regular) tenía establecida una cuota máxima para el ingreso a sus filas de un 20 % de cubanos, pero esto cambió después de los incidentes que tuvieron lugar en 1765. En mayo de ese año, 98 soldados del batallón del Fijo destacado en Santiago de Cuba, se refugiaron en el camposanto de la catedral de esa ciudad en protesta por el incumplimiento en el pago de sus salarios. Movilizados por el gobernador  Juan Manuel Cajigal, los milicianos del Batallón de Blancos y del Batallón de Pardos de Santiago dispararon cañonazos a través de la puerta del cementerio matando a varios de los amotinados.

Tres meses más tarde, el 22 de agosto, el Fijo de La Habana y también el Regimiento Lisboa, recién llegado a Cuba, se amotinaron masivamente, enfurecidos por la corrupción oficial en el manejo de sus haberes. Más de un millar de soldados ocuparon el convento de San Francisco y amenazaron con saquear la ciudad. Pascual Ximénez de Cisneros, que gobernaba la Isla interinamente, movilizó  a las milicias cubanas para hacer frente a los amotinados y solicitó la mediación de monseñor Santiago Echevarría. Después de dos días de negociaciones, con las milicias rodeando a los sublevados, la mediación tuvo éxito, favorecida por el aporte de los habaneros acaudalados del dinero necesario para el pago de los atrasos salariales.

Cuando se decidió crear las milicias en Cuba, algunos altos funcionarios del gobierno español habían manifestado su preocupación por la entrega de armas a los criollos y, sobre todo, a los negros, por temor a que este hecho favoreciese la rebelión. Ahora, paradójicamente, era la milicia la que servía de contén a la insubordinación del ejército regular. Por su actuación leal a la corona fue eliminada  la cuota máxima del 20 % de cubanos en El Fijo y, por el contrario, a partir de entonces se puso mayor énfasis en el reclutamiento de criollos en esa unidad regular del ejército.  No obstante, los cubanos mostraban poco interés en pertenecer al Fijo ya que, en general, en esta segunda mitad del siglo XVIII, el ejército español pasaba por una profunda crisis.
Después de la caída de La Habana frente al poderío inglés en 1762, la corona española asumió con realismo que la defensa de sus colonias no era posible sin poner el peso de esta defensa en los hombros de los criollos, y fue la creación del sistema de Milicias Disciplinadas en Cuba lo que le permitió, en 1768, establecer su autoridad sobre el extenso territorio de Luisiana y disponer posteriormente de las fuerzas necesarias para, sin abandonar la defensa del territorio cubano, marchar contra los ingleses y obtener resonantes victorias en Florida Occidental.

Estas circunstancias explican por qué, para aplastar la rebelión de los franceses en Luisiana de octubre de 1768, el rey Carlos III optó por utilizar las fuerzas militares cubanas, tanto regulares como de milicias. Ambas fuerzas mantenían un alto grado de organización y disciplina bajo la dirección del capitán general Antonio María de Bucareli y estarían en la expedición militar bajo el mando de quien las reestructuró y entrenó, el mariscal de campo Alejandro O’Reilly.

España había adquirido Luisiana como parte de los convenios que siguieron a la Guerra de los Siete Años, pero los colonos franceses, disgustados con el cambio de soberanía, expulsaron al gobernador español Antonio de Ulloa, obligándole a buscar refugio en Cuba. Cumpliendo las órdenes del rey, O’Reilly llegó a La Habana el 24 de junio de 1769 y organizó una expedición de más de 2,000 hombres que incluía a 567 del Fijo, las compañías de granaderos (de 80 hombres cada una) del Regimiento de Infantería de La Habana y de los batallones de pardos y morenos, así como 40 jinetes escogidos del Regimiento de Caballería. La integraban, además, algunos miembros  de la élite cubana en busca de méritos militares.

La expedición de O’Reilly entró en Nueva Orleans el 17 de agosto con un impresionante despliegue militar.  Doce líderes de los insurrectos fueron arrestados, seis de ellos  enviados a prisión en el Castillo del Morro de La Habana y los otros seis condenados a muerte. Amnistió, sin embargo, a más de 500 acadianos  que habían tomado parte importante en la revuelta y revocó la orden (una de las causas de la insurrección) que los obligaba a reubicarse alrededor de los fuertes que se construían a lo largo de la orilla occidental del Misisipi para que, en tiempos de guerra, apoyasen con hombres y suministros a las guarniciones.

Los acadianos (“Cajuns”, actualmente) conformaban un pueblo de origen francés que, después de larga y heroica lucha contra los ingleses, fue expulsado del Canadá y distribuido por todas las colonias inglesas. La deportación se conoce con el nombre de “Grand Dérangement” (la gran diáspora). El Tratado de París de 1763 les permitió abandoner las colonias inglesas y trasladarse a Luisiana donde sus familias, dispersas por medio mundo, pudieron reunirse nuevamente. La orden que los obligaba a una nueva diáspora se producía justamente cuando estaban en vías de completar su reunificación y los dispersaba por un territorio inmenso.  La bandera actual de los acadianos presenta un torreón español sobre fondo rojo que simboliza su agradecimiento por la contraorden de O’Reilly que permitió la reunificación definitiva de sus familias y a la cual puede decirse que contribuyeron las milicias cubanas al participar eficazmente en la expedición.

En diciembre de 1769 se retiraron las fuerzas cubanas. O’Reilly dejó como gobernador al teniente general Luis de Unzuaga, del Fijo de La Habana. La expedición de O’Reilly demostró las excelentes condiciones combativas de la Milicia Disciplinada y la capacidad de España de enviar fuerzas desde Cuba a operaciones militares en América del Norte, todo lo cual sería de trascendental importancia al comenzar la lucha de las Trece Colonias por su independencia.