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La reapertura de embajadas en Washington y La Habana es un símbolo del cambio en la política de Estados Unidos que el presidente Obama anunció el pasado 17 de diciembre

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La apertura oficial el lunes 20 de la embajada cubana en Washington, que será seguida el 14 de agosto por la de la sede estadounidense en La Habana, son hitos en extremo importantes del camino de acercamiento emprendido entre la superpotencia norteña y nuestra patria el pasado 17 de diciembre.

Para los presentes y quienes lo observamos por televisión resultaron impresionantes las imágenes de la ceremonia en la legación de Cuba, y las que le sucedieron en el Departamento de Estado, donde nuestro canciller, Bruno Rodríguez Parrilla, y su anfitrión, el secretario de Estado John Kerry, ofrecieron una conferencia de prensa después de sostener un intercambio de cerca de hora y media en el despacho de este último.

Las declaraciones de ambos diplomáticos y el posterior encuentro con los periodistas pusieron de manifiesto el interés de ambos de defender sus posiciones sin zaherir a la otra parte, dentro de un clima de respeto mutuo, lo que no fue óbice para que el Ministro Bruno impactara a la concurrencia con sus expresiones de determinación histórica, de las cuales reflejamos un párrafo:

Hemos tenido un encuentro respetuoso y constructivo con el Secretario de Estado John Kerry. Fue de especial significación izar la bandera cubana por primera vez después de 54 años. No habríamos podido llegar a este momento sin la sabia conducción del liderazgo histórico de la Revolución, encabezado por Fidel Castro, y sin la resistencia y autodeterminación del pueblo de Cuba y su firme convicción de seguir el camino escogido soberanamente”.

En la intervención de nuestro canciller estuvo la ponderación debida a la posición del Presidente Barack Obama, por su valentía política al reconocer el fracaso de más de medio siglo de agresiones y hostilidades contra Cuba, y su decisión de iniciar el largo y difícil camino hacia la reconciliación, cuya primera acción realmente medular ha sido esta restauración de vínculos a nivel de embajadas.

Se trata de un acontecimiento rodeado de simbolismo, que en términos gastronómicos ha sido como un avenimiento entre el aceite y el vinagre. En fin, que se ha tratado de conciliar algo que en principio resulta incompatible, como han sido las posiciones de Cuba y los Estados Unidos por más de cinco décadas.

Lo que ahora estamos viendo es —de cierta forma— la continuación tardía de los gestos adelantados por el Presidente James Carter durante los primeros tiempos de su administración, cuando fueron abiertas secciones de intereses en las respectivas capitales y se inició una colaboración incipiente entre los dos países en determinadas áreas, que no sobrevivió a su mandato.

Y hablábamos de simbolismo, porque la nutrida delegación isleña que llegó a la patria de Lincoln para participar en la citada ceremonia se alojó en el hotel Washington, el mismo donde se hospedara el escritor colombiano Gabriel García Márquez, cuando por iniciativa del Fidel llevó un mensaje destinado al entonces Presidente William Clinton, con la propuesta de colaborar en la lucha contra el terrorismo, lo que hubiera sido un primer paso para ulteriores avances en otras esferas, que Clinton no quiso dar.

Antes bien, su administración permitió que ocurriese el incidente de las avionetas el 24 de febrero de 1996 y, con el pretexto de su derribo, suscribió la tristemente célebre Ley Helms-Burton, que apretó sobremanera el dogal del bloqueo contra Cuba. Tampoco fue recíproco hacia la parte cubana con la información suministrada a los miembros del FBI que envió a La Habana, acerca de los planes de acciones terroristas de elementos fanáticos radicados en el sur de la Florida y lo que hizo fue encarcelar a los agentes que la obtuvieron.

Por paradojas del destino, tres de esos hombres, Gerardo, Ramón y Antonio, estuvieron en el centro del acuerdo de intercambio de prisioneros entre los dos países del 17 de diciembre pasado, que formó parte de la decisión de restablecimiento de las relaciones diplomáticas, adoptada de la parte norteamericana por otro presidente demócrata.

De manera que si bien las relaciones fueron cortadas el 3 de enero de 1961 por el republicano Dwight D. Eisenhower, ahora ha sido un opositor del partido del asno y primer presidente no blanco en la historia de ese país, el que las restablece.

Si en algo coinciden todos los especialistas es que el camino es arduo y preñado de dificultades. “Obama tiene ante sí un campo minado”, dicen algunos aludiendo a sus adversarios en el Congreso, pero a uno y otro lado del Estrecho de la Florida se auguran también múltiples oportunidades de progreso y colaboración que sería insensato desaprovechar. El tren está en marcha… roguemos por que no descarrile.